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lunes, 18 marzo, 2024
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‘Cómprame un Revólver’: cuando el futuro nos alcanzó

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Por: ADOLFO NÚÑEZ J. •

La Gualdra 395 / Cine

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En un futuro no muy lejano, en una región no especificada de México -que parece estar ubicada en el norte del país- conocemos a Huck (Matilde Hernández), una niña que vive en compañía de su amoroso padre (Rogelio Sosa), quien a su vez es un atormentado drogadicto. Ambos dan mantenimiento a un destartalado campo de béisbol que todas las noches es visitado por un grupo de narcotraficantes. En el día, Huck pasa su tiempo libre con otros tres niños solitarios -uno de ellos sin un brazo-, quienes le comparten a la niña las experiencias de violencia y encierro que han sufrido por parte de la delincuencia organizada, así como sus deseos de tomar retribución algún día. Cuando llega la noche, la niña debe utilizar una máscara y fingir que es un varón; también tiene que estar encadenada para no ser robada por los violentos sicarios y así evitar sufrir el mismo destino que su hermana y su madre, ambas desaparecidas años atrás. Así pues, padre e hija se ven obligados a sobrevivir el día a día en un entorno caótico donde imperan los disparos, el dolor y la muerte.

Con Cómprame un Revólver (2019) el cineasta Julio Hernández Cordón confecciona un mundo de apariencia distópica con reminiscencias a los espacios polvorientos, desérticos y postapocalípticos de Mad Max, donde la violencia extrema es la única manera de sobrevivir. México es representado como tierra de nadie, un páramo desolado donde el tiempo no avanza y es controlado por los cárteles de droga. Un sitio donde los niños son encerrados en jaulas de pájaros y las mujeres desaparecen todos los días, y que Cordón bordea como una realidad alternativa de un país sin ley cuyas estructuras sociales se vuelven cada vez más frágiles.

A su vez, el filme cobra claros paralelismos con The Florida Project (2017) en torno a los vínculos entre padre e hija, y que muestra una relación de amor incondicional en la que ambos deambulan por escenarios repletos de incertidumbre y peligro, pero donde la esperanza y el deseo de sobrevivir prevalecen por encima de todo. Impulsada por la curiosidad e inquietud de cualquier niña de su edad, Huck se pasea de un lado a otro para explorar y conocer sitios nuevos del paisaje desértico. En ese sentido, el cinematógrafo Nicolas Wong sigue los pasos de la niña, de tal manera que los juegos de cámara se adaptan y mutan de modo impredecible a los movimientos de la protagonista, y que dotan al filme de una percepción al entorno por completo subjetiva. El realizador utiliza esta perspectiva para jugar con el realismo mágico, como en la secuencia donde a manera de fantasía trágica y a través de una toma aérea, muestra las consecuencias de un conflicto armado donde el daño colateral se indica mediante dibujos de cadáveres en el suelo; también la escena en la que los niños hacen un juego de pantomima y sonido de un partido de béisbol, en el cual no hay bat ni pelota, sólo imaginación y esperanza, como si éstas fueran las últimas herramientas para confrontar la enorme crueldad que los personajes viven día con día. El director Julio Hernández Cordón construye un mundo inhóspito y repleto de sangre que se vuelve la herencia de niños perdidos en el país donde nunca jamás podrán recuperar su inocencia, ya que ésa será la única manera en la que lograrán mantenerse con vida. Porque si le enseñas a un niño cómo usar un arma, es seguro que la utiliza en tu contra.

 

 

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