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lunes, 18 marzo, 2024
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El Juego del Calamar

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Por: Mauro González Luna •

He leído comentarios en la prensa, nacional y extranjera, acerca de la popular serie, «El Juego del Calamar». Algunos de ellos la elogian por representar supuestamente una crítica al capitalismo. Ello me orilla a abordar el tema críticamente.

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Es dicho «juego» un conjunto de reconvertidos «juegos infantiles», pero macabros, saturados de sadismo, violencia escalofriante, cuyos perdedores son asesinados al competir por una suma de dinero que ansían obtener para salir de adeudos, entreteniendo a potentados.

Recuerda tal «juego» al circo romano de hace miles de años, donde el césar y la masa contemplaban la lucha a muerte entre gladiadores que ansiaban mejorar su condición, o entre éstos y bestias salvajes; lucha que dejaba la arena enrojecida, poblada de cadáveres y envilecida el alma de los espectadores. Y la peor bestia era sin duda: la masa halagada y rugiente.

Chul Han, filósofo coreano, señala sobre la serie: «Con pan y circo se refiere Juvenal a la sociedad romana en la que no es posible la acción política»; es decir, el circo y la dádiva inhiben la crítica y banalizan el mal prevaleciente. Arendt advirtió ya: «ante la banalidad del mal, las palabras y el pensamiento se sienten impotentes», y más cuando se populariza la maldad. La popularidad no es criterio adecuado para juzgar el valor real de cosas o personas, pues obedece por regla, a falta de sentido crítico, propaganda, demagogia, morbo. Cicerón dijo: el número de tontos es muy abundante. Para juzgar bien hace falta: prudente deliberación, usar la cabeza y no el vientre.

Por otro lado, Chul Han yerra al decir que la serie apunta a que «todo mundo solo se dedica al juego». No, la mayoría de los pobres y miserables del mundo, las víctimas de la historia, que son número astronómico, no tienen tiempo para jugar: son los millones de migrantes pobres desesperados, acorralados, que huyen de violencia y hambre.

Son los niños y niñas utilizados por la trata de menores que los explota inmisericordemente, como los que deambulan por uno de los Metros, cual zombis, ante la indiferencia de los que mucho se divierten. Son los trabajadores con salarios paupérrimos, son los desempleados en búsqueda de trabajo para llevar un poco de pan a los hijos.

La serie carece de verdadero fondo crítico, está poblada de estereotipos, de sangre, como advierte un artículo del New York Times sobre el «juego». Éste naturaliza crímenes sin sentido y deforma la conciencia. Sirve de escuela para que la realidad cotidiana imite campantemente la ficción infernal, y ésta se traduzca en prácticas y usos degradantes en el diario vegetar.

De hecho, en escuelas de varios países se ha imitado ya el popular «juego», donde al niño perdedor lo pueblan de puñetazos, por ahora; después, vaya usted a saber a qué extremos se llegue, si no hay un cambio radical en los sistemas educativos que formen personalidad, carácter, reflexión crítica, tanto en la familia como en la escuela. Sin personalidad, no se vive, se vegeta.

El elogio a dicha serie diciendo que representa una crítica al capitalismo, es insensato; al contrario, lo promueve generando millones de dólares para lo que la explotan. Es un entretenimiento que no provoca respuestas a la desigualdad escandalosa ni a la violencia brutal prevalecientes en tantos lugares, sino consumismo y réplicas de necios y mercaderes.

La necrofilia preside la serie. Mal terrible ese analizado por el genial psicólogo social, Erich Fromm, quien dice: la ausencia de afecto en la sociedad occidental ultra consumista lleva a la necrofilia, entendida ésta como efecto de una vida mecanizada, aficionada a lo muerto, vacía de espíritu, que hace de la persona del otro: mera cosa desechable como clínex.

La crítica debe hacer un llamado apremiante a la resistencia para remontar la iniquidad del presente, a través del arte, como el de Dickens y Orwell; de la filosofía, como la de Maritain y Huxley; del «saber de salvación», como el del primer Max Scheler; de la universidad formadora, como la del rector Barros Sierra en tiempos aciagos que se reiteran en el tiempo, ya que la política padece esclerosis y miopía avanzadas.

Exhortación para desterrar: banalidad, silencios culpables, indiferencia, falta de sentido crítico, dependencia de ídolos de barro, tribunales supremos politizados y de poca monta, desprecio con tufo dictatorial a leyes y constituciones, capitalismo radical triturador de la justicia, jacobinismos trasnochados, colectivismo destructor de pluralismo, ideologías de moda, de género, fundadas en caprichos que trastocan el orden natural.

Resistencia como la de los Macabeos en la antigüedad, la de O’Connell, el patriota, en la Irlanda católica, la de Gandhi en la India y, sobre todo, la resistencia de todas las víctimas de la historia encabezadas por el Nazareno y su Buena Nueva de amor incondicional, como lo dice el último Horkheimer.

Dedico este artículo al pueblo noble del estado de Zacatecas, anhelante de paz y seguridad; y a Bernardo Pérez Balderas, infatigable luchador social, hombre y amigo cabal. Volveré a escribir en enero de 2022, si la Providencia lo permite. Felices pascuas navideñas.

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