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sábado, 27 abril, 2024
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Subjetivaciones rockeras / De y desde lo marginal

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Por: FEDERICO PRIAPO CHEW ARAIZA •

A la memoria de Lou Reed

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Es fácil y común encontrarle defectos al rock, yo los he escuchado desde que tengo uso de razón, tanto dentro como fuera de la familia; muchos de esos argumentos llegaron a convertirse en lugar común para su servidor, al grado de que ya no me causaban ningún impacto: que si “es música de mariguanos”, que “puro ruido”, que “es música del diablo y quien la escucha se condena al infierno”, que “está llena de mensajes subliminales y el que la escucha se deja gobernar por el demonio”, que “es puro ruido y gritería”, que “a eso no se le puede llamar música”, en fin, fue una cantaleta de ese tipo de explicaciones y otras más absurdas.

No obstante, a estas alturas, lo único que encuentro en el rock son cualidades dignas de ser tomadas en cuenta, y que trato de resaltar en la mayoría de mis participaciones en este espacio. Es cierto que el rock habla de y desde lo marginal, eso no se puede ocultar, como tampoco el hecho de que es una postura de la que se jacta el género, sin embargo, no es la única corriente musical que lo hace, hay otras que también abordan expresiones humanas que pocos podríamos considerar virtuosas, pero que no son tan satanizadas como lo fue el rock durante décadas, y que incluso son promovidas en los medios masivos de comunicación. Como botón de muestra de estas últimas, no está por demás mencionar algunos corridos que hacen apología del crimen y que colocan en pedestales a personajes despiadados e inhumanos. Muchas estrellas de este estilo musical (que merecen todo mi respeto; a final de cuentas, hay públicos para todo) aparecen casi a diario en diversos canales de televisión (no se diga en el duopolio) y gozan de amplias barras programáticas en numerosas estaciones radiofónicas, ¿y por qué?, por la simple y sencilla razón de que “venden”.

Sin embargo, soy un acérrimo defensor de que cada quien, por su voluntad, escuche lo que más le plazca, ya que ése es un sano ejercicio de libertad; lo que no me acaba de convencer es oír que niños o adolescentes, a partir de las canciones que escuchan en su entorno social, aspiren, como una encarecida meta de vida, perfilarse una existencia criminal, o traten de ver a las mujeres como simples objetos de uso y desechables. Para nadie es un secreto que la música influye en el ánimo de las personas, de hecho, es uno de los principales motivos por los que la escuchamos, para animarnos, motivarnos y sentirnos bien, independientemente del estado emocional (hay quienes disfrutan de forma profunda la nostalgia y, por eso escuchan dark rock o gótico), de allí que vea, no sólo en el rock, sino en la música en general, un sutil motor que dinamiza nuestras vidas.

Retomo, el rock habla de y desde lo marginal, pero lo hace para mostrarnos, de la manera más descarnada, esa realidad; la intención, en muchos de los casos, es dejarnos ver que en los márgenes se sufre, que los sufrimientos que allá se padecen son ignorados y eludidos por un centralismo que prefiere hacernos creer que todo está bien, que la realidad va viento en popa; el rock también afirma que cualquiera puede caer en o llegar a lo marginal, independientemente del estatus en el que esté, pero también, que es importante hacer conciencia de ese mundo de las orillas, que desde allá puede emerger la más estremecedora belleza, que allí se originan profundas reflexiones, que por estar al margen no deja de ser mundo, no deja de ser también el ‘oikos’ común.

Empero, cuando el rock nos muestra esos rostros ignorados, aquellas realidades de las que no quisiéramos saber, lo hace sin ese afán apologético del que hablaba líneas arriba, sino tratando de exponerlo en toda su crudeza, de manera poética:

  'Holly came from Miami F.L.A./ Hitch-hiked her way across the U.S.A./ 
  Plucked her eyebrows on the way/ Shaved her legs and then he was a she/ 
  She said, hey babe, take a walk on the wild side,/ Said, hey honey, 
  take a walk on the wild side…'

Nos dice el recién extinto Lou Reed. Independientemente de su origen y nacionalidad, cuando el rock se plantea mostrarnos los rostros siniestros de las orillas sociales, nos hace entender que esas sucursales infernales no son exclusivas de un determinado país o región del orbe, sino que son más comunes de lo que quisiéramos:

 'Al fin del callejón/ ahí está ese niño sin ninguna ilusión/ entendió/ 
 sin querer/ que sólo trabajando se puede comer/ aprendió/ que la vida/ 
 es un juego que es muy difícil jugar/ ese niño no conoce el amor…'

Comenta Alejandro Lora con su Tri. Los ejemplos son innumerables, y no dudo que podamos encontrarlos en varios idiomas. Cuando el rock habla de o desde la orilla, porque también hay que reconocer que no siempre lo hace, es para recordarle al mundo su existencia, sus venturas o desventuras, sus formas de entender e interpretar la realidad, esa realidad oscura, lúgubre y peligrosa, producto de un sistema perverso, despiadado e injusto, y si hay belleza en ese decir, no es con la intención de invitar al escucha a que lo exalte, sino muy por el contrario, que haga conciencia de que no todo es confort y lucimiento, que detrás de esos telones impuestos, hay más circunstancias, realidades, sufrimientos, necesidades físicas, morales y espirituales de las que quisiéramos. Por ello, siempre he dicho que el rock es, por esencia, filosófico, humanístico, porque pese a todo lo que se diga, comparte el compromiso de caminar con los pies bien puestos en la realidad.

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