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sábado, 4 mayo, 2024
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2015, y “la delgada cresta por la que debemos caminar” (cuarta y última parte)

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Por: RICARDO BERMEO •

Para cerrar -provisionalmente- esta serie, me interesa bordar algunas ideas en torno al debate entre quienes están a favor de las elecciones, o bien, en contra -promoviendo la abstención y boicot electoral-, partiendo de las tres posiciones que esbozaba, para caracterizar a nivel nacional la coyuntura electoral de 2015, a saber: la primera, la defensa del régimen actual (neoliberalismo armado, para abreviar, etc.). La segunda, la “disruptivo funcional”, finalmente, la tercera, que llamé “disruptivo alternativa”.

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La línea de demarcación entre las tres posiciones, es precisamente, la realización teórico/práctica de una “ruptura democrática” efectiva con -y contra- el régimen actual.

Me interesa, analizar aquí, brevemente,  las posiciones “disruptivo alternativas” (reconociendo que la línea de demarcación es borrosa, con el segundo tipo, “disruptivo funcional”).

¿Qué tipo de “ruptura democrática” efectiva plantean frente –y contra- el régimen actual, aquellos actores que proponen hacerlo por la vía electoral? Pero, también, ¿Qué tipo de “ruptura democrática” efectiva plantean frente –y contra- el régimen actual, aquellos actores  que proponen hacerlo, promoviendo la abstención y el boicot  electorales?

Ambas posiciones se acercan, cuando coinciden en un punto al parecer central, la realización de un proceso constituyente, que desemboque en una Asamblea Constituyente, para cambiar la forma de Estado y el sistema político actual, como un camino necesario para emprender una refundación nacional. Pero se separan, hasta volverse -en algunos casos-  posiciones irreductibles, al plantear su visión político estratégica sobre el papel del Estado, sobre el sistema de partidos políticos, y -por ende- de los procesos electorales, así como el del tipo de sociedad que se propone instituir.

Si evitamos el “fetichismo constitucional”, que ha estallado -ya- por la propia acción del “neoliberalismo armado”, se puede pensar al proceso constituyente, emanado del poder constituyente, como aquellas expresiones de las plurales y diversas luchas que llevan -en acto/de manera efectiva- alternativas y reclamaciones de derechos, como acciones protoconstituyentes, o constituyentes, en la medida en que instituyen prácticas, valores, instituciones (o, significaciones imaginarias sociales) que buscan por la vía del ejercicio de la soberanía popular convertirse en ley. Bajo el principio de que… “no hay decisión [política], sin participación en la toma de decisiones”.

Así concebido, el proceso constituyente, se puede impulsar, alimentar, ir dando forma, tanto desde la vía electoral, cómo desde la vía no electoral,  vinculando -ambas- de manera eficaz, a la iniciativa de un nuevo constituyente, que, desde una prospectiva realista, sería la vía más efectiva, para logar la reconstrucción de México, que integraría –así- al municipalismo alternativo, es decir, formas de verdadera democracia enraizadas territorialmente, en el ámbito local.

A quienes proponen la vía electoral, habría que ver, si integran -entre otros- puntos como los siguientes: comenzando por la democratización de los procesos de selección de candidatos, limitaciones en los salarios, revocabilidad del mandato, limites en la acumulación de cargos, rendición de cuentas combinada con formas de contraloría social, “mandar obedeciendo” o redefinición de modos de permanecer bajo el control ciudadano, es decir cómo hacer surgir las alternativas electorales a partir de una construcción desde abajo, alimentando los procesos de maduración de los movimientos sociales mismos, y evitando la subsunción de la política de los movimientos en la política de los partidos.

A quienes proponen la abstención y boicot electoral, ver si consideran, entre otros puntos los siguientes: definir las formas en que vinculan sus propuestas municipalistas al proceso del nuevo constituyente, o las formas de diálogo con lo institucional que contemplan, junto a otras relativas a la efectividad para incorporar a las mayorías sociales integrándolas en las propuestas de autogobierno (asambleas en donde el pueblo organizado decida cómo distribuir el presupuesto, qué programas y a quién beneficiarían, qué formas de gobierno implementar para ejercer la democracia radical, etc., cuándo y cómo ejercer la soberanía popular dándose -a sí mismo- sus propias leyes, etc.). Como vemos, se trata de un conjunto de medidas que se vuelven incompatibles con el sistema de partidos, y el gran problema sería entonces como lograr que coexistan estos dos estrategias.

De la ausencia de esa “ruptura democrática” en la alternativa electoral, hay experiencias sobre lo improductivo que resulta derivar de ello, el “votar por la opción menos mala”. En cuanto a la segunda, si deriva en la alternativa autonomista, sería necesario evitar el “culto al proyecto de autonomía”, que puede desembocaren una forma de impotencia política, en un momento en que es urgente movilizar a una mayoría social. En ambos casos debería resolverse las formas para articular ambas con la propuesta del nuevo constituyente, multiplicando su capacidad movilizadora.

Si “esa delgada cresta sobre la que debemos caminar” exige una pedagogía política basada en el convencer razonablemente a las mayorías sociales mediante el ejemplo, en 2015… ¿Qué tipo de proceso constituyente podríamos construir en Zacatecas? ■

 

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