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Acerca de una revolución

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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO FLORES •

El 6 de marzo de 2018 sale a librerías, bajo el sello de Schocken Books de Nueva York, la compilación de ensayos “Thinking without a bannister: Essays in Understandig1953-1975” de Hanna Arendt. Aparenta ser una continuación de “Essays in Understanding 1930-1954” de 1994 por la misma casa editorial. La hipótesis se comprueba al revisar los índices: los temas, el enfoque, la formula filosófica y el estilo se mantienen a lo largo de 22 años. O quizá sea una coherencia ficticia que la mente lectora intercala en una secuencia de ensayos variopintos. Se nos asegura que todo el material es inédito, aunque en algunos casos quizá haya sido objeto de conferencias públicas. Un fragmento del artículo “Condiciones y significado de la revolución”, tomado de “Thinking”, apareció en “El País” el 8 de noviembre de 2018, y completo en el libro “La libertad de ser libres” publicado por Taurus-Penguin en la misma fecha. De la introducción de Jerome Kohn al segundo de los libros citados tomamos la siguiente frase de Arendt: “el ensayo como forma literaria tiene una afinidad natural con…los ejercicios en pensamiento político, porque surge de la actualidad del acontecer inmediato”, así que, según se nos dice, el ensayo captura el instante, el hoy es materia del periodismo y el pasado de los historiadores. Según Arendt, en “La libertad de ser libres: condiciones y significado de la revolución”, la palabra “revolución” tenía un significado preciso en el siglo XVII: el movimiento periódico de los astros. Irónicamente, la primera vez que se asoció a un movimiento político, fue con el restablecimiento de la monarquía inglesa porque “revolución” significó “vuelta al origen”, “restauración”. Pero cuando los actores de lo proclamado como “revolución” se dieron cuenta que lo hecho no iba encaminado a restaurar, sino que poseía una novedad radical, es que el uso hoy corriente se estableció: una revolución es un cambio irreversible de las condiciones sociales; o al menos eso se espera de ella. Lo interesante “es que nada de lo sucedido en el curso de esas revoluciones resulta tan notable y sorprendente como el enfático hincapié hecho en la novedad, repetida una y otra vez por actores y espectadores a un tiempo, en la insistencia de que nunca se había producido hasta entonces nada comparable”, es decir: las revoluciones tienen mucho de propaganda, pero lo que sí se gana en ellas, a posteriori, es más sutil: la universalización de la exigencia de derechos civiles (protección contra el Estado), considerados inalienables, y la introducción por la vía de los hechos de los derechos políticos; es decir: el voto, la libre asociación, la libertad de prensa y pensamiento, en suma, la capacidad de participar en la conducción de la cosa pública. La revolución según Arendt, no es algo que hagan los revolucionarios, tampoco un grupo en la sombra o los partidos autodeclarados “revolucionarios”. Recordemos que la “revolución” que acompaña al Partido Revolucionario Institucional no la hicieron ellos, sino otros que nunca militaron ahí. Llegar a ser revolucionario es asunto del azar de la situación, de la acumulación prolongada de debilidades en la estructura del Estado (sus fuerzas armadas), deldescredito de las instituciones, todas condiciones necesarias que permiten que, en un golpe de suerte (la caída de los precios del petróleo, la caída de la bolsa) un grupo, que puede ser reducido, incapaz, gris, pero listo para actuar, puede llegar al poder y enarbolar la bandera del cambio. El novus ordo saeclorum mexicano (no el de los dólares) comenzó cuando la realidad derrotó al ala nacional revolucionaria del PRI y permitió el ascenso del sector “neoliberal-tecnocrático” al poder. Miguel de la Madrid implementó dos acciones emblemáticas: la austeridad (sin adjetivos) y la renovación moral (lucha contra la corrupción) para intentar controlar el proceso inflacionario. Falló, claro, dando pie a la estrategia de los pactos (contención salarial) y, en el gobierno de Carlos Salinas, a la venta de paraestatales. Pero esto no es lo importante, la historia que ilustra el proceso revolucionario habido en esos años es la de la adquisición de derechos políticos y la construcción de instituciones para garantizarlos. La primera lucha fue por hacer de las elecciones procesos confiables, certeros, ciudadanos. Si una aspiración es la de participar en los asuntos públicos entonces se debe empezar por el derecho elemental de elegir a las autoridades. Se quitó del escenario electoral a la secretaria de gobernación poco después del fraude de 1988; si había corrupción en las elecciones ahí es donde estaba ubicada. Debía ser un órgano autónomo no designado por el presidente de la república el que llevara las riendas del proceso; se constituyó el IFE y se fue adaptando su legislación tras cada proceso electoral. No fueron las previsiones de grupos o personas las que determinaron el camino: fue un hacerse in situ. Toda corrupción, se creyó, resultaba del gobierno, y en gran medida la radicalidad de esta creencia permitió el desmontaje del aparato construido por los gobiernos del PRI. En 2018 descubrimos que la corrupción no surge del Estado sino del neoliberalismo, del grupo que ocupó el gobierno por 30 años. Por lo pronto la revolución comenzó: se lanzó una “lucha contra la corrupción” y una “austeridad republicana”.

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