Tanto la situación mundial contemporánea, como la situación de México, se encuentran siguiendo una ruta que continua adentrándonos directamente al “ojo de un huracán” socialhistórico, lo que genera una creciente conflictividad, cuyos desenlaces posibles oscilan entre el fin de la civilización actual, y la posible afirmación de “alternativas civilizatorias” cuya elucidación debería ser una tarea política de toda nuestra inteligencia colectiva centrada en lo común.
En nuestro país, vivimos -ya- escenarios terroríficos, donde la criminalización “instituida” alcanza cotas hasta hace poco inimaginables, junto con la progresiva naturalización de la violencia, y otros rasgos, desigualdad social abismal, destrucción ecológica, militarización, control mediático cuasi-orwelliano, etc. etc. Un indicador sensible que puede ayudar a elucidar este diagnóstico es el de los derechos humanos (DH).
En relación con los DH. Asistimos a un proceso paradójico en México. Por un lado conocemos los avances normativos logrados, siempre frágiles, -que pueden ser borrados por aquellos que son enemigos de los principios y valores establecidos en defensa de la dignidad humana-, especialmente cuando tales avances normativos son jurídicamente vinculantes para el Estado, obligándolo a ser garante de esos principios y valores, y a ser llevado ante los tribunales, exigiendo justicia por parte de quienes se convierten en víctimas de violaciones a esos mismos derechos fundamentales, tal y como se encuentran establecidos a nivel internacional y nacional (es el llamado “bloque de constitucionalidad” de las reformas recientes). Mientras por el otro lado, constatamos, todos los días, la manera en que ese diseño institucional y normativo, llega a grados de ineficacia tan altos, visibles en las cifras de las víctimas de la violencia, muertes y desapariciones, secuestros, despojo, desplazamientos, etc., y en el nivel de impunidad con que funciona el sistema de administración de justicia. De este modo, los avances en derechos humanos, terminan, por el lado oficial, convertidos en una retórica, o en una simulación, cuya función es encubrir un panorama cuya tragedia persistente, debería obligarnos a asumirla como una verdadera “emergencia nacional”, (más allá del modelo securitario, neoliberalismo armado) cuyas exigencias de transformación política, social, económica, cultural, nos remiten a conceptos que parecen volver a cobrar significación, marcándonos -de ese modo- los desafíos inmensos a los que nos enfrentamos.
Siguiendo a Joaquín Herrera Flores, los derechos humanos pueden ser vistos como una conquista social y política, resultado de luchas seculares, que han incidido en la producción de nuevos derechos, en tanto traducción jurídica de las “formas plurales y diversas de luchar por su dignidad”.
La defensa de los derechos humanos, sería la contribución de un conjunto de actores, para mejorar la justiciabilidad de los derechos humanos existentes, tanto a nivel internacional como nacional, incluyendo, los esfuerzos por coadyuvar a la producción de nuevos derechos.
En cuanto al segundo elemento, las alternativas civilizatorias, estas solo pueden cobrar sentido, si las proyectamos sobre el actual horizonte –el siglo XXI- advirtiendo así el modo en que este siglo se encuentra -y seguirá- dominado por la crisis multidimensional (ecológica, económica, social, alimentaria, energética, etc.), -y, si tenemos sentido de un final, por el colapso civilizatorio-, debido al quiebre ya irreversible del “progreso” y de aquellos valores positivos propios de la “modernidad”, que el capitalismo en su fase extractivista y financiera está destruyendo activamente; basta pensar seriamente en el cambio climático.
Asistimos a una “mutación sistémica” que “curva” el imaginario social dominante, introduciendo en su núcleo otras significaciones: el uso de la fuerza bruta; la entronización del esquema amigo-enemigo, y su sublimación mediática, -racismo, xenofobia, criminalidad instituida-, que se amalgaman, junto a “la expansión ilimitada del dominio pseudo-racional”, formando una especie de “agujero negro” que destruye -sin miramientos- los elementos más valiosos de la creación humana. En este entrecruzamiento complejo, es donde constatamos, actual y tendencialmente, brotes de un cierto ascenso de las luchas por esos mismos derechos, y, también, por la producción de nuevos derechos. En su mayoría, se trata de luchas que comienzan –sintomáticamente- desde un “grado cero”, por el “el derecho a tener derechos”.
Como hilo conductor, interesa elucidar esa “nueva conflictividad social en los territorios”, que siguiendo a Casotriadis, interpreto en clave “antinómica” mediante un esquema de lucha entre dos polos: por un lado, el polo de la heterenomía, hegemonizada por el neoliberalismo (armado) en el capitalismo actual, en su fase extractivista y financiera, mutando en dirección a las significaciones imaginarias sociales arriba señaladas. Mientras, desde el otro polo, el de la autonomía, la creación histórica de sujetos sociales y políticos, que se autoconstituyen como portadores provisionales -y fuente- de nuevas significaciones imaginarias sociales (democráticas, jurídicas, culturales, económicas). Este polo, entre otras implicaciones, supone la experimentación ciudadana activa con nuevas formas de organización de la sociedad que somos, evitando incurrir, hasta donde sea posible, en falacias ideológicamente inconsistentes.
La invitación sigue abierta para generar conocimiento compartido y situado. ■