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sábado, 27 abril, 2024
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A votar

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Por: JÁNEA ESTRADA LAZARÍN •

Editorial Gualdreño 344

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Dentro de una semana amaneceremos con la noticia de quién será el próximo presidente de nuestro país. Nunca como en estas elecciones he visto un ambiente similar; más allá del encono que han generado las campañas entre unos y otros seguidores de los distintos candidatos, me preocupa sobre todo el porcentaje de mexicanos que a estas alturas está decidido a abstenerse de votar. Las razones son muchas y en más de las ocasiones comprensibles; he escuchado, sobre todo a los más jóvenes, argumentar que ninguno de los candidatos responde a sus intereses, que no se sienten representados ni por la persona, ni por las alianzas que han conformado los partidos en su afán de ganar más votos. También los he oído -o leído- decir que las personas seleccionadas por estas alianzas -y aquí me refiero también a los aspirantes a diputados locales y federales, senadores y presidentes municipales- parecen responder más a su ambición por el poder que a la convicción de servir a la ciudadanía, de ahí que muchos de ellos estén más bien ubicados como “chapulines” que como representantes de una ideología política, de un programa que realmente esté comprometido con atender las necesidades del pueblo.

Hasta ahí es comprensible el por qué se niegan o dudan en votar por alguien el siguiente domingo y considero que muchas más personas de las que nos imaginamos están ahora mismo con la disyuntiva de qué hacer. La duda es válida y hasta yo misma he dudado sobre todo con los candidatos locales, muchos de los cuales no sé bien a bien por qué pretenden que volvamos a creer en ellos cuando nos han defraudado en ocasiones anteriores. Aún así saldré a votar y les diré por qué, pero primero pondré en la mesa una historia que ocurrió la semana pasada.

Eran las 11 de la mañana del miércoles 20 de junio, la ciudad estaba en calma; un grupo de infantes de kínder tenía apenas unos minutos de haber entrado al foro del Teatro Fernando Calderón para ensayar su festival de fin de cursos. Cuentan los que ahí estuvieron que de pronto escucharon balazos, la gente que pasaba por ahí empezó a correr. Gritos de “¡Mátalo, mátalo!” fueron proferidos por dos hombres armados que perseguían a un joven de entre 15 y 16 años, desde el Mercado González Ortega hasta las escalinatas del teatro, en donde finalmente cayó el perseguido herido en una mano. Su perro lo cubrió inmediatamente, poniendo su cuerpo como escudo. Los agresores huyeron. Los niños de kínder seguían en el foro mientras todo eso ocurría y eran apenas las 11 de la mañana. La noticia empezó a circular, en redes sociales los comentarios siguieron durante unas horas. Después de eso, nada, silencio. No han pasado 8 días siquiera y nadie ha vuelto a mencionar el tema. Hemos caído en un hoyo profundo, el de la indiferencia, el de la temible y terrible normalización de la violencia. Ya nada parece asombrarnos, ni siquiera el hecho de que era un menor de edad el perseguido para ser asesinado ¿en qué momento dejó de importarnos que era casi un niño?; hemos -y aquí generalizo- aprendido a quedarnos callados, a quedarnos con el “es que andaba en malos pasos”, a atribuirle estos hechos a las malas decisiones de los involucrados, al ambiente en el que se desenvuelven, a la gente con la que conviven… como si nosotros no fuéramos parte de esta misma sociedad que se cae en pedazos.

Lo ocurrido ese día es sólo una de las decenas de historias que podemos haber escuchado los últimos años y no por eso deja de ser importante, no por eso deja de ser triste. La violencia no es la causa, es el síntoma indiscutible de que el sistema político que tenemos no es el indicado, nuestros gobernantes han fallado en el diseño de estrategias. Pero es justo reconocer también que todos hemos fallado; en mayor o menor medida hemos dejado que esto ocurra y no podemos, no debemos seguirlo permitiendo. Por eso voy a salir a votar el domingo, por eso le pido a usted, querido lector, que también lo haga, por quien usted considere más conveniente; por quien usted crea con convicción que puede sacarnos de este atolladero, pero vote, no nos deje la responsabilidad a unos cuantos. El país entero nos necesita y votar es el primer paso para ayudarlo. Estas acciones cívicas también son parte de nuestra cultura, contribuyamos entonces a que ésta sea más sólida y, sobre todo, más justa y democrática.

 

Que disfrute su lectura.

 

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