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viernes, 26 abril, 2024
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Rituales para este tiempo de incertidumbre

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Por: CARLOS J. VILLASEÑOR ANAYA •

La Gualdra 455 / Tradiciones

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“Cada cultura representa un conjunto de valores único e irreemplazable, ya

que las tradiciones y formas de expresión de cada pueblo constituyen su

manera más lograda de estar presente en el mundo”.

Declaración de México sobre Políticas Culturales para el Desarrollo (1982).

 

 

Percibimos el paso del tiempo a través de los ciclos que vamos transcurriendo. Al celebrar nuestro cumpleaños, un aniversario más de matrimonio o el fin de un período escolar, vamos acumulando una sucesión de ciclos que conforman la historia de nuestra vida. Por ejemplo, la muerte es el fin de nuestro ciclo en este mundo y, para significar esa ausencia definitiva, nuestros deudos realizan aquellas ceremonias y ritos funerarios que les facilitan el cierre de una etapa.

Los funerales son un aparato social que permite dejar clara constancia de un antes y un después en la historia de los grupos a los que hemos pertenecido. De allí la profunda tragedia que viven los familiares de las personas desaparecidas, pues no les es posible realizar los ritos que son indispensables para comenzar a dejar atrás el dolor de la pérdida. En este tiempo sucede un poco lo mismo a los familiares de aquellos muertos por COVID 19, a quienes no se les permite velar el cuerpo de su difunto.

Algo parecido sucede con aquellos eventos trágicos o jubilosos que, por la fuerza de las emociones que producen, se significan como el marcador de un momento especial en nuestra historia: el nacimiento de un hijo, un fatídico terremoto o quizá la realización de un viaje largamente anhelado. Esos eventos salpicados nos dejan también constancia de que ha transcurrido el tiempo, nuestro tiempo.

Sin embargo, a principios del siglo XXI estamos experimentando cada vez mayores dificultades para percibir el paso del tiempo; para saber claramente dónde está el pasado y, a partir de ello, tener consciencia de que estamos avanzando al futuro.

La presencia ubicua de los contenidos en las redes sociales nos hace difícil identificar en qué tiempo se produjo lo que estamos percibiendo, pues podemos ir en un instante de un noticiario en vivo a un documental sobre el medioevo, pasando por las leyendas del rock and roll y la historia de las momias egipcias. O bien, repetir un mismo contenido de manera indefinida. Hoy tenemos la tecnología para replicar la misma canción, idéntica, una, cien, mil o mil millones de veces. Por momentos pareciera que podemos vivir la historia del universo en un momento; o, por el contrario, que vivimos un mismo contenido que se repite continuamente, hasta el infinito.

Por si eso fuera poco, el ya muy largo confinamiento a que ha obligado la pandemia genera la sensación de que todos los días son el mismo y uno solo. Pasa el tiempo, pero pareciera vivimos un solo día, exactamente igual al de ayer y al que será mañana. Incluso, hay ocasiones en que a nuestro cuerpo se le dificulta saber si es hora de dormir o de estar despierto. Conforme se va prolongando ese día que no termina, nos cuesta cada vez más trabajo imaginar un mañana; y, aún más, sentimos una profunda incertidumbre de cómo será el futuro al que no alcanzamos a llegar. ¿Qué lugar ocuparemos? ¿Cómo será nuestra vida? ¿Con quiénes nos relacionaremos?

Gran parte de esa sensación de instante permanente se debe a que las restricciones sanitarias han impedido que llevemos aquellas actividades, ceremonias y ritos que significan el paso del tiempo en nuestra consciencia. Nos hemos visto limitados para practicar nuestras rutinas diarias, reunir a la familia en la comida del domingo, realizar los ritos de la Semana Santa, celebrar el Carnaval, participar en la procesión, conmemorar el fin de cursos o tener un tiempo de vacaciones.

Cada vez que nos reunimos con nuestro grupo social, además de celebrar o conmemorar, lo que hacemos es volver a estar juntos y reconocernos, redefinir aquello que valoramos y queremos que siga siendo parte de nuestra vida personal y signo de identidad de nuestra comunidad.

A través del ritual volvemos a saber quiénes forman parte del grupo, qué papel juega cada uno de nosotros en la tradición y, sobre todo, refrendamos nuestras capacidades de ponernos de acuerdo y hacer cosas entre todos. Es decir, de seguir construyendo un futuro viable y deseado por todos.

Llevar a cabo un rito, una ceremonia o una celebración en comunidad, también nos permite tener certeza que hay algo en lo que participamos que seguirá presente después de que partamos: La Morisma, la Romería de la Virgen de los Zacatecas, las danzas de los Matlachines o el asado de boda, son algunos ejemplos de tradiciones significativas del paso del tiempo y de renovación de nuestra pertenencia identitaria.

Frente a la niebla líquida que nos invade, nuestra cultura nos permite revitalizar nuestras rocas fundantes, hacernos conscientes del paso del tiempo; y, a partir de ello, volver a tener claridad de dónde venimos. Sobre todo, fortalecer la consciencia grupal de que tenemos la capacidad de construir un futuro posible.

Si bien es cierto que las medidas sanitarias seguirán impidiendo por un largo rato más la celebración de los ritos, tradiciones y ceremonias en la forma en la que los hemos llevado a cabo durante muchos años, su esencia puede ser recuperada y expresada en una forma distinta, de manera tal que puedan seguir siendo fuente de cohesión, de producción de sentido social y de construcción de un futuro posible desde lo propio.

Estos “Días de muertos” fueron propicios para que cada comunidad, en ejercicio de su libertad cultural, mediante el diálogo y el consenso de la práctica, definiera la forma en la que recordaría a sus ancestros, fortaleciendo con ello la consciencia de su pasado y la continuidad de su esencia a través del tiempo. Si bien es cierto que las herramientas de la virtualidad modifican la forma, también lo es que facilitan la salvaguardia de la esencia y (como beneficio adicional) propician la convivencia intergeneracional.

Así también, durante las próximas semanas y hasta el 12 de diciembre, será también un tiempo de preparación para recordar el papel que “La Preladita” ha jugado en la continuidad de nuestra comunidad, desde que salió por primera vez para atender las peticiones de protección contra la enfermedad que azotaba a Zacatecas. Su paso sobre las más diversas circunstancias, a lo largo de los siglos, es fuente de inspiración para saber que -como comunidad- también saldremos adelante de esta y de muchas otras.

 

 

 

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