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viernes, 26 abril, 2024
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Subjetivaciones rockeras / Las experiencias mística y estética (2 de 2)

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Por: FEDERICO PRIAPO CHEW ARAIZA •

La experiencia estética, por su parte (leer, por favor: http://ljz.mx/2016/08/17/subjetivaciones-rockeras-las-experiencias-mistica-estetica-dos-post-datas-1-2/), es más democrática, por decirlo de alguna manera. A diferencia de la experiencia mística, que está reservada a unos cuantos iluminados, cuyos trabajos previos de preparación tuvieron que ser realmente exhaustivos, la experiencia estética le es propensa a cualquier persona, de hecho, casi todos los que están en contacto con algún ejercicio artístico han tenido, en algún momento de sus vidas, un fenómeno de esta naturaleza.

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Si bien hay que tener cierta disposición para vivir una experiencia de ese tipo, no se requiere en lo más mínimo de una preparación o de estudios previos para vivirla, ya que su objetivo no es exclusivamente el intelecto; de hecho, se mencionó con anterioridad que dicho fenómeno implica la suspensión de la conciencia.

En el momento de su aparición, lo que prevalece es una emoción indescriptible que rebasa al individuo y obnubila su pensamiento; se trata de un breve instante en el que el tiempo parece estirarse, alentarse, aunque nunca lo suficiente. Tras ese arrebato, ese embelesamiento de los sentidos, esa enajenación de las emociones, la vida se verá de diferente manera.

Una vez que se tiene una experiencia estética, el espectador, como llevado por una sutil adicción, habrá de ir en busca de la siguiente, y en ese afán explorará nuevas propuestas, proyectos y creaciones artísticas que le permitan vivir una vez más aquel breve instante en el que el placer logró abstraerlo de su entorno circundante, y le desveló una realidad oculta a la simple vista, pero capaz de brindarle más plenitud a su existencia. Definitivamente, después del fenómeno en cuestión, la vida será diferente.

Si el espectador fue realmente conmovido en esa búsqueda por vivir nuevamente la experiencia, habrá de llegar más allá de lo que se le ofrece a primera mano; explorará nuevas vertientes estéticas y llegará a sus fuentes, pasará (por poner un ejemplo) de ser un simple escucha de la música a ser un melómano o, por qué no, un músico o un musicólogo. Ingresará a un taller artístico o se interesará en la lectura de textos sobre la expresión artística de su preferencia, querrá documentarse más, todo en el afán de intensificar la fascinación.

La intención del presente texto es explicar de manera coloquial, a muy grandes rasgos y desde vivencias particulares, lo que son las experiencias mística y estética. Vale también señalar que si bien el fenómeno (estético) se caracteriza en la inmensa mayoría de los casos por un placer inconmensurable, no siempre es lo bello lo que lo provoca, de allí que la Estética, como rama de la Filosofía, establece varias categorías capaces de mover a los sentidos y a las emociones, a una vivencia de la naturaleza a la que se refiere el presente escrito.

Hay que insistir en que el fenómeno, pese a que puede, por decirlo de alguna manera, afectar a cualquier persona con un mínimo de disponibilidad a ser movido a ese estado y se limita a un breve estado de tiempo, ha merecido, al igual que la experiencia mística, profundas reflexiones de algunos de los más importantes pensadores en la historia de la humanidad, de allí que no resulte extraordinario encontrar importantes tratados y una interesante variedad de tesis alusivas al tema, siempre dignos de leerse con detenimiento.

Cualquiera podría válidamente preguntarse ¿cuáles son esas obras que mueven a la experiencia estética? El detalle es que no existen obras específicas capaces de mover a vivir ese fenómeno, puede ser cualquier creación artística; de hecho, se podrá confrontar una obra considerada universal por los más conocedores, y permanecer indiferente ante ella, o estar frente a otra que esté lejos de tales consideraciones, y sentirse arrebatado ante su presencia.

Otra pregunta válida sería: ¿Qué característica en la obra de arte es la que puede llevar a tener una experiencia estética? Y la verdad es que también resultaría difícil, por no decir imposible, ofrecer una respuesta plenamente satisfactoria; podrían ser, por mencionar algunos ejemplos, ese discreto escurrido o pequeña mancha o punto en una obra pictórica (vale recordar nuevamente La insoportable levedad del ser); aquel pasaje inesperado en una novela; la imagen que un poema puede generar en la imaginación del lector; la discreta figura de un flautín en una obra sinfónica, o la aparentemente desapercibida inflexión de voz de una soprano o un tenor durante su interpretación.

En buena medida, depende del receptor, y de ello se encarga otra interesante vertiente filosófica conocida como estética de la recepción, de la que seguramente se hablará en próximas entregas. Da la impresión, en cualquiera de los casos, de que será la obra la que atrape al espectador dispuesto a dejarse sorprender, todo será cuestión de estar siempre apresto para ser envuelto y transportado, gracias a la magia del arte.

Post data 1: Uno de los personajes más sobresalientes del grupo Hiperión (leer la post data 1 anterior), quizá la mente más privilegiada de dicha pléyade, fue Emilio Uranga; no obstante, en su primer momento, defendió tesis similares a las que se han mencionado en las anteriores entregas, en las que se construye una imagen poco afortunada del mexicano, que para él era “un ser de infundio, con todos los matices de disimulo, encubrimiento, mentira, fingimiento y doblez que entraña la palabra, pero principalmente con ese rasgo de carencia de fundamento o de asidero a que nos lanza de inmediato la etimología del vocablo» (Hurtado, Guillermo, 1994, «Dos mitos de la mexicanidad», Revista Dianoia, vol. 40, pp. 263 – 293, México D. F., p. 281).

Es esa falta de asidero espiritual lo que lleva al mexicano a imitar lo extranjero en un afán de ser mejores seres, más plenos, y al mismo tiempo, lo que le condena a su soledad (Ibid. pp. 281 y 282). Para Uranga, los vicios y defectos son lo que constituye la esencia del hombre, así que el mexicano (en un flaco favor), al ser más vicioso y defectuoso, más accidentalizado, es más humano que el resto de la humanidad (Idid. cf. p. 286).

Samuel Ramos fue otro de los integrantes del Hiperión[1], y él, al igual que la mayoría de sus compañeros, poseía una imagen negativa pero superable del mexicano, ya que de entrada lo presenta como un ser con un profundo complejo de inferioridad, pero que puede superarlo actuando sin prejuicios y evitando caer en chovinismos (Ibid. pp. 266 y 267). Más realista era la postura de Antonio Caso, para quien el fin de la Revolución significó el fin de una cosmovisión y la necesidad de encontrar una nueva, acorde a la realidad de ese momento. (Ibid. p. 265). Salvador Reyes Nevares fue quizá el que tenía la más positiva opinión del mexicano, al invitarlo a demostrar que la cultura mexicana está a la altura de cualquiera en el mundo (Ibid. p. 272).

Después de esas calificaciones y conceptualizaciones de lo mexicano, predominantes durante casi todo el siglo 20, y de las que aún persisten las secuelas en buena parte del subconsciente colectivo, tanto del pueblo, como de las élites en el poder, no es difícil imaginar porqué personajes como el candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, Donald Trump, tienen tal concepto de quienes viven del otro lado de la frontera sur de su país. Lo que sí resulta duro de aceptar es que hayan sido mexicanos los que formularon, en buena medida, esa imagen sobre lo mexicano.

El error que cometió la mayoría de los integrantes del grupo Hiperión, y algunos pensadores posteriores, fue el hecho de afirmar que exista sólo un tipo de mexicano, algo que a estas alturas resulta impensable, ya que México es muchos Méxicos; se podría decir en buena medida que —debido a la diversidad de cosmovisiones, tradiciones, usos, costumbres y culturas que conforman este país, algunas tan cercanas territorialmente pero tan profundamente disímiles— el territorio mexicano es multinacional; quizá, en un remoto caso, ésa sería la constante; por lo tanto, resultaría muy complicado elaborar un concepto unívoco de lo mexicano.

El peso ideológico formulado durante el periodo de duelo posrevolucionario es difícil de evitar, ya que además tampoco se debe negar que encuentra raíces mucho más profundas en la historia de México, desde que esta región fue bautizada como la Nueva España. Para el historiador Pedro Salmerón, en su artículo titulado Más allá del racismo: loshijos de la chingada’ (http://www.jornada.unam.mx/2016/07/26/opinion/016a2pol) citado anteriormente, lo primero que ayudaría a superar ese lastre sería rechazar esos argumentos ontológicos esencialistas sobre lo mexicano, y entender que eso que se dio en llamar la “raza mestiza” no es más que un mero constructo histórico-social. Resultaría fundamental, señala Salmerón, combatir vicios como el racismo, el sexismo, el clasismo (hoy tan sonado) y cualquier forma de discriminación, que, hay que decirlo, no son exclusivos de los mexicanos.

El filósofo Guillermo Hurtado, en su ensayo citado, coincide en que es imposible encapsular lo mexicano en un solo concepto (Ibid. p. 283), y peor aún, que lleve como principal distintivo sus defectos. Sostiene que las reflexiones en torno a lo mexicano son un tema ya superado, y que lo mejor es asumir que tanto los dominadores como los dominados son iguales en su calidad de seres humanos, con sus vicios y sus virtudes para, a partir de eso, luchar por la dignidad y una “independencia plena” (Ibid., cf. p. 289).

«Puede bastar —apunta Hurtado— con tener alguna simpatía por las culturas de los otros y quizá (…) sólo baste la tolerancia genuina» (Ibid. p. 286), tolerancia que también debe ser exigida a aquel que ve en el mexicano una alteridad irreconciliable. El tema, aunque ya parece superado, no deja de tener sus ecos en estos días con los matices propios de las circunstancias actuales.

Hay que insistir en que no todos los extranjeros ven a los mexicanos como las personas amigables y simpáticas, y la situación se agudiza cuando al interior del país se hacen manifiestas las expresiones de desprecio de los ahora bautizados como ladys, gentlemen o mirreyes, que no es que sean un fenómeno nuevo, sino más visible gracias a las redes sociales. Definitivamente se deben fomentar con mayor ahínco los valores fundamentales de la tolerancia y el respeto. ¿O usted qué opina, estimado lector?

Post data 2: Aprovecho el espacio para extender una atenta invitación a mis lectores para escuchar todos los miércoles, a las 20:00 horas, el programa radiofónico El Rostro de Dionisos, en el que se habla de arte, cultura y humanidades, y en el que escucharemos interesantes propuestas rockeras. La cita es en www.radiokaosrock.com.

Φ

[1] Llama la atención que en la película Hombre en llamas (2004), el personaje que representa al padre que entrega a su hija Pita para el secuestro lleva el mismo nombre: Samuel Ramos (¿coincidencia?). Dicha cinta es digna de análisis en varios puntos, algunos de ellos relacionados con el tema de esta post data.

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