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viernes, 26 abril, 2024
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Cientos de delegados en un ritual inservible

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Por: QUITO DEL REAL • admin-zenda • Admin •

■ El son del corazón

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Ahora que el Guiness del horror

se consigue cada cinco minutos.

Chusa Lamarc

Si Diógenes hubiera asistido a la asamblea nacional del VI Consejo Político Nacional del PRI, el pasado 27-11-16, donde se tomó protesta a los nuevos consejeros políticos, advertiría con frustración la incapacidad de su famosa lámpara para encontrar gente honesta entre el humor fangoso del partido. En el momento decisivo el aparato hubiera parpadeado, debido a la sofocante y maliciosa ambición de los delegados, hasta apagarse.

Muchos de los asistentes habían mostrado insatisfacción en las últimas semanas, con declaraciones veladas de malestar por las decisiones fallidas del presidente de la República, y otros no querían esconder el íntimo deseo de darle su merecido al joven e inexperto líder nacional del partido, Enrique Ochoa. Empero, el día del gran acontecimiento, tales personajes se replegaron ante el poder del presidente, que les recordó quién manda en el PRI.

Si en las épocas más intensas y delicadas los militantes de este partido no pueden exhibir riqueza activista y calidad intelectual, todavía menos se permiten expresiones de independencia política en sus reuniones generales. Este evento reveló que los miembros del PRI viven en un ambiente cenobítico, reprimido, aislado de la sociedad, y se ocultan en el silencio en vez de presentar decorosamente una objeción.

El ambiente interno del PRI siempre es opaco y confuso, saturado de funcionarios federales, gobernadores, miembros del congreso y el senado, y muchos pretendientes que buscan con sagacidad una oportunidad para colarse en los laberintos profundos del poder. La abrupta heterodoxia de sus reuniones amplias se limita a lanzar tímidos grititos, porras y chistes, cuya ridícula inocuidad certifica la prudencia oportunista de quienes buscan ascender en su carrera política.

Su programa y pequeños performances reeditan las miserias de antaño. Aquí nada cambia: el conservadurismo es un disfraz para esconder la ansiedad rampante de llegar.

 

Hacia un discurso del desafecto

En el auditorio Plutarco Elías Calles se entorpeció la circulación del espíritu de Diógenes. Los pasillos estaban atestados de gente que desea poder, gloria y posición, sin ofrecer nada interesante a cambio. Esta reunión repitió una rutinaria puesta en escena sin tensiones dramáticas, voces alegóricas ni parlamentos inteligentes. Los ahí inscritos se aplanaron en sus asientos y dejaron humillar el deseo de objetar el tono mandón del presidente Peña Nieto, porque es superior el cálculo perverso y la cobardía, a su desecada conciencia partidaria.

Algunos tosieron gravemente cuando el presidente dijo: “No se dejen contagiar por esos derrotistas, y menos por aquellas voces que intentan confundir y engañar por supuestos pactos sobre batallas electorales que habremos de librar”. A los futuristas que son miembros del consejo, los detuvo con una frase a lo Jesús Reyes Heroles, aunque poco original y mal construida: “Primero el plan, primero el programa, primero el proyecto, y después los nombres”.

Su entusiasmo doctrinario no fue lejos porque en los tiempos neoliberales ya no existen militantes con elaboraciones propias y audacia para manifestar su pensamiento con extensión y autonomía. El presidente demostró que el PRI no se nutre con ideólogos vigorosos ni produce buenos militantes; en realidad, nunca hubo porque toda iniciativa de calidad era obstruida desde el  origen del partido, por la brutal mano política de don Plutarco. Acaso este sea el fundamento de la notable indiferencia de los priistas con su país y la sociedad.

 

Mi amigo, la respuesta está en el viento

Esta reunión general tuvo como lineamiento secreto recuperar la iniciativa y hacer lucir la retórica de Peña Nieto en una época de bonos personales en crisis, que le impide tomar las decisiones esenciales de un estadista.

El siguiente es un ejemplo de la falacia peñista, en búsqueda de la fórmula ideal para reposicionarse: “El PRI ganará para no regresar a modelos obsoletos y caducos, para mantener la certidumbre y la estabilidad en México, para no retornar al estancamiento, y para que continúe el avance nacional”. Si se mira bien, este párrafo denota un traspié, parece una confesión de los propios pecados: El PRI perderá por haber formado un gobierno obsoleto y caduco, no garantizó bienestar y creó inestabilidad, incertidumbre e impidió el avance nacional.

¿A quién se dirigía en su discurso cuando afirmó: (en 2018) “Estará en juego todo lo que hemos construido”?  Y cuando añadió: “No sólo es la Presidencia de la República; lo que está en juego es el futuro de México”.

¿Qué es lo que ha construido el régimen de EPN para el futuro, preguntaría con suspicacia la gente de a pie, fuera de las reformas estructurales más recientes? La respuesta está en el viento: un escenario a modo para los apostadores del TLC, los poderes financieros internacionales, y los saqueadores del petróleo y las minas. El sobrante, casi nada, es para el pueblo.

El señor presidente terminará su ciclo sin madurar un espíritu autocrítico.

 

Un acto político banal en un país que ya no es nuestro

¿Cuánto ha retrocedido el país en los años de economía neoliberal? ¿Todavía se puede hablar de un proyecto nacional? ¿Es posible remontar la envoltura de la globalización con los rudimentos políticos e ideológicos que exhibe actualmente la clase política?

México cambió en los últimos veinticinco años hasta convertirse en una formación económico-social disminuida. Despojado el país del proyecto histórico que intentó cultivar por décadas, los políticos de Estado buscan confundirnos al afirmar que el enramado constitucional es suficiente para mantener un discurso de independencia política nacional.

Basta. El país exige políticos con recursos intelectuales adultos.

Es necesaria una clase política sin los subterfugios  amateurs y adolescentes con que busca destacar el propio brillo. Se requiere un programa moral que cimbre los fundamentos podridos de los partidos e instituciones que sangran el país. Es tiempo de pensar en un gobierno capaz de identificar las partes deprimidas y enfermas que evidencian a un país enfermo, con manifestaciones dramáticas de corrupción, torpeza, desaliento, depresión y violencia.

A oscuras, Diógenes aseguraría con horror que el PRI no la librará. ■

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