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viernes, 26 abril, 2024
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“Para escribir se sufre en serio”. Apuntes sobre Juan Nepomuceno Pérez Vizcaíno

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Por: SIMITRIO QUEZADA •

La Gualdra 277 / Rulfo 100 años

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1.

El mejor narrador que ha tenido México se llamó Juan Pérez: Juan Nepomuceno Pérez Vizcaíno. El apellido Rulfo era el de la abuela paterna. Juan fue un hombre solitario, callado, incluso hosco. Según declaraciones suyas publicadas en 1985, un año antes de su muerte, comenzó a leer a William Faulkner tiempo después de haber publicado “Pedro Páramo”. Con todo, tuvo que soportar la recurrente crítica de que su obra era faulkneriana.

 

2.

Juan Pérez-Rulfo Vizcaíno nació en 1917. A sus cuatro años fue consciente de la muerte de su abuelo paterno. Dos años después su padre fue asaltado y asesinado por bandoleros. Cuando el futuro escritor cumplió diez años fue testigo de la muerte de su madre. Poco después fueron asesinados otros dos Pérez Rulfo, hermanos menores de su padre. Con tres hijos asesinados ya, el anciano Pérez murió deprimido: el nieto Juan llegó a presumir que el mayor motivo de esa depresión fue que el padre de éste era el hijo más amado del abuelo. Hacia 1930, cuando Juan terminaba su niñez, llegó a éste la noticia de otro tío muerto, en este caso por naufragio. Para entonces, según sus biógrafos, ya había entrado Rulfo a conocer la biblioteca abandonada por un cura “juido” ante la amenaza de la represión a los cristeros.

 

3.

Los grandes acompañantes del Juan Rulfo de trece años fueron la imponente presencia de la muerte y la soledad. Ante eso comenzó a hablar consigo y a contarse historias. En su tierra el adolescente conoció a una “muchachita” (así la llamaba él), pero nunca se atrevió a hablarle. De ese modo perdió no el amor, sino la prístina posibilidad del amor, y ello generó en el interior del jalisciense una semilla de la mujer idealizada. A esa semilla llamó él después en sus páginas Susana San Juan.

Cartas a Clara

4.

Juan Pérez, el hijo de Pérez Rulfo, trasladó su residencia a México, con un tío que le quedaba vivo, y tiempo después trasladó sus monólogos a cartas de amor. Son las cartas a Clara Aparicio que hace dos décadas decidió ella publicar. Clara en Guadalajara y Juan en México. Clara, adolescente que vive en casa, y Juan, fotógrafo y escribidor que busca trabajo y después pide la mano de esa muchacha que él tanto quiere. La vena poética en las misivas románticas es notable: tanto que en momentos parece afectar el tono mesurado que se le da de mejor modo en sus cuentos y novelas (considerando junto a “Pedro Páramo” a “El Gallo de oro”).

 

5.

“Para escribir se sufre en serio” declaró Rulfo nueve meses antes de morir, en marzo de 1985. Para entonces asentó que sus primeras lecturas, las formadoras, fueron a Korolenko, cuentos de Andreiev, Hansum, Selma Lagerlöf e Ibsen. Desdeñaba que Lacan y la semiótica llevaran a la novela a la “antinovela”, “a la escritura por la escritura misma”. Por eso el gran trabajo de Juan Pérez y heredero de Rulfo consistió en simplificar, aborrecer en extremo las aborrecibles acotaciones del señor narrador que mete la cuchara cuando el lector está emocionado con los personajes. Rulfo detestó las imposturas de novelistas que de eso pasaban a ensayistas dentro de la novela y, lo peor, “rellenistas”.

 

6.

Rulfo macheteó su narrativa porque quiso despojarla de comentarios del narrador y de detalles insignificantes de la vida de los personajes. Por eso despojó a su gran novela de secuencias. Las secuencias de la vida real, con más hechos rutinarios que interesantes, no necesariamente deben injertarse tal cual en la ficción. Por eso “Pedro Páramo” se relata desde un panteón. Por eso todos los tiempos son ese tiempo. Por eso todos los espacios son ese espacio.

7.

Así como el niño enlutado Juan Nepomuceno Pérez Vizcaíno nos entregó después de años la voz escrita del maduro Juan Rulfo, así también quitó la cáscara y cañuto y fibras de la novela y nos entregó después de años sólo la pulpa. La fuerza de la novela está en la cascada que no se toma pausas, que nos entrega acción tras acción, frase contenida tras frase contenida y, sobre todo, toda la vida que está encerrada en tanta muerte.

 

8.

Por eso, nueve meses antes de morir, confesó el magno: “Cuando escribí Pedro Páramo sólo pensé en salir de una gran ansiedad”.

 

9.

Benditos sean, como Juan, los ansiosos. Los que han quedado marcados por tanto beso de la muerte y por eso se preparan y se ponen a escribir.

 

*[email protected]

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra-277

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