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viernes, 17 mayo, 2024
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Maximiliano Sauza Durán ‘Los dioses que huyeron’

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Por: BEATRIZ PÉREZ PEREDA •

La Gualdra 606 / Entrevistas / Literatura

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Con Los dioses que huyeron, Maximiliano Sauza Durán (Querétaro, 1993) obtuvo el Premio Latinoamericano de Primera Novela Sergio Galindo en el 2020, la novela es un alucinante recorrido por los gustos y conocimientos de este escritor que estudió Arqueología y Literatura, un universo personal construido con minucia del cual Los dioses que huyeron es sólo la espina dorsal. Desde la periferia de las “grandes ciudades culturales” del país, Maximiliano escribe y traduce con paciencia y comparte a sus alumnos las luces y asombros de la poesía, en esta entrevista nos habla sin reticencias de las dificultades para publicar, de la retribución del trabajo cultural y de sus nuevos proyectos.

 

Beatriz Pérez Pereda: Uno de las primeras impresiones que tuve al leer tu novela Los dioses que huyeron fue que era una novela ambiciosa, y con esto me refiero a que se sale de la línea de lo que hoy está en las mesas de novedades editoriales, es más, pareciera que busca ir en contra: tema, estructura… y sin embargo, acaba de ser reeditada, ¿cuéntame un poco de cómo surgió esta novela y cómo te sientes con la reedición?

Maximiliano Sauza Durán.: Los dioses que huyeron surgió como un mosaico de mis intereses y obsesiones de toda la vida. Estudié Arqueología y luego la maestría en Literatura Mexicana, ambas en la Universidad Veracruzana, y esta novela de alguna manera es una síntesis de eso. Mucha gente no entendía mi cambio entre una y otra disciplina. Esta novela es el intento de saldar deudas conmigo mismo, como una manera de llenar huecos en la historia, metamorfoseados en ficción. La novela narra, en 24 capítulos (clave homérica), la invención de la idea del Nuevo Mundo. Es, por un lado, una historia de la arqueología, de la evolución de la lengua, del pensamiento antropológico y un intento de crear una mitología propia a partir de las ruinas que nos merman y construyen. Como arqueólogo, me han fascinado siempre los relatos de anticuarios, viajeros y cronistas. Como escritor, creo que es allí, en el escarpado terreno de la ficción histórica, donde hago mi propia arqueología. Agradezco mucho que llames “ambiciosa” a Los dioses. Quizás esté mal que yo lo diga, pero sí me considero un autor ambicioso (y con esto no quiero decir que me considere bueno; son costales distintos). Amo las etimologías y los arcaísmos. Trabajo muy duro en mis escritos y los reviso una y otra vez. Si no tengo talento, al menos me jacto de ser sistemático y meticuloso. Lo mismo ocurre con las influencias. No tengo pelos en la lengua para señalar cuáles autores admiro y cuáles no me interesan. Aunque admito que a veces me dan ñáñaras reunirme con otros escritores y sentir sus inquisiciones al decirles que me encanta la poesía de Octavio Paz o que entre mis novelistas favoritos están Victor Hugo o Lev Tolstói. Decir esto en una ciudad tan pequeña como Xalapa es como vivir en la Edad Media y andar por el mercado con una campana de leproso colgándote del cuello. A veces la eminente república de las letras es más bien una pedestre aldea mal empedrada.

 

BPP: Tengo entendido que Los dioses que huyeron es parte de un proyecto más amplio, platícanos un poco si desde un inicio esto fue tu intención o algo que surgió ya en el proceso de escritura, cómo te imaginas que será este universo cuando en algunos años esté todo publicado.

MSD: Comencé a escribir primero (8 de enero de 2018, según mis diarios) una novela sobre Sor Juana. Pero entre el universo que más o menos dominaba, es decir, el del cosmos mesoamericano, y el del siglo XVII, que es el de la Décima Musa, había un lapso en el que me encontré desarmado. Al intentar entender la génesis de un monstruo como Sor Juana y la transformación del pensamiento mexicano a través de la Conquista y la Colonia hasta llegar al mundo moderno, fueron surgiendo episodios que estaban íntimamente intrincados, y se fueron convirtiendo en novelas, cuentos, ensayos, poemas y pequeñas piezas teatrales, entretejiéndose unos con otros. Así, por ejemplo, la historia de un Carlos de Sigüenza y Góngora, íntimo amigo de Sor Juana y pionero de la arqueología, se hermana con la de su émulo jesuita, Francisco Xavier Clavijero, cien años posterior. Eso de repente se hilvanaba con episodios de la destrucción de los códices mexicas hacia el siglo XVI, o el descubrimiento de la tumba de un rey maya en el siglo XX. Me di cuenta de que la historia es una urdimbre más fantástica que el ovillo de la ficción misma… Todo esto, en suma, es una novela que ya estaba allí, fuera de mí, y mi intención ha sido desde hace 8 años escribirla. Son cinco libros inéditos de una novela total titulada Tzompantli —el único publicado es el de en medio: Los dioses que huyeron. (Por berrinche la llamo “novela total”, pero podría ser también un “ciclo narrativo” o una “saga”.) Si te soy sincero pierdo poco a poco la esperanza de verla publicada. En 2023 tuve 5 rechazos editoriales de los que al menos dos fueron de sellos importantes. Sé perfectamente que si Los dioses logró publicarse fue gracias al premio que ganó, y si en ese premio no hubiera sido jurado una novelista española que hace ficción histórica, Raquel Martínez-Gómez, mi novela no hubiese visto la luz. El resto del Tzompantli no ha tenido la misma suerte. Por fortuna, Los dioses se agotó y reimprimió —una larga lucha, ya que la Editorial de la UV (que la publicó) no es un sello comercial, y son raros los libros que logran agotarse y reimprimirse. Sumémosle a eso que soy un pésimo mercadólogo de mí mismo, que mi única red social es el otrora Twitter y que nunca he pretendido buscar fama ni éxito en las grandes capitales culturales como CDMX, Guadalajara o Monterrey. Mas ya varias veces he presentado de nuevo la novela y ha seguido vendiéndose; aunque ninguna otra editorial ha querido hacer un tiraje mayor o publicar otro libro del Tzompantli.

 

BPP: La figura y obra de Sor Juan Inés de la Cruz está muy presente en tu novela, lecturas, incluso en tu tote bag (vi en redes una foto respecto al meme de moda), dinos cuál es tu fascinación por la poeta novohispana.

MSD: Sor Juana es para mí lo que Virgilio para Dante. Llegué a su lectura gracias a la Maestría, donde, con mi profesor de literatura barroca, Marcos Cortés Guadarrama, leímos el Primero sueño. Fue para mí toda una revelación, y más por ser yo un recién advenedizo del ajeno campo de la arqueología. Mi acercamiento al barroco eran las crónicas de Indias, los historiadores novohispanos, pero encontrarme con Sor Juana fue hallar el puente entre ese antiguo, perdido mundo, y el moderno (que me encanta) del Boom latinoamericano y autores como Pacheco, Garro o Del Paso. Una curiosidad: entre las clases que doy en la prepa Anáhuac de Xalapa están la de Literatura Mexicana y un taller de Escritura Creativa. A mis estudiantes los he puesto a leer el Primero sueño en clases (los coloco en círculo, quito siempre los celulares, voy leyendo en voz alta y ellos siguen la lectura en fotocopias) y hacemos diversos ejercicios como dibujar en el pizarrón lo que van viendo del poema, y cosas así, y, contra todo pronóstico, ha resultado un verdadero éxito; es un deleite presenciar cómo los adolescentes se emocionan con Sor Juana. La misma emoción que yo sentí contagiada de maestros como Marcos Cortés o Martha Lilia Tenorio. También hemos leído y comparado el Primero sueño con Piedra de Sol (de Paz) y los resultados me dejan siempre sin palabras. La última novela del Tzompantli es sobre Sor Juana. También publiqué con la UV una antología que anoté y prologué de esta fascinante poeta: Quedando a la luz más cierta.

 

BPP: Por último, cuáles son tus proyectos a corto plazo, qué estás leyendo ahora o qué libros recomiendas a nuestros lectores.

MSD: Ahora tengo en pie la publicación de 3 traducciones (del inglés, náhuatl y francés). Cada año publico menos, porque me voy haciendo más exigente con mi escritura y ya casi no acepto publicar o participar en eventos sin alguna remuneración —al menos cuando no me interesan. A veces cedo sin ningún problema un cuento o un ensayo, o participo en alguna presentación a la que me invitan amigos o escritores. Pero sí me resulta incómodo y hasta ofensivo cuando las instituciones públicas dedicadas “a la cultura” no le pagan a los artistas que participan en sus eventos o publicaciones. Lo entiendo de particulares con recursos limitados, colectivos, librerías independientes u otros escritores en las mismas condiciones que uno, pero curiosamente son éstos los que sí se preocupan por darle alguna remuneración a los artistas. Es impresionante cómo cuando participo en eventos no estatales suelo recibir alguna remuneración, sin yo solicitarla. Por iniciativa propia los mismos libreros y escritores se atreven a convocar autores, sabiendo que eso incluye pasajes, tiempo, preparación, etc. En cambio, los peores tratos que he recibido han provenido de instituciones públicas. Una vez un instituto de cultura de Veracruz hizo una presentación en Xalapa de una novela que yo traduje ¡y yo no fui ni siquiera avisado! (Me enteré dos días después de que fue presentada.) Este tipo de cosas han hecho que reduzca mis actividades literarias a lo esencial, a lo que sí me interesa. Pero baste ya de eso. Mis recomendaciones: hace un par de años que me interesa mucho la ficción moderna del universo grecolatino. Me gustan las nuevas traducciones al inglés que hizo Emily Wilson de las obras de Homero. Hay también muy buenas novelas y ensayos que recomiendo para despertar el interés en los clásicos: El infinito en un junco; de Irene Vallejo; Penélope y las doce criada,s de Margaret Atwood; la serie de novelas sobre la dinastía Claudia de Robert Graves (que tiene una adaptación extraordinaria de televisión producida por la BBC). También leí hace poco los maravillosos ensayos de Alfonso Reyes sobre Grecia. He traducido (lamentablemente tampoco he podido publicarlo, porque los derechos son carísimos) las Memorias de Adriano, de mi adorada Marguerite Yourcenar, y continúo traduciendo todo lo que ella escribió sobre Grecia y Roma. Algunos de los autores latinoamericanos contemporáneos que más me gustan son María Negroni, Pablo Monoya y William Ospina. Hoy en día leo Carrie, de Stephen King.

Fragmento de “Los huéspedes”

(Una novela sobre Lev Tolstói)

Por Maximiliano Sauza Durán

 

Anoche dormí mal. Pensé: ¿Y si Cristo fuera la cruz de la Cruz? Me dije: si estoy vivo, mañana meditaré al respecto. Me encuentro al cabo de muchos años, releyendo mis viejos diarios, ordenando las antiguas cartas, y me causa una enorme impresión el río de mi vida. La vanidad, hermana de la culpa, el amor propio, hijo del egoísmo, han sido mi calvario, y yo sólo he dedicado mis días y sus horas a prolongar la carga inmensa de ser feliz, de vivir plenamente, de ahogarme en vasos de agua, sin pertenecer a ninguna casta, y percatarme de que sólo tengo la farsa y la falacia por herencia. Tal vez, me aventuro, si Cristo viniera en nuestros días y publicara el Evangelio, la gente seguiría sin leerlo, pero abarrotaría las iglesias con tal de obtener su autógrafo —su ejemplar firmado, y adiós. ¿Qué cruz cargaría Cristo en un mundo como éste? ¿De qué cargos sería inculpado, con quién hubiera cenado por última vez, a quién le hubiera lavado los pies, quién lo arrestaría, dónde predicaría, quiénes serían sus discípulos, quién se lavaría las manos, quién lo negaría tres veces antes de que cantara el gallo, quién sería rociado por su sangre, quién, arrepentido, se atrevería a decirle: “Acuérdate de mí cuando estés en tu reino” y a quién le respondería: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso”?

Si Cristo viviera hoy en día, ¿el Evangelio qué sería? ¿Memorias póstumas, ficción especulativa, una comedia de enredos, una autobiografía novelada, o los diarios testimoniales de un puñado de fanáticos licenciosos? ¿Qué haría para predicar Su Verdad? ¿Qué le daría Pilatos, dónde estaría la Gran Ramera, cuál sería Roma, qué villa llevaría el nombre de Belén? ¿María Magdalena se echaría a sus pies, quebrada en llanto, o cobraría sus regalías? ¿Habría pago por evento por asistir a la Crucifixión, habría recuerditos chinos de la Pasión, pulseras de fantasía con imágenes escatológicas, Barrabás y los mercaderes del Templo desaprovecharían la oportunidad de vender camisetas con la frase: “¿Por qué me has abandonado?”?

Fiódor Mijaílovich Dostoievski especuló en Los hermanos Karámazov qué pasaría si Cristo hubiera llegado a la Sevilla del siglo XVI, y qué le hubiera reprochado el enérgico, nonagenario, rector de las almas, el Gran Inquisidor, emperrado por Su abandono a nuestro albedrío, dejándole en claro que la razón y la libertad son la peor condena que Dios le pudo dar al hombre. Cristo no respondió, pero le dio un beso en la mejilla.

Antes que Dostoievski, del otro lado del mundo, a finales del siglo XVII, sor Juana Inés de la Cruz escribió en una epístola que la mayor fineza de Cristo fue no tener finezas para con nosotros. Decía Tolstói: Cada uno tiene su propia cruz, su propio yugo, no en el sentido de carga, sino en el sentido de un propósito vital, y si no consideramos la cruz como un peso, sino como un propósito, nos será más fácil llevarla.

Pero, sigue mi duda: ¡¿Qué pasa si yo soy la cruz de mi cruz?!

Así pues, el hombre, liberado a su albedrío, no es más que su propia cruz. La cruz misma imita la forma del crucificado. La cruz es el jeroglífico de nuestro sufrimiento, nuestra expiación y nuestra culpa. Dos aristas y un vértice: el corazón, albergue amistoso del alma. Te asomas al Universo y ves la Vía Láctea. Te asomas a la Vía Láctea y ves el Sistema Solar. Te asomas al Sistema Solar y ves el Mundo. Te asomas al Mundo y ves tu cuerpo. Te asomas a tu cuerpo, extendido en la cama o tendido en el féretro, y ves —el alma. Y te percatas que eres una inmensidad desbordada, y la cárcel de tu cuerpo, un préstamo efímero y delicado, sólo resulta útil en la medida en que tu alma intersecciona las dos aristas de la cruz que eres. Pero el equilibrio es imposible. Quizá, como decía Angelus Silesius: “Si el paraíso no está en ti, nunca entrarás en él”. Tal vez Henri-Frédéric Amiel tuvo razón: “Cuanto más repudies tu cruz, más pesada se volverá”.

 

 

 

*

Maximiliano Sauza Durán (Querétaro, 1993) es Licenciado en Arqueología y Maestro en Literatura Mexicana, ambos títulos obtenidos con Mención Honorífica por la Universidad Veracruzana. Premio Arte, Ciencia, Luz 2016 (UV), Premio Teotihuacan 2017 (INAH), 3er lugar en el VI Concurso de Poesía a la Ciencia 2019 (UV), Mención Especial en el Concurso Internacional de Ensayo Joven 2018 (FCE), finalista del Primer Concurso de Ensayo Miguel León-Portilla 2018 (Artes de México-UNAM). Premio Latinoamericano de Primera Novela Sergio Galindo 2020 con Los dioses que huyeron (UV: 2021, 2022 y 2023). Ha publicado poesía, cuento, ensayo y traducciones en revistas como La Palabra y el Hombre, Círculo de Poesía, Enchiridion, Fuimos peces, Pliego 16, Periódico de Poesía, Casa del tiempo y artículos especializados en libros académicos. Otros libros suyos: Los monstruos de marzo (León: Montea, 2016), Ruinario (Querétaro: Miguel Ferro Editio, 2020; en coautoría con Venancio Sauza Vega) y Quedando a la luz más cierta. Antología de sor Juana Inés de la Cruz (selección, prólogo y notas; Xalapa: UV, 2020).

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/lagualdra606

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