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sábado, 4 mayo, 2024
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“…Y Dios Hizo al Hombre a Su Imagen y Semejanza”

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Por: Jorge Humberto De Haro Duarte • admin-zenda • Admin •

Este pasaje es expresado en todas las religiones a lo largo de la historia, Sin embargo, la especie humana no ha demostrado con hechos las manifestaciones de divinidad, sabiduría y bondad infinitas que se atribuyen a los dioses. Al contrario, parece que fuerzas obscuras han creado al terrible depredador, aplastantemente brutal, el equivocadamente autodefinido homo sapiens.

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Desde los remotos orígenes, el hombre ha sido la única criatura cuyo poder de supervivencia ha dependido de su capacidad para transformar la naturaleza en una manera diferente a otras formas de vida en nuestro planeta. Esta característica ha provocado la realización de empresas gigantescas y atrevidas. Pero, a la luz de los resultados, pudiéramos cuestionar el beneficio que esto ha traído al género humano. Lo más dramático e incuestionable son el daño hecho a otras especies con menos posibilidades de supervivencia y el irreversible ocasionado a la Tierra. Parece que hay una lucha despiadada y desenfrenada contra la Naturaleza… y en ese afán transformador hemos trastocado sus designios.

Parte de las manifestaciones de estos alardes, se han revertido contra el hombre mismo, así ocurre con la especulación de alimentos con fines de dominación y colonización en todo el planeta. Los países sojuzgados evidencian insuficiencia alimentaria por causas derivadas del propio sojuzgamiento y los intereses que intervienen. Es notable que en este juego participan tres factores cuya interrelación es más profunda de lo que a simple vista manifiestan: el gigantismo industrial, el armamentismo y la alimentación, los que aparecen en una proporción directa: a mayor industrialismo, mayor acopio de armas y de alimentos. Esta circunstancia, debiera hacer recapacitar sobre un ajuste inmediato en las necesidades de las naciones pobres y los excesos las ricas; pero el meollo del asunto estriba en el acto de intención de los ricos para que los pobres sigan siendo más pobres (eliminando la pobreza, pasarla a la categoría de miseria y posteriormente a una categoría de clase económica extinta), perpetuando así su dominio. Parece imposible una salida hacia mejores horizontes tanto para los ricos como para los pobres. El que tiene insiste y persiste en quitar lo poco que le queda a quien prácticamente ya no tiene nada, por medio de la estrategia más efectiva de dominio: la hambruna provocada.

Se ha creado un monstruo siempre despierto que aniquila: la contaminación ambiental. El industrialismo genera una riqueza ficticia que es mantenida por un poder ficticio, sostenidos ambos por los juguetes de los poderosos: las armas. Pero tal proceso ha deteriorado tierras, aguas y aire, que pronto no producirán más que la muerte a todo ser viviente que tenga la mala fortuna de habitar ahí. Los juguetes bélicos se han sofisticado tanto, que su solo uso resulta contraproducente para cualquiera que cometa la tontería de hacerlo; en su ignorancia y prepotencia los poderosos han perdido la visión de que sólo hay un planeta del cual podemos disponer y éste se agota. De seguir con esta tendencia, pronto acabará la tierra fértil, el agua-fuente-de-vida y el aire respirable; cuyo resultado será que los hoy pobres vivirán felizmente muertos, mientras que los hoy ricos vivirán como lacras pagando por su ceguera e ignorancia.

¿Es aún tiempo de detener esta caída hacia la nada? Un poco de esfuerzo de naciones e individuos en la dirección opuesta a lo hasta hoy mostrado como sinónimo de desarrollo, podría ser de gran ayuda para posibilitar la supervivencia humana, animal y vegetal, sobre todo para que siga vivo este maravilloso mundo que nos dio la vida.

Menos industrialización ayudaría a la industria misma y a sus fuentes de abastecimiento; un decremento radical en producción, ventas, pruebas y uso efectivo de las armas, sería un paso trascendental hacia el disfrute de una verdadera paz, además de inflar las reservas económicas de cada nación con los consiguientes beneficios sociales; por último, los beneficios derivados de la descontaminación del ambiente y la reducción de los presupuestos armamentistas pueden canalizarse hacia la producción y la justa distribución de los alimentos y los bienes primarios. No como un práctica de caridad social o de política tradicional, sino como un compromiso de la humanidad de ver y de velar por sí misma, por su lecho y su suelo; con el mismo celo que antes mostró para su accidental e inconsciente deterioro, volviéndonse más responsable de los actos hacia la vida propia y la de los demás.

Si el desarme mundial deja libres a millones de hombres, muchos podrían trabajar la tierra produciendo alimentos, otros construirían escuelas, otros más se educarían para luego hacer lo mismo con los menos privilegiados buscando erradicar el analfabetismo y la ignorancia y, junto a los hoy olvidados sabios y luchadores sociales, promover un esfuerzo mundial que cimiente las bases de un nuevo proyecto de cultura social y su transformación en una verdadera civilización.

En las bases militares, fuertes y cuarteles se construirían hospitales y centros de rehabilitación para sus víctimas. Los fabricantes y distribuidores de armas podrían invertir sus inconcebibles fortunas en la rehabilitación de zonas dañadas por los conflictos bélicos, podrían promover las ciencias, las artes y la difusión de la cultura, aspirando en esta forma a ser los nuevos Nobel.

La riqueza seguiría siendo para los ricos -que serían más-, pero alcanzaría para los pobres -que serían menos- y el mayor tesoro por acumular sería la reconquista del espíritu humano y el del ideal divino apegado a nuestra realidad: en un mundo sano, en paz y bien alimentado, habrá mejores condiciones para amar a nuestro prójimo y a nuestro mundo como a nosotros mismos. ■

 

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