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sábado, 4 mayo, 2024
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Tortas japonesas

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Por: HERÓN EDUARDO DOMÍNGUEZ •

La simpatía popular, a menudo con tintes de veneración, hacia los perseguidos por el poder, no necesariamente por la justicia, ha sido una constante en la historia de los países más diversos: los Robin Hood, los Jesee James, Bonnie and Clyde etcétera han permanecido durante siglos en el imaginario colectivo mucho más como héroes que como villanos y, sobre todo, mucho más como víctimas que como victimarios.

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Y si bien en los países dotados de un entramado institucional generador de beneficios para la mayoría de la población tiende dicha tradición a quedar en los linderos de la leyenda, en países de privilegios y exclusión como casi todos los de América Latina continua como una realidad viva y actuante; y así los sucesores de los Gaucho Bairoletto en Argentina, Desquite en Colombia y Chucho el Roto en México han competido en popularidad con los cantantes, boxeadores y futbolistas más famosos, hasta alcanzar más de uno de ellos su elevación a los altares.

Más aun: en América Latina no sólo la referida tradición ha trascendido los siglos diez y nueve y veinte sino gracias a la exportación de sustancias prohibidas al mayor mercado de las mismas en el mundo, amén de guerras como la declarada por el dipsómano Calderón, han sus protagonistas devenido un poder enorme, de alcance global, impensable algunas décadas atrás.

Y si bien no todos, conservan estos personajes algunos de los atributos de sus precursores, tales como carisma, disposición para la violencia, generosidad y una cierta dosis de galanura, con la adición de helicópteros, aviones, yates, submarinos y automóviles de lujo, así como mansiones de dudoso gusto.

Los ha habido mayores y menores, unos más sanguinarios que otros, algunos hasta conciliadores; empero en los tramos finales del siglo veinte e iniciales del veintiuno dos han emergido como deidades mayores de este valetudinario panteón: el colombiano Pablo Escobar Gaviria y el mexicano Joaquín Guzmán Loera, El Chapo Guzmán, figuras ambas legendarias, con historiales que incluyen  sobornos extravagantes, celebraciones masivas, estrellas de la farándula y, sobre todo, fugas espectaculares.

Ascendió el colombiano a los altares de la devoción popular tras una prolongada y truculenta persecución, seguida de una muerte “heroica”; y ha sido nuestro connacional canonizado en vida por el licenciado Peña Nieto, al anunciar su segunda recaptura en el Palacio Nacional cantado por López Velarde, escenario de la promulgación de la Constitución en 1857 y el anuncio expropiación petrolera en 1938, entre otros fastos acontecimientos.■

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