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lunes, 6 mayo, 2024
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Los hijos de nadie; los huérfanos políticos

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Por: Rodrigo Reyes Muguerza •

El reto de dar respuesta a la desigualdad, nos lleva invariablemente a tratar de entender una paradoja; cómo en un mismo país existen personas con niveles de ingreso tan alto que no lo pueden gastar y al mismo tiempo personas que no saben si podrán comer al día siguiente. La mayor parte del estudio de la desigualdad se enfoca en sus efectos y soluciones. Centrando su atención en analizar las tendencias actuales; qué tan desigual es un país con respecto a otro o cuál es el porcentaje de la riqueza propiedad de los más ricos. La desigualdad en el reparto de bienes económicos produce desigualdad en las oportunidades que cada persona tendrá a lo largo de su vida, creando así un ciclo vicioso que hasta el momento estamos lejos de romper.

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Precisamente, la diferencia substancial entre los países ricos y los llamados países pobres es que el ciclo vicioso de la pobreza no se perpetúa. Por ejemplo, en los llamados países nórdicos (Dinamarca, Suecia, Finlandia y Noruega) el hecho de nacer en una familia de ingreso bajo no implica que esa será su condición para toda la vida. Los mecanismos de redistribución funcionan, asegurando que la desigualdad de oportunidades sea menor. En otras palabras, en algunos países el suelo está más parejo que en otros.”

En Suiza, por ejemplo, se discute la posibilidad de que todas las personas tengan un sueldo base que les asegure tener una vida cómoda. Mientras tanto, en México seguimos atrapados en la discusión sobre cómo incrementar el salario mínimo. En un estudio bastante interesante, José Merino explora la relación entre PIB per cápita y el salario mínimo. Resulta que en la mayoría de los casos los países con un mayor PIB per cápita gozan de un salario mínimo mayor. Existen, dice Merino, excepciones como Qatar, Kuwait, Rusia y por supuesto; México. En otras palabras, el salario mínimo que se recibe en México está muy por debajo de la riqueza promedio del país ¿Qué genera esto? Que todo aquel asalariado no tenga las mismas oportunidades que alguien que no lo es. Peor aún y más doloroso aún, que los hijos de asalariados tengan que correr un maratón para salir adelante mientras que pocos otros tengan que hacer una carrera de cien metros.

Encima de todo esto, en México tenemos otros tipos de desigualdad. Desigualdades que involucran no solamente a los más pobres y a los más ricos sino a personas de todo tipo. En la política, por ejemplo, existen aquellos a quienes sus apellidos les da un pase automático a la vida pública. Se trata de herederos naturales del poder que simulan las monarquías en las que Dios enviste al mandatario. Algunos preparados y otros no tanto, se encargan de perpetuar las ideas de sus padres, generando un grupo político tan cerrado en el que ni siquiera caben los nuevos pensamientos.

En el otro extremo, están los hijos de nadie; ni de la suerte ni de un político. Muchos de ellos quisieran perpetuar las estructuras del poder, pero muchos otros quisieran aportar propuestas frescas. En este caso la preparación juega al revés; no importan las bases o los conocimientos técnicos, no importan las intenciones ni los ideales, si no tienes un nombre de abolengo político estarás fuera del juego. Ante este escenario, surge una pregunta que cala en lo más hondo ¿Cómo podremos de dejar de ser desiguales si en eso se basa la obtención del poder? ¿Cómo se podrán crear nuevas políticas públicas que ataquen este mal si quienes las diseñan se benefician de esta situación?

El máximo ejemplo de la desigualdad de oportunidades en la vida política lo encontramos en las condiciones impuestas a los candidatos independientes. No los que se dicen independientes y vienen de un partido teniendo una gran base de seguidores, sino aquellos que son huérfanos políticos. Ciudadanos cuya carrera en la política se ve marcada por las dificultades de cumplir con requisitos absurdos y que una vez que los cumplen son privados de los recursos necesarios para poder, al menos, dar batalla. Si queremos resolver algo, la igualdad de oportunidades, esa que tanto ha servido en los discursos vacíos, debe de empezar en nuestro sistema político. ■

@rmuguerza

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