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sábado, 4 mayo, 2024
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¿Somos Santiago… o tastuanes?

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Por: SIMITRIO QUEZADA •

  • El Canto del Fénix

Sin exagerar, la nuestra parece la historia de un niño cuyo padre hace muchos años rompió la puerta de esta casona donde naciste y vives, sorprendió a la dueña, noble muchacha que allí dormía, le arrancó el vestido y la violó de uno y mil modos. Sometida, obligada a callar y obedecer hasta su muerte, de su rabioso embarazo naciste tú. Después el salvaje, tu padre, la asesinó al destazarla, se quedó con todo y ahora te enseña a honrar el día en que él apareció en este lugar.

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La nuestra, sin exagerar, es la historia de un magno atropello. Octavio Paz, Samuel Ramos, Santiago Ramírez y otros autores comentaron ya la gran paradoja del mexicano: ofendido porque su madre fue violada pero también albergando deseos de imitar al papá violador; mostrando al tiempo piedad y repudio por la mamá, así como admiración y deseos de venganza contra el papá. Ah, mexicano, soñador entre el papel de sometido y sometedor, eterno aspirante a dominar todo pero eterna víctima de todo, eterno envidiador de todo, presumido de todo,  culpador de todo.

Nosotros no somos europeos, por muy afrancesados que queramos parecer… o siquiera hijos de Isabel La Católica. Nosotros no somos Xocoyotzin ni Cuauhtémoc ni Nezahualcóyotl en todo su esplendor. No somos Cortés sino sus bastardos, los Martín que concibió en este nuevo mundo. No somos Moctezuma Ilhuicamina sino injertos de sangre gachupa que se mezcló con la savia sobreviviente a la masacre.

Nosotros, los descendientes de los que habitaban el sur del estado de Zacatecas, no somos caxcanes, sino juchipilenses, moyahuenses, jalpenses de apellidos Jáuregui, Reynoso, Mercado, Bañuelos, Flores, Quezada, Macías, Viramontes, Quintero, Villavicencio. No somos caxcanes ni tastoanes, sino tataranietos de esos indios masacrados que dejaron numerosos huérfanos, o de plano de los indios que se mantuvieron ocultos durante la purga y luego se acogieron al bautizo indultador. Tataranietos de ellos y tataranietos también de los vencedores que cantaron un Te Deum en medio de los cadáveres que no fueron sepultados.

Contra lo que los sacerdotes católicos y conquistadores inventaron ante el temor de una nueva rebelión tenamaztlina, nada tenemos que ver con el Santiago matamoros y matacaxcanes que dicen que bajó galopando del cerro en su caballo blanco. En realidad no tenemos por qué arrodillarnos ante el paso de esa figura de yeso, así como no nos arrodillamos ante el Xochipilli de piedra que adoraron nuestros otros ancestros.

Han pasado años y jamás comprenderé cómo mis paisanos veneran, esculpido en el frontispicio del templo principal de Moyahua, a un Santiago montado sobre un caballo que con sus pezuñas destroza a un indio caído entre las patas del equino. ¿No asumen que la víctima es su antepasado, cuyo único delito fue habitar su tierra, la invadida por peninsulares? Pero suenan las campanas y emergen las peregrinaciones con hombres que se quitan el sombrero y agachan la testa. Incluso los migrantes, nuevos expulsados de sus tierras por los intereses de voraces tiranos y políticos, regresan a vestirse de tlatoanis, tastuanes, terrible combinación de musulmanes, caxcanes y demonios, para ser correteados y vapuleados por un Santiago jinete.

¿Por qué en tantas comunidades de la Gran Caxcania hoy se celebra al tiempo a Santiago, patrón de España?, me preguntan mis alumnos. Insisto que se trata de una vacuna: Fueron nuestros ancestros quienes movieron la mesa muy feo a los intrusos armados y entonces éstos se aseguraron, apagada a duras penas la rebelión, de que nunca más un caxcán o mestizo volvería a levantar la mano contra la corona cristiana. Fue entonces cuando nos hicieron creer que todos somos Santiago, hijos del casto apóstol, tutorados de su hermoso caballo albo. Todos somos merecedores, incluso, de los espadazos o cintarazos que en cada golpe nos borran nuestros pecados. Yo, caxcán que no conoce la vera religión, merezco ser invadido para que los invasores me traigan a su dios ensangrentado y me identifique con él.

Y resulta un honor ser elegido este año para representar a Santiago, pero en realidad somos todos tastuanes, piezas del absurdo tablero del poder de otros, representando nuevamente la violación por la que nuestra madre fue sometida y destazada y nuestro padre llegó de la nada a quedarse con todo. No somos Santiago, sino la burda aspiración de serlo. Tampoco somos tastuanes, sino lo que queda de ellos, tocados también e inmersos en la cultura invasora de la que ahora somos parte, aunque parte débil, permanentemente sometida. ■

 

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