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sábado, 4 mayo, 2024
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Chapo superstar

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Por: LUCÍA MEDINA SUÁREZ DEL REAL •

No hay en este momento figura más mítica y emblemática del crimen organizado que Joaquín Guzmán Loera.

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Muerto Pablo Escobar hace años, y sin la presencia de Amado Carrillo, el famoso Señor de los cielos cuya historia ha inspirado un exitoso programa de televisión, El Chapo Guzmán acapara toda la atención en el tema.

No es para menos. Por principio El Chapo fue supuestamente el blanco del ataque donde murió asesinado el Cardenal Posadas Ocampo en los noventa; y posteriormente, con su fuga del penal de Puente Grande, dio el primer golpe a la credibilidad de la administración foxista.

Mientras gobernó Acción Nacional, la fama y poder de El Chapo, no hizo más que aumentar. Pues en el sexenio de Felipe Calderón, quien declaró la guerra contra el narco, es bien sabido que se le pegó a todos los cárteles, salvo al de Sinaloa.

La diferencia en el trato recibido fue de tal magnitud, que incluso se habló de que el gobierno federal operaba como una extensión de El Chapo, y así parecía ser a juzgar por la saña con la que se eliminaba a los enemigos del sinaloense, por ejemplo, la muerte de Arturo Beltrán Leyva, exhibiendo su cadáver forrado con billetes y con los pantalones bajados.

A la llegada de Enrique Peña Nieto a la presidencia, y quizá con el afán de legitimarse, el priísta se estrenó en el cargo con la captura de Guzmán Loera; pero ésta se dio de tal forma, que la opinión pública la dio como una entrega negociada quién sabe a cambio de qué.

La fuga, breve tiempo después, parecía darles la razón a los escépticos.

El flujo de información al respecto todavía no cesaba, cada vez quedaba más claro que el escape sólo era posible gracias a la corrupción a grandes niveles, cuando se anunció su recaptura el viernes pasado.

“Misión cumplida”, decía Enrique Peña Nieto en su cuenta de Twitter; pero más tardaba en saberse la noticia que en aparecer los brotes de escepticismo y burla al respecto, a través de memes y chistes diversos.

“Detengan el dólar, El Chapo qué” era la frase con la que el pueblo sintetizaba su extrañeza de que la captura de Guzmán se diera justo cuando la moneda norteamericana rebasaba los 18 pesos con 20 centavos. A ello habría que sumar el mínimo histórico que registra el precio del petróleo, y la tambaleante bolsa de valores, que amanece y cierra con el “Jesús en la boca” esperando que China no se la lleve entre las patas.

Y otra vez, no terminábamos de digerir la noticia, cuando nos enteramos que el actor norteamericano Sean Penn había entrevistado a Guzmán Loera, gracias a la mediación de la actriz mexicana Kate del Castillo, quien mantenía contacto con el sinaloense desde enero de 2012, luego de que escribiera que creía más en el narcotraficante que en el gobierno mexicano.

Del Castillo no es la única. Millones de mexicanos encuentran en los jefes regionales del narcotráfico la protección que el Estado con frecuencia queda a deber. Es a ellos a quienes se dirigen en los pueblos para solicitar apoyo cuando alguien fue secuestrado; son para muchas regiones, los principales empleadores, como sicarios eventualmente, pero sobre todo para las labores del campo. Los narcotraficantes son patrocinadores de las fiestas religiosas y hasta pagan los retiros espirituales de la juventud.

Muchos entregan despensas, llevan juguetes en fechas navideñas y día del niño a zonas de bajos recursos; construyen instalaciones deportivas, centros religiosos e incluso escuelas.

Se tiene cuenta que esto lo han hecho narcotraficantes de diferentes bandos; pero sin duda, quien más talento ha tenido para capitalizar eso es El Chapo Guzmán, pues se ha convertido, a los ojos del imaginario colectivo, en el prototipo del narco socialmente deseable: ese que trafica y comercia con estupefacientes que lleva a los consumidores que eligieron engancharse a una sustancia, con la misma libertad, e incluso  más (si contamos los efectos de la publicidad) que quien elige ser fumador de tabaco.

Es El Chapo, el último quizá (acompañado de figuras emblemáticas de su cartel), que a los ojos populares son vistos como capos pacíficos que buscan solamente comerciar, y cuya desgracia, pero también fortuna (de lo contrario habría menos ganancias) es la de encontrarse en un negocio que en estos tiempos y estos rumbos se considera ilegal.

El Chapo pues, es ahora uno más de los selectos entrevistados por Sean Penn, como Bukowski, o Raúl Castro. Es un súperstar.

Con una presa de ese tamaño, es comprensible que el gobierno federal piense que será visto como un magnífico cazador. Pero su legitimidad y credibilidad están tan en franca decadencia, que los comentarios al respecto giran en torno a dos temas: 1) con qué trato se dejaría cazar un capo de esa magnitud, y 2) para distraernos de qué es que quisieron cazarlo. ■

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