25.3 C
Zacatecas
domingo, 5 mayo, 2024

■ Alba de papel

Cuando el dolor nos oprima…

Más Leídas

Por: ALMA RITA DIAZ CONTRERAS •

Cierto es que el Día de Muertos, es una fecha de celebración para los vivos, de segundas oportunidades para quienes despiertan a un nuevo día y tienen el presupuesto vital que se requiere, para honrarlo con humanidad.

Los que ya no están, nos han heredado su historia, su legado como las personas que fueron, su obra y naturaleza moral, asimismo, nos han dejado sentimientos de postración ante su partida, porque es muy duro el desapego y el caudal de pena que causa, es como un clavo ardiente que se clava en el corazón y aun cuando se transita por el periodo de duelo hasta llegar a la aceptación, la herida de su ausencia nunca desaparece.

Gabriel García Márquez escribió que “morir es una discusión de ausentes” y cuando se le preguntaba a este extraordinario escritor colombiano sobre la muerte, mostraba su inconformidad, por considerarla injusta, imprevisible e inequívoca, sin posibilidad de registro y elaboración.

La muerte, es el destino final de todo ser viviente, es inescrutable e irreversible. Para muchos, constituye un estado agradable de liberación, o bien, es el final del sufrimiento, aplicado en casos de enfermedad grave o terminal, o de aquellos que se suicidan para liberarse de la angustia brutal en que agonizan.

La muerte para todos, es un enigma, y el descubrimiento de su existencia es un proceso significativo: para algunos expertos clínicos, a los tres años de edad no se tiene noción de ella; a los cinco, se entiende que la persona jamás volverá; a los seis, el niño o la niña puede llegar a mostrar ansiedad aguda, más si se trata de su madre o de un familiar muy cercano, a los ocho, comprenden que la muerte es inevitable, es el final que cierra el paréntesis de la vida.

Los especialistas sostienen que, a los nueve años de edad, el infante reconoce que la muerte también es universal. En la adolescencia, se asume su composición abstracta con una actitud filosófica, que francamente hoy se corrompe, a causa del ambiente social, educativo y cultural que los amenaza, debido a la criminalidad y delincuencia que los fustiga y los mata (que no se olvide que hay individuos de 25, 30 o 35 años o más, con una personalidad “adolescente” tipo border, que no miden consecuencias de sus actos y se exponen beligerantemente a perder la vida).

En este sentido, una pena enorme irrita el corazón ciudadano, por las mujeres (niñas, jóvenes y adultas) que han sido  masacradas violentamente; de los migrantes que impulsados por el derecho legítimo de una vida mejor,  mueren en el camino; por los que caen en enfrentamientos, en accidentes, en hambrunas,  y por todos lo que han fallecido a causa de la crisis sanitaria del Covid-19, donde más de cinco millones y medio de personas en el mundo, fallecieron aislados, confinados a una tensión indescriptible.

La mayor incidencia de fallecimientos se ha originado en América Latina, donde invariablemente siguen prevaleciendo la miseria, la desigualdad y la falta de un esquema político, sensible y eficaz para atender la contingencia con previsión y estrategia, donde los gobiernos debieran invertir más presupuesto en investigación, sanidad y salud mental.

En resumida cuenta, hay mucho dolor en la humanidad, caracterizada en forma lamentable, por la barbarie y la ambición, siempre galopantes en su devenir, y sin embargo, vívidamente tiene el rostro de la civilización, expresada en la ciencia, el arte y la cultura de sus pueblos, como símbolo de resistencia y huella irrefutable del tiempo vivido.

En este nuevo Siglo, se nota con fuerza, cómo los pueblos, a pesar de su abatimiento, de su constante desconsuelo y decepción por el presente, sin importar la simulación de la política reinante, colmada de ignorancia y vulgaridad, intentan a toda costa, afirmar el valor de su cultura, de su patrimonio múltiple y diverso, exigiendo también, el reconocimiento de valores que, siendo propios, coinciden con valores universales, como es el respeto a la vida, y el culto a los muertos.

Así es en México y Zacatecas (el terruño propio) donde artistas, investigadores, grupos, maestros y promotores culturales independientes, han multiplicado sus propuestas, rebasando por mucho, la política gubernamental que ha dibujado hasta este momento, un endeble horizonte de aptitud y oportunidad, para la recuperación de lo propio, de su cultura espiritual que cincela su identidad.

A pesar de la desazón social prevaleciente, los ciudadanos aspiran a tener un plan que encomie la diversidad, un proyecto que favorezca la recuperación de la memoria de la comunidad y su convivencia, bajo nuevos parámetros de la realidad que vivimos, donde es inminente construirlos para trazar caminos que fortalezcan la movilidad y el intercambio entre la sociedad.

Desde la familia se vive el mito de la muerte, y de la fortaleza de su estructura, se aprende a convivir con ella, a temerle, a confrontarla; y siempre a través de la tradición y la fiesta, a jugar nuevamente con ella en una aritmética festiva que nos despoja del terror que nos produce.

Se dice que nunca como en noviembre se encienden cirios y veladoras, será porque de golpe nos llega la idea de finitud, pero también de triunfo sobre los que han dejado este mundo terrenal, quizá por ello se busca una conexión más allá, que nos permita calmar la culpa que, en muchos momentos, con razón o no, llegamos a sentir para que el dolor nos oprima más.

La pérdida es una constante de la naturaleza humana, de modo que no permitamos que el pesimismo nos agobie y nos haga desfallecer. Sigamos construyendo sin angustia, el modelo de vida individual y colectivo que aspiramos, sin olvidar el adagio de Netzahualcóyotl que dice “Tenemos que dejar esta tierra, estamos prestados, unos a otros”, sólo hagamos un esfuerzo honesto y con reciprocidad para la otredad, la palabra del porvenir y de la generosidad.

Noticias Recomendadas

Últimas Noticias