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sábado, 4 mayo, 2024
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Sherezade ‘Reflexión en torno al modelo narrativo de la “serie”’

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Por: PAULA MARKOVITCH •

La Gualdra 374 / Desayuno en Tiffany’s, mon ku / Series

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Con sus aterrados ojos oscuros Sherezade entra en la habitación. El califa Schariar bosteza y la mira con fastidio. Sherezade sabe que el califa la degollará a la mañana siguiente: es lo que hace cada día con sus esposas para impedir que ellas sean infieles. Pero Sherezade intuye que el odio del soberano tiene otros motivos.

En realidad, el placer agota al califa y lo hace sentir estúpido; se vuelve cada día más cruel por aburrimiento. Está furioso con su propio tedio y por eso corta las cabezas de las jóvenes que le visitan. Sherezade intuye que su sexo, es un peligro para sí misma. Un sexo igual o parecido a todos los demás sexos femeninos… Lo único que puede salvar a Sherezade es algo que sea único, distinto. Únicamente sus palabras pueden salvarle la vida: pero ¿qué decir? La inteligencia aturde, la lucidez asusta. ¿Qué decir que distraiga al Califa de sus sangrientos amaneceres? Sherezade tiene que usar la cabeza para salvar la cabeza.

Sherezade necesita algo insustituible, algo que sólo ella pueda darle al Sultán. ¿Qué puede dar una esclava prisionera sin ninguna pertenencia? Sólo se tiene a ella misma. ¿Pero cómo ser “alguien diferente”, con un sexo tan idéntico al de la multitud? Entonces Sherezade empieza a contar una historia: una historia que sólo ella puede continuar, una historia que sólo ella puede concluir…

Quizás es a través de nuestros relatos que nos volvemos singulares, únicos. La experiencia viva es siempre inédita. Otros pueden contar “mejores cuentos”, pero cada narrador es el único que puede referir su propia experiencia de cierta manera… La vida manifiesta su singularidad en cada relato vivo.

Sherezade sabe que no puede “concluir su narración”, porque de concluir, perdería la vida. Por eso sigue narrando, compulsivamente, cada día… Pero poco a poco se da cuenta de que la tarea de relatar no requiere demasiado esfuerzo. ¡Los personajes que habitan en sus historias… ellos también cuentan cuentos! (este fenómeno conocido en narratología como “metalepsis” contribuye a vislumbrar el infinito). La historia ha empezado antes de empezar y nunca acabará…

El relato tiene vida propia, se alimenta a sí mismo, se sucede. El relato es innumerable, inconcluso, aturdido, tiene vericuetos, resquicios, se engendra y se multiplica. Sherezade es un relato que camina. Quizás el relato inconcluso refleja con mucha precisión la manera en que percibimos la existencia. Ninguna persona muerta puede contar su historia… pero, mientras vivimos, la propia historia está inconclusa. De modo que todos somos como Sherezade: cuando terminemos de narrar… vamos a morir.

Lo inconcluso de la narración siempre ha fascinado a la humanidad, la ansiedad de cada episodio que nos promete una continuación, cuando los conflictos se resuelvan aparecerán otros. El relato se echa a andar y nos atrapa con su sed…

Desde la mitología griega, dioses, semidioses, titanes y humanos vivían sucesivas aventuras. Las metamorfosis, de Ovidio; Teogonía, de Hesíodo; y el Ramayana, de Valmiki; incluso La Biblia es un fenómeno episódico. En la mitología hindú, los “Avatares”, cuentan las transformaciones que vive un personaje a lo largo de muchas vidas. Mientras escribía el final de su historia, los lectores suplicaban a Charles Dickens por la vida de “la pequeña Nell”, pero Dickens respondió con lágrimas en los ojos que aquello era imposible y sacrificó a su frágil personaje.

La infinitud nos resulta deliciosa… los tormentos cotidianos y ocasionales instantes felices, se suceden sin descanso. Sin embargo, para las culturas orientales el infinito es de alguna manera una condena. La reencarnación no es exactamente un alivio sino un castigo, una degradación. El sufrimiento no tiene fin. La percepción judeocristiana se inclina hacia la idea de lo finito como salvación. San Agustín, plantea un tiempo finito que libraría al ser humano del eterno retorno. “La cruz salva a la humanidad del círculo”. Sea placentero o infernal, el infinito nos rodea. Así, los relatos seriados, parecen reflejar lo innumerable de la percepción de la vida. Habitamos el mundo junto con los personajes, ellos cambian, se enamoran, se entristecen, se enferman (igual que nos pasa a nosotros que los observamos desde el otro lado de la pantalla).

Los ojos aterciopelados de Sherezade pueden entender el tiempo. La vida parece eterna, mientras dura… Quizás, algo acabará algún día, cesarán las angustias y los temores. Nuestra sangre y nuestros recuerdos se derramarán en el vasto universo… Pero, mientras tanto, mientras estamos vivos, la vida se percibe como infinita. Los conflictos se suceden, cada angustia da lugar a una nueva ansiedad, y los acontecimientos se encienden cada día.

Como asidua espectadora de series buenas y malas… me he propuesto reflexionar acerca de este fenómeno tan extendido actualmente. Les propongo acercarnos a los misterios, la torpeza o profundidad, de los recientes relatos seriados que suelen acompañar nuestros días.

 

[Continuará]

 

 

 

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