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lunes, 6 mayo, 2024
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De antiprólogos y cosas peores: a propósito de un libro de Aldous Huxley

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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO •

En sus “Pensées sur la Cométe” de 1683 Pierre Bayle no pierde oportunidad de citar en abundancia a las nuevas autoridades de esos tiempos luminosos: los viajeros que recorrían el mundo y descubrían nuevas costumbres, inusitados arreglos institucionales, desaforados tipos humanos, economías insólitas y cielos nuevos. Paul Hazard, en su obra “La Crise de la conscience erupéenne” de 1935 -traducida al castellano en 1941 por Julián Marías- intenta describir eso como la aparición de una nueva psicología en Europa, y pone el contraste entre la descripción que hace Cervantes en la parte II del Quijote del caballero errabundo Don Diego de Miranda, que regresa a casa a bien vivir y mejor morir, siguiendo la sabiduría de los antiguos que recomienda tranquilidad de alma y espíritu, con la nueva generación europea que llegaba a la mayoría de edad en 1680. Una generación para la cual viajar, moverse, descubrir, conocer y contradecir a sus mayores era una obligación.

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Todos comenzaron a viajar y a desear cosas nuevas. Los franceses cambiaban a sus amigos antes que la relación envejeciera, los alemanes viajaban por hábito, por manía, ignorando que apenas unos años antes los viajes eran anatema para sus padres.

Los ingleses viajaban para rematar su exquisita educación en Oxford o Cambridge. Si bien muchas de las obsesiones del período moderno parecen haberse extinguido –el gusto por demostrar la existencia de Dios, o la creencia en los poderes mágicos de la educación- otras parecen mantenerse inmaculadas. Así, el recorrido que realizó Aldous Huxley por el sur de México, Centroamérica y el Caribe en el año de 1933 tiene todo el porte de constituir el culmen de una esmerada educación en Eton. Sin embargo el libro en el que dejo constancia de su viaje “Beyond the Mexique Bay”, reeditado en 2015 por el FCE bajo el título “Más allá del Golfo de México” , no debió haber despertado muchas simpatías en sus lectores mexicanos; aunque dado el tono del libro es dudoso que haya corrido con mejor suerte en Inglaterra. Incluso el prologuista del volumen, Hernán Lara Zavala, decidió titular a su prólogo “antiprólogo”, porque no sentía que debiera escribir el típico texto aburrido, áridamente laudatorio, que tan frecuentemente aparece de adorno en los libros que escriben las sociedades de bombo mutuo. Así que el antiprólogo es levemente crítico, pero desafortunadamente sesgado. Parece que para Lara Zavala lo más importante de un viaje es que el viajero obtenga algo positivo, y resulta que del viaje por México Huxley no obtiene lo suficiente para evitarse escribir frases que podrían pasar por calumniosos insultos –e.g. sostener, en las páginas 299-300 de la edición citada, que las reinas de belleza de 1933 de Etla son aptas para ganar cualquier exposición ganadera-, o que antes de emitir sus impresiones del paisaje con aire de gran conocedor debería haber leído más de arqueología y cosmogonía maya.

Visto así se exige del libro de Huxley algo que no puede dar: precisión científica. Dejando eso de lado el libro es maravilloso, genial, y depara los placeres de “Brave New World” y “Brave New World revisited” antes que la historia de “Ciego en Gaza”  que es de la que Lara Zavala quiere obtener una vindicación de Huxley. Pero no es necesario vindicarlo, ya que el libro es, ante todo, una crítica explicita de las locuras del partido nazi, de los cinismos y bajezas implicados en todo nacionalismo, de los asquerosos hoteluchos de Middlesbrough con sus bañeras sucias y llenas de vellos púbicos y del infame irracionalismo de Bergson.

Lo que resulta irónico es que los antiprólogos del libro prefieren ceder ante el arrebato nacionalista, casi enarbolando el éxito de los programas de la Secretaría de Turismo como contra ejemplos a las blasfematorias diatribas de Huxley. En el libro podemos encontrar inspiradas reflexiones sobre la necesidad de orgías para mantener la paz social, sobre el profundo significado del tiempo para los mayas -del que ignoramos casi todo- críticas acerbas hacia los editores de la catorceava edición de la Encyclopaedia Britannica que arruinaron todo lo bueno de la onceava edición dejando lo malo, su explicación de porqué el matrimonio Maudsley pasó en silencio por Antigua, que a Huxley le parece encantadora. Y, ante la dificultad de atravesar las regiones de Guatemala a pie, nos recuerda que fue la construcción de carreteras lo que le permitió a los románticos del siglo 18 amar y cantar a naturaleza, cuando en el siglo 16 la sensatez residía en detestarla.

En suma, reducir su contenido a unas cuantas frases que parecen oprobiosas es no saber leer el libro, no percibirlo como un todo en el que se articulan contradicciones y emociones candorosas, maravilla y descubrimiento. Un momento inquietante, para el autor y lector, ocurre en Atitlán –paginas 164-167 de la edición citada- cuando Huxley descubre que “El comercio aquí es desinteresado y platónico; el comercio se practica por sí mismo”. Huxley estaba contemplando lo que la conquista española en América, y la civilización occidental en el orbe, estaba aboliendo: otro mundo, ése que los zapatistas insisten en hacernos creer que pueden traer de vuelta. ■

 

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