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viernes, 17 mayo, 2024
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Otra democracia posible (tercera y última parte)

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Por: Carlos Eduardo Torres Muñoz •

Finalmente, ¿Cómo es posible otra democracia, frente a los retos que nuestros tiempos parecen traer consigo todos los días? ¿En medio de una vorágine de contextos que cambian a penas en un tuit, un post de Facebook, o un comentario suelto que viene a cambiar versiones y a replicar posiciones encontradas? Es a partir de ahí mismo: de la novedad, de dónde debe partir un modelo de democracia que evolucione, es decir: no que involucione, olvidándose de mecanismos que le han permitido configurarse en el mejor modelo de gobierno posible, sino por el contrario, que fortalezca los procedimientos jurídico-constitucionales que hacen de los pesos y contrapesos históricos y la división de poderes una arreglo que permita la incursión ciudadana, la participación de un sector innumerable de actores y por otro lado que no haga de las mayorías tiranías, a través de límites justos que fortalezcan los derechos humanos y la esfera de lo indecidible. No es pues, abandonando el modelo de democracia liberal como superaremos los problemas actuales de la democracia, sino modernizando este mismo esquema, mediante otros conceptos que llegaremos a la tierra prometida: otra democracia para el siglo XXI.

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Los populismos que acechan hoy al modelo de democracia liberal no son novedosos, por el contrario, la mayoría es encuentra fincado en un retroceso a procedimientos, formas y modelos que en el pasado tuvieron el mismo efecto: uno temporal, apenas ilusorio que permitió soñar con la memoria en forma de melancolía, tiempos en los que las diferencias eran apenas perceptibles y los problemas un asunto de voluntades. El mundo de hoy es mucho más complejo que eso, y la democracia liberal también debe entender que la clave de las élites ilustradas en las que durante años descansó, dejó de ser legítimo, también por el abuso de éstas al unir el poder político con el económico, pactar un status quo que vulnera sus precondiciones básicas: una mínima y tolerable desigualdad; el respecto irrestricto y la conquista progresiva de derechos humanos; el combate férreo, permanente y la negación natural del cáncer de la democracia: la corrupción. Son estos tres pilares con los que nació la democracia a la que siempre aspiramos, la que construía instituciones buscando repartir el poder y con ello su abuso, los que hoy han sido vulnerados y han permitido entrar por sus puertas a los populismos, que prometiendo transformaciones o “grandezas perdidas”, no han sabido sino mantener una campaña perpetúa de aspiraciones y emociones, que no presentan avances sustanciales, sino apenas reproches permanentes.

Volviendo a David Van Reybrouck, en Contra las elecciones: La nueva tecnología propicia una nueva emancipación que, sin embargo, no hace más que sacudir más el sistema de las elecciones. (…) Los políticos más populares son los que consiguen reajustar el guion y volver a contextualizar el debate, es decir, imponerse. Hay espacio para un poco de improvisación y esta improvisación es la “actualidad”. (…) Los principales agentes de la democracia en otros tiempos se han convertido a principios del siglo XXI en náufragos que se agarran entre ellos profiriendo alaridos, sin reparar en que con ello no hacen más que acelerar su hundimiento. (…) La histeria colectiva propiciada por los medios de comunicación comerciales, las redes sociales y los partidos políticos ha convertido en permanente la campaña electoral, con graves consecuencias para la democracia: la eficiencia se resiente debido al cálculo electoral y la legitimidad queda sometida al ansia constante de destacar. El sistema de elecciones hace que el largo plazo el interés general cedan ante el coto plazo y los intereses de partido.

@CarlosETorres_

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