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sábado, 4 mayo, 2024
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Un nuevo sistema monetario internacional como base del nuevo orden mundial

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Por: ATANACIO CAMPOS MIRAMONTES •

La guerra en Ucrania es, en definitiva, un detonador de un nuevo orden mundial. Tan es así que la guerra no es de Rusia contra Ucrania, sino de Occidente contra Rusia. Las sanciones económicas unilaterales lo dicen todo, y representan una ruptura total con Occidente en todos los niveles: económico, político, militar, etc. Estados Unidos y Europa occidental vienen recurriendo a las sanciones unilaterales como arma de sometimiento económico y político desde hace décadas y muchos países han tenido que tragar esa amarga medicina. Pero fue en 2008, cuando Rusia intervino en Osetia del Sur para detener la agresión de Georgia a la autoproclamada república y, posteriormente, con la reincorporación de Crimea a Rusia en 2014, que las sanciones se llevaron a un nivel sin precedentes. Sin duda, las sanciones económicas impuestas con motivo de la guerra en Ucrania buscan ahogar económicamente a Rusia y generar su desestabilización social y política interna.

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Sin embargo, Occidente ha subestimado las reiteradas advertencias de Rusia de que las sanciones económicas no sólo tendrán un impacto negativo en la recuperación de la economía internacional en general y de los países que las implementan en particular, sino que atentan contra la credibilidad del dólar como moneda internacional por excelencia. También se ha subestimado la capacidad económica de Rusia de afectar las cadenas de valor y la inflación, especialmente en Europa.

Como buen estratega, Putin sabe escoger el momento en que una medida de respuesta puede causar mayor impacto. Este miércoles 23 de marzo dio instrucciones a su gobierno para que, en lo sucesivo, el suministro de gas a “los países europeos que se han mostrado hostiles” sea saldado en rublos. En efecto, entre las sanciones económicas impuestas a Rusia, Estados Unidos y la Unión Europea congelaron los activos rusos en sus territorios (aproximadamente 300 mil millones de dólares), declarándose de hecho en suspensión de pagos respecto a sus obligaciones con Moscú. Como una primera respuesta, el gobierno de Rusia asesta un golpe más a la credibilidad del dólar norteamericano y el euro, sumándose así a negociaciones que apuntan a la concertación de acuerdos que cuestionan fundamentalmente la centralidad del dólar en el sistema monetario internacional, erosionando la hegemonía norteamericana de la posguerra fría: entre China y Arabia Saudita para el pago de petróleo en yuanes, entre Rusia y la India, etc. Estas medidas ya anuncian el orden internacional que emergerá de la posguerra de Ucrania. Si Rusia y China avanzan en establecer múltiples acuerdos bilaterales y regionales para la internacionalización de sus monedas, desplazando al dólar y al euro como medio de pago internacional, se estarán creando las bases de un nuevo sistema monetario internacional, y con ello de un nuevo orden mundial.

En realidad estamos ante una asignatura pendiente desde los años 90s. Con la emergencia económica de Europa (y la creación del euro), Japón y el sudeste asiático y, posteriormente, de China, estaban las premisas dadas para transitar a un nuevo sistema monetario internacional con varias divisas nacionales que debían reflejar los nuevos centros económicos. Eso no sucedió básicamente gracias a la globalización que resultó del desmantelamiento de la URSS y el campo socialista, y la imposición, como corolario, del modelo económico neoliberal basado en el Consenso de Washington, dando un fuerte aliento económico a Occidente y a su incurable soberbia.

Las sanciones económicas contra Rusia representan definitivamente un punto de inflexión en el largo y tortuoso proceso de emergencia de un nuevo sistema monetario internacional como expresión de un nuevo orden mundial. Estados Unidos se ha empeñado en ir minando la confianza en su propia moneda por varias vías, con emisiones de moneda que buscan cubrir sus enormes déficits comerciales, financiar el enorme presupuesto militar y su propia deuda. Pero no sólo eso, con su política de sanciones unilaterales ha terminado por convencer a importantes países, como Rusia y China, que no es confiable como centro emisor de la moneda internacional. Paralelamente se han desarrollado las tecnologías de cadenas de bloques y criptomonedas que ofrecen la oportunidad de crear plataformas y herramientas totalmente innovadoras que sustenten un acuerdo multilateral para institucionalizar un auténtico medio de pago internacional desvinculado de las monedas nacionales.

La Conferencia de Bretton Woods de julio de 1944 y los acuerdos que derivaron en la promesa de mantener la convertibilidad del dólar en oro y la creación de las principales instituciones monetarias y financieras actuales, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, que no fueron otra cosa sino instrumentos de sometimiento en favor de la hegemonía del dólar. Pero con los acuerdos de Jamaica en 1971, al abolir el patrón oro, Washington prácticamente se declaró en suspensión de pagos y, desde entonces, se mantiene por todos los medios posibles un sistema monetario internacional basado en una divisa nacional fiduciaria. Para ello se privilegia, por ejemplo, la calificación de liquidez y capacidad de pago de un país con indicadores tales como el volumen de sus reservas, obligando a los países de vocación exportadora a mantenerlas como fondo de “contingencia” para protegerse de turbulencias económicas que se generan fuera de sus fronteras, creando así una demanda artificial de esa divisa. Y, lo que es peor, buena parte de los esfuerzos de esos países para obtener divisas exportando bienes y servicios reales no se traducen en inversiones para el desarrollo, sino que quedan estériles en instrumentos de deuda de EEUU. La hegemonía del dólar se basa en la emisión de la Reserva Federal en favor del déficit del gobierno. De hecho, el 90% de la masa monetaria en dólares está respaldada por bonos del gobierno norteamericano, lo cual está totalmente prohibido a los bancos centrales de otros países.

De esta manera, la suma del déficit comercial de Occidente, de las reservas de divisas que acumulan los países emergentes, así como el circulante que se mueve en todo el mundo por circuitos formales e informales, permite vislumbrar la magnitud de la transferencia de recursos y trabajo a la economía de Estados Unidos. Esa transferencia se lleva a cabo con base al monopolio de emisión del dólar como moneda internacional fiduciaria, y el euro ha seguido el mismo patrón. Este mecanismo de transferencias de valores de uso ha permitido mantener amplias clases medias orientadas al consumo desenfrenado en los países desarrollados, y la reconfiguración de una división internacional del trabajo que trasladaba a los países en desarrollo y emergentes las industrias de mayor demanda de mano de obra y reservar para los centros económicos la investigación y el desarrollo, el diseño, la gestión y administración de los recursos, la economía del conocimiento y patentes, etc., reproduciendo el mecanismo de intercambio desigual de valor. Las turbulencias que ya estamos viviendo van a impactar con fuerzas a las clases medias. Los días venideros pondrán a prueba nuestra capacidad de asombro.

La propia Gita Gopinath, economista en jefe del FMI, ya reconoce que si bien la moneda estadounidense no está a punto de sufrir una desaparición inminente como una de las divisas principales del sistema financiero mundial, sí se observa una “fragmentación creciente” en los sistemas de pago globales como una consecuencia de los eventos en Ucrania.

La soberbia es pésima consejera, y Occidente, en lugar de favorecer acuerdos de seguridad constructivos y aceptables para todos, optó por atizar el conflicto, por alentar fuerzas irracionales para arrinconar a Rusia. No obstante, las tropelías, efectivas casi siempre y en todas partes, ahora no están dando el resultado esperado. Por lo pronto el sistema monetario hegemónico ya no goza de suficiente confianza. Ciertamente, no será fácil arribar a un auténtico sistema monetario internacional, que resulte de acuerdos multilaterales, y que ponga en el centro la estabilidad, la confiabilidad y la prosperidad compartida. La historia da cuenta de que la transición de un sistema monetario con una moneda hegemónica a otra siempre se ha acompañado de guerras y turbulencias. Apenas son los primeros pasos y falta un largo camino por recorrer, pero difícilmente habrá vuelta atrás.

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