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martes, 7 mayo, 2024
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Memorias de un zacatecano que se desangra

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Por: MIGUEL ÁNGEL AGUILAR •

  • Historia y Poder

Cuando se vive mayoritariamente en condiciones degradantes de la miseria ancestral de los zacatecanos, uno ve a los más ancianos aferrarse a todo vínculo que los mantenga formados en el frenesí social  y del trabajo, forjaron una ciudad, un estado, que hoy es la revelación nacional de mucha productividad, pero también de lacerantes condiciones de injusticia.

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La asombrosa historia zacatecana nos enseña de muchas hazañas de ellos por andar los caminos en condiciones realmente difíciles y el asombro y el tedio nunca dejaran de aparecer en las cifras en que  las célebres minas produjeron la felicidad de unos cuantos y el sufrimiento de miles.

Recuperada la memoria, hacia 1657 en  la veta negra de Sombrerete, en el Cerro del Papanton le daba al Marques del Apartado la friolera de 5 millones de duros anuales y  500 mil marcos extras generando así fuentes de trabajo donde la riqueza siempre fue mal distribuida pero acelerando otros ordenamientos para la fundación de las nacientes ciudades que hoy son la confirmación de esa antigua “Socatecas”.

Y la mortandad tenía altísimos niveles impidiendo que la mayoría llegase a los 45 años de edad ya por epidemias, lo sufrible de las minas, la violencia social que generaba la falta de escuelas, fuentes de empleo y en un ambiente sosegado por la ignorancia y el famoso destino manifiesto de nacer y morir pobres. El colapso social. El exterminio programado.

Con los supuestos adelantos de la ciencia y con el sacrificio de las conquistas laborales de la clase obrera, los niveles de adultez se han elevado, aunque persisten las cifras alarmantes del dispendio y la mortandad.

En mis incursiones por el vasto territorio zacatecano y por nuestra ciudad no ha habido mayor deleite y admiración por la plática con los señores y señoras con sus 80 años a cuestas, lo que me ha permitido comparar, verificar y admirar su notable esfuerzo en donde vieron de todo, desde las asonadas militares, las hambrunas, las huelgas, “los ríos de sangre que literalmente llegaban hasta abajo” y también un dejo de orgullo por haber cumplido con la misión de ver crecer a sus hijos y de haber sostenido sus hogares a base de sacrificio y de la pericia.

Uno de esos venerables ancianos se llama don José Maldonado Frías, 89 años, ya casi sin caminar, durante varias ocasiones tuve la oportunidad de entrevistarlo, oriundo de Jerez, desde  temprana edad tuvo la necesidad de trabajar y de caminar distancias enormes para la venta de leña a la ciudad. Sus memorias son pues más que un motivo de verdadero asombro por esa  ciudad que se fue, a los gobernadores que modernizaron, a los que huyeron a punta de bala, a los que se les recuerda con esmero o se les olvida para siempre.

El sintetiza a muchos de los que he conocido en el horizonte de nuestra patria chica y en mi memoria destacan gente inolvidable de 94 y 96 años con lucidez y curiosidad, que aún se juntan en las plazas domingueras de Morelos, Genaro Codina, Ojocaliente, Nochistlán, Pánuco y Saín Alto y una larga lista donde grabé, tomé fotos, aprendí con esmero y con los ojos bien abiertos.

De todos ellos escribiré lo que me dijeron, lo que me revelaron, lo que me aconsejaron. Y es motivo de relajamiento en la lectura, de modificar las visiones que tenemos de nuestro entorno y de abrazarlos constantemente con un orgullo y admiración que siempre se les debe de tener. ■

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