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lunes, 6 mayo, 2024
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Asunto urgente: decencia

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Por: Carlos Eduardo Torres Muñoz •

¿Cómo definiríamos nuestro contexto, entre un poder político y un poder económico en permanente pugna por consolidar, para quiénes los poseen, los privilegios a costa del resto? ¿Hay un punto medio, en esta lucha permanente, en la que el Estado y el mercado nos regresen la capacidad para la toma de decisiones, es decir para el ejercicio de nuestra libertad? ¿Es posible retornar al modelo político cuyo equilibrio impedía la anarquía, pero permitía la democracia, más allá de lo que hoy damos por entendido el limitado concepto? ¿Podemos hacer de la economía el campo para justa redistribución sin obviar el mérito, ni la empatía mínima que nos hace reconocernos como prójimos, semejantes?

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Estas preguntas rondan en la mente de muchas personas, estoy seguro. La respuesta, aunque en muchos aspectos pareciera resolverse con sentido común, no está en la reflexión, sino en la acción misma. Los razonamientos más inmediatos sobre estas cuestiones, han sido rebasados por un individualismo atroz que cada día nos deja más sin opciones para la coincidencia, el reconocimiento mutuo y, por tanto, nos va perdiendo en un laberinto de sectas, sin posibilidades para la coexistencia, menos aún para la colaboración.

Personalmente creo que las interrogantes iniciales y consecuentes, se pueden atajar sí partimos de una necesidad urgente en nuestra convivencia, y, por ende, en la vida pública, en la política: la decencia. Por supuesto que para que podamos aspirar a la decencia, más allá del sustantivo, requerimos verbalizarla. Siendo un atributo, luego entonces, requerimos personas decentes ¿Cómo definirlas? Entre tantas acepciones posibles y en el entendido de lo que ya se ha expuesto, me decanto por lo escrito por Juan Carlos Monedero, en Curso urgente de política para gente decente: La gente decente que está harta pero no quiere ventajas sobre sus vecinos, la que no quiere ni vivir en la derrota ni triunfar por encima de nadie. La que se llena de coraje y dice que no cuando lo fácil es decir que sí o abrazar alguna explicación que nos tranquilice. La que aprende a no tenerle ni miedo ni recelo a la política porque entiende que la política somos, sobre todo, nosotros”.

No vendrá esta decencia necesaria, urgente, de quiénes suponen que el mercado es la solución absoluta. De quiénes se creen entre ellos que el mérito es sinónimo de voluntad. Tampoco de los que creen que el Estado, ese cuerpo político creado para facilitar la felicidad de las personas, es el agente que crea, dota y define la vida de los individuos y la sociedad. El poder, por naturaleza misma, se opone a la libertad. Es necesario, equilibrado, limitado, nunca concentrado. Trátese del Estado, comúnmente recordado, o del mercado, muy convenientemente obviado.

Entre ambos entes, está el origen y razón misma de ambos: la sociedad, como ese conjunto de personas, cada día más diverso, más plural, y también, más desequilibrado y dañado que nunca. No son ni el Estado ni el mercado, pues lo han demostrado ya, los factores para recuperar la posibilidad más amplia de libertad que conoce el ser humano: la dignidad.

La dignidad entendida como lo hemos planteado antes aquí en La dignidad como remedio a la crisis democrática, que es razón, seguridad, derechos humanos, responsabilidad, transparencia, justicia, oportunidad, innovación e inclusión. En el sentido amplio estos elementos deberían ser exigibles tanto al Estado como al mercado.

En México, debe también quedarnos claro, ninguna opción política relevante representa una alternativa en esta dirección. Sí lo que se ha dado por señalar como el período neoliberal, puso el énfasis de su política en fortalecer al mercado, fue también porque el período posrevolucionario, que parece resurgir hoy con el autodesignado título de “cuarta transformación”, lo puso y lo vuelve a poner, en el Estado. Ambas posiciones han sido ofrecidas como única alternativa posible, frente a la otra, obviando o ignorando por conveniencia, la más importante, la tercera: la sociedad.

Un corolario se hace necesario frente a las teatrales posturas de ambos bandos hoy en México, de profunda indignación, que no es sino muestra del excesivo protagonismo que han dado a sistemas, hombres y dogmas. De uno y otro lado, sobran los golpes de pecho, ridiculizándose unos a otros. Mientras tanto, entre el diálogo de sordos entre acusados “neoliberales” y negados “populistas”, nos queda “cambiar golpes de pecho por infranqueables trincheras de dignidad” (Monedero, otra vez). ■

@CarlosETorres_

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