El primer punto para las listas de los mejores libros del 2016 tiene que ver con la soberbia. Si desde el punto donde se encuentra el que hace dichas listas piensa que es capaz de recomendar en cualquier publicación, periódico, revista, red social, los mejores libros del 2016 lo hemos perdido. Quizás fue su compadre quien le pidió que hiciera la lista, aquel que sacó este año una novela que nadie peló. Quizás y hasta fue encargo de su propia editorial para exponer en la lista los títulos que no superaron las expectativas de ventas.
El hecho es que, sin que nadie se lo pida, este hombre o mujer se proclama juez y parte para dictaminar cuáles fueron los libros buenos o malos del año. Piénsenlo un momento: ¿no creen que es un acto de una soberbia intelectual suprema? Desde su silla de escritorio, frente a la pantalla de la computadora, se condena o se absuelve a las distintas publicaciones del año. Es el juez que nadie le ha pedido que sea, por lo que su calidad moral y ética se ponen en entredicho.
Aun con los bajos índices de lectura que tiene un país como México son cientos y cientos de publicaciones las que se dan a conocer al año, por lo que el que elabora listas de los mejores libros del 2016 en realidad miente, no tuvo tiempo de leer todas las publicaciones (¡imposible!), por lo que no se trata de los “mejores” libros del 2016, y siempre terminará inclinándose por aquellas novedades que le hacen llegar las editoriales o los amigos, quienes siempre gustan de presumir que su libro se tomó en cuenta en una de dichas listas y lo fanfarronean como si realmente éstas importaran.
En las listas de los mejores libros del año casi siempre figuran las mismas editoriales, transnacionales en su mayoría, pocos son los que al escribir sus listas atienden a las editoriales independientes o ediciones pagadas de autor, quienes a su vez tienen publicaciones que realmente merecerían ser tomadas en cuenta en cualquier lista.
Las listas de los mejores libros del año son una mera herramienta mercadotécnica, por eso se publican antes de las fiestas navideñas o de fin de año, el mensaje que se le envía al lector es que si tiene pensado regalar un libro, se le dan las diez mejores opciones para que llegue a pedirlas a las librerías. No se trata de una coherencia literaria, se trata de un mero recurso de un mercachifle.
El espacio con el cuentan los que escriben las listas de los mejores libros del 2016 es limitado, por lo que nadie en su sano juicio podría hablar de “mejor” o “peor” libro, pues necesitaría de más espacio para proporcionar lo que realmente merecería el lector: argumentos sólidos, teóricos, objetivos, más allá de un “me gusta o no”: sí, ya nos dijiste que te gusta, ¿por qué?, ¿realmente vale la pena la anécdota, el tratamiento, los personajes?, o de valerse de la lectura de las cuartas de forros (fenómeno que ocurre con mucha frecuencia entre quienes escriben reseñas de libros) o de los boletines de prensa para creer que saben de qué se trata el libro que están recomendando.
Lo perjudicial de las listas de los mejores libros es que marginan a libros que realmente valen la pena, pero que por distintos motivos no llegaron a las manos de quien hace la lista; se puede pretextar que el autor, por el sólo hecho de serlo, tiene la completa libertad de recomendar libros y estoy de acuerdo, pero dividir los libros en “buenos” y “malos” es un acto irresponsable y maniqueísta, una falta de respeto para el lector.
Los seres humanos somos muy propensos a las listas. En cuanto llega fin de año comienzan a aparecer por todas partes. Nos gusta que se nos diga cuáles fueron las mejores películas, cuáles las mejores obras de teatro, cuáles los mejores discos, cuáles las mejores telenovelas o series. Me niego a creer que tal gusto tiene relación directa con la falta de criterio, pero al parecer así es. Por eso la lista de los diez libros más vendidos de Sanborns. Por eso la lista de los diez discos más vendidos en Mix Up. De alguna manera necesitamos que se autentifique nuestra crítica porque hemos perdido la capacidad y los conocimientos para defenderla. Preferimos irnos por la fácil antes que defender un libro que a medio mundo le parece malo, pero que a nosotros nos gustó. Es lo lamentable de las categorizaciones: nos llevan a perder lo más valioso que tenemos, que es la crítica bien sustentada y argumentada.
Las decepciones de quienes acuden a las librerías y compran los diez mejores libros que sugirió tal autor deben ser impresionantes. A final de cuentas el que queda mal es el autor, quien debería valorar si es conveniente publicar la lista, pero eso de ninguna manera ocurre porque, como ya hemos visto, el hacerlo lo coloca en un pedestal de cartón, en un juez y parte donde consigue capturar a ingenuos lectores, una autoridad literaria risible. Sin embargo, el gasto ya está hecho, el lector regala el libro, el que recibe el regalo se siente bien, pasan unas cuantas semanas y el libro queda en un rincón del librero, mientras quien lo recibió piensa que quizás no le caía tan bien a quien se dio a la tarea de seguir al pie de la letra la lista de los diez mejores libros. ■
