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sábado, 4 mayo, 2024
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Caminando cuentos, el trabajo de investigación que cambió la vida de su autora, Fernanda Gutiérrez

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Por: ALMA RÍOS •

■ Nacida en Buenos Aires, la escritora nómada radica en la capital de Zacatecas desde 2012

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■ De la época de la dictadura en la que se vio inmersa señala que no se podía hablar de nada

¿Qué es lo que la gente cuenta naturalmente?, ¿Por qué tiene necesidad de contarlo? y ¿Qué pasa cuando lo cuenta, y qué cuando no? La búsqueda de respuestas a estas preguntas y los hallazgos de plantearlas, convirtieron a María Fernanda Gutiérrez en cuentacuentos y escritora…también en nómada, ahora radicada en la ciudad de Zacatecas, a donde llegó invitada por el IZC para participar en el Festival Internacional de Narración Oral en el año 2012.

Caminando cuentos, el trabajo de investigación que cambió su vida, podría ser también la rúbrica de su existencia. La narradora nacida en Buenos Aires, Argentina, pertenece a la generación de la Guerra de Malvinas, una que señala, fue absolutamente destruida y olvidada luego del episodio que enfrentó a la nación austral y Gran Bretaña, de tal forma que “los que mejor están, están muertos”.

Detrás de sí, también se encuentra otro cisma histórico vivido en el Cono sur, la época de la dictadura. Acerca de ésta y los hallazgos que arrojó su proyecto Caminando cuentos, refiere, “yo no sé si tiene que ver específicamente con el caso nuestro”.

En aquella época no se podía hablar de nada, y cuando se hacía era necesario cuidarse con quién y de qué. “Yo siento que eso marcó a muchas generaciones”.

¿Qué producen los silencios forzados, el estar silenciado obligatoriamente? o ¿por qué se elige silenciarse? Las repuestas fueron “una bisagra” que la cambiaron no sólo como cuentacuentos sino como persona y que encontró a través de andanzas por los pueblos de Argentina, invitada a compartir sus historias en bibliotecas o escuelas, hospitales y cárceles.

También ocurrían encuentros menos pactados, tal vez en una estación de autobús y ya para salir a su siguiente destino, donde “se me sentaba alguien al lado (…) y empezaba a contar”, muchas veces cosas “muy guardadas, muy privadas”, entre cuyas confidencias el hablante agregaba la observación: “yo sé que le cuento esto a usted porque no la voy a volver a ver nunca más”.

Para convertirse en un buen cuentacuentos primero hay que aprender a escuchar, pues de lo contrario, “va a llegar un día en que me voy a vaciar de historias”, advierte.

Todos los buenos cuentacuentos que además aparejan la cualidad de ser nómadas “aprendieron a escuchar. A silenciarse desde el silencio sano que es permitir que el otro cuente su historia sin que yo la juzgue, sino que solamente sea una protagonista de su escucha”.

Esto la llevo a vivir situaciones “muy lindísimas por un lado y muy fuertes y muy dolorosas por otro”.

 

Acompañarse, mirarse a los ojos

y decir la verdad

María Fernanda ha trabajado también para los adolescentes, un sector que reclama no ser escuchado y frecuentemente no ser comprendido. Sobre su acercamiento con ellos, concretamente con quienes han sido recluidos por la comisión de delitos, comenta que la hace sin ningún prejuicio, “sin pensar que son rebeldes sin causa y que no tienen nada interesante que decir”.

Por el contrario, afirma que viven su etapa más creativa y que por ello los adultos les temen tanto, hasta callarlos y demeritar lo que dicen y hacen.

Comunicarse con los adolescentes requiere sinceridad, “no hay muchas técnicas, sólo mirarse a los ojos y saber que el otro me está diciendo la verdad”, hasta hacerles sentir que están realmente acompañados.

Hay un proceso visible en el cuerpo que permite observar cuando se sienten realmente relajados, adelantado el cuerpo y dispuestos a escuchar, entonces “digo ya está, estamos juntos ya”.

La narradora encuentra entre los jóvenes recluidos en centros de internamiento, la necesidad de amor.

“Lo que pasa es que cuando uno ve ya un joven, un adolescente, con una mala mano, dice ya está perdido, no lo vamos a recuperar nunca más y nos resulta muy difícil darnos cuenta que el que tenga un arma en la mano no quiere decir nada. Y aunque suene fuerte y no queramos escucharlo, se la pusimos nosotros”.

Hay que hacerse cargo de ellos, pues su situación y la de los otros, los pedigüeños, no es resultado solo de la falta de educación o de la ausencia del padre o la madre, “somos todos un poco responsables”, porque vivimos “en nuestra propia burbuja”.

María Fernanda mantiene la perspectiva de que siguen siendo niños y vulnerables, “y que aunque sepan lo que están haciendo, en algún lugar no lo saben. Yo tengo años tratándolos como lo que son, yo no los trato como delincuentes. No sé. Qué se ocupen otros de tratarlos desde ese lugar, yo no, no elijo eso”.

Recientemente también tuvo una experiencia en Zacatecas que acabó de cambiarle la vida, un trabajo realizado con las internas del Cereso femenil.

“Realmente si aquel trabajo que hice de Caminando cuentos me cambió definitivamente la vida, siento que este encuentro de cuatro horas que tuvimos hace muy poco me la terminó de modificar porque me di cuenta de mis propios miedos”.

Luego de planificar su trabajo, al llegar allí y mirarlas a los ojos, vio que era tan importante lo que tenía para decirles que lo que “ellas cuenten, lo que tienen para contar”.

“Y bueno, fue realmente muy intenso. Y una vez más me reafirmó que la posibilidad de poder decir quiénes somos es la que nos mantiene vivos”.

 

Sin creer no hay juego

La cuentacuentos ha dirigido su atención asimismo hacia los niños y niñas, entre otras formas, con Caramelandia, una obra de teatro que escribió cuando su hijo, ahora de 29 años, cursaba el preescolar, y que ha transformado luego en cuento.

Caramelandia es un cuento que se vive o una obra de teatro que se actúa en colectivo, la primera vez en un poblado argentino de 7 mil habitantes en el que terminaron colaborando durante cuatro meses para encontrar el recetario del lugar “donde se fabrican todos los caramelos y golosinas que existen en el mundo”, la directora, la bibliotecaria, los maestros, alumnos y padres de familia de una escuela, pero también la televisora local mediante la que se solicitó ayuda para encontrarlo.

“Fue muy mágico. Y eso me hizo reafirmar que la gente necesita contar, necesita creer en la magia y que la magia no es un truco, es lo que todos vivimos día a día cotidianamente, y bueno, no hay nada más mágico que los cuentos”.

 

No hay ficción ni imposibles, sólo elecciones

La ficción es parte de la vida, por eso la también escritora, no cree en los imposibles. No hay engaño dice, sin que la otra parte tenga la necesidad de creerlo en él también. “¿Y aparte, quién puede decir que esto no existe?”.

Caramelandia guarda una anécdota, la de un niño de siete años que dudó de su existencia, “pero él mismo se dio cuenta que si no creía, no había juego que jugar”.

De esta manera para ella no hay un mundo sin fe ni ideales, sino “buena prensa o una mala prensa”, que diferencia por las noticias que recuperan.

“Vende mucho más lo que está pasando en Turquía, que decir que acá en Zacatecas salieron 100 chicos a jugar a Caramelandia en la calle”.

Esto no quiere decir que lo primero no suceda, sino que hay libertad de elegir qué creer y vivir, “y yo María Fernanda elijo definitivamente lo segundo. Y voy a hacer que todo el que quiera escucharme elija vivirlo. Total, lo otro va a seguir existiendo igual. Yo no voy a hacer que se pare la guerra. No sé”.

María Fernanda Gutiérrez es autora de Condimentos para enamorarse, Caminando cuentos y El libro de las piedras, todos surgidos como edición de autor y que se encuentran agotados. Trabaja desde hace años en otro más, Educación para el alma, que incluye Caramelandia Caminando cuentos.

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