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lunes, 6 mayo, 2024
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La gloria de Los Pintados

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Por: SIMITRIO QUEZADA •

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Es ley no escrita que cada generación critique a la siguiente: así la complicidad entre abuelos y nietos calza a la perfección. Con todo, hablar en Jalpa de “Los Pintados”, grupo juvenil de relajo en las dos corridas de toros anuales en tal municipio, raya en el extremo de esa ley. Con el fragor de su edad, cada generación se coloca los 25 de diciembre y 1 de enero sobre las escaleras de Sol para lanzarse pintura con cerveza y abuchear a medio mundo. Los padres “Pintados de generaciones anteriores” se escandalizan ahora, fingiendo amnesia y compadeciendo a matador, picadores, reina de la feria y presidente municipal.

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Cada fin y principio de año la plaza de toros de la zacatecana Jalpa muestra una mancha de pechos masculinos y multicolores camisetas rotas. Uno o dos llevan trompetas para competir con los “músicos huevones” del gobierno municipal, mientras muchachas y policías rodean a los salvajes multicolores: unas para ser pintarrajeadas, otros para prevenir que los desmanes salgan de sus límites.

Cuentan que la gloria de Los Pintados fue, hace más de treinta años, “la bacinilla de oro”. Varios muchachos llevaban la bacía; otros, plátanos y frijoles podridos. Como producto gerber, la mezcla se molía con las manos, agregando cerveza. El reto era tragar lo que parecía otra cosa: esa masa café y aguada en medio del líquido amarillo era pasada, también, a las muchachas. Cierto es que sabía podrido, pero por años constituyó ritual de iniciación para los púberes que desearan ingresar al rito del desmadre.

Esa fiebre se fue con la fama de algunos toreros. Años después Los Pintados cooperaron con la publicidad de un refresco al imponer “la ola” en las gradas. El revuelo era general, ya que la amenaza de los muchachos salía clara: “Que chingue a su madre el que no haga la ola”. Santos y demonios, plebeyos y nobles, ancianos y escuincles esperaban las manos levantadas para unirlas al transversal fluir en el graderío. La moda ochentera se prolongó mientras nuevos Pintados ideaban otras formas de llamar la atención como vox populi. El 25 de diciembre de 2003, por ejemplo, los vimos improvisando un festivo tendedero sobre uno de los cables eléctricos.

Durante años mucha gente ha visto a Los Pintados como auténtica expresión del pueblo. Son el terror de presidentes municipales, reinas de feria, toreros, reporteros y músicos. De ese rehilete implacable surgen gritos para los famosos del pueblo: que si El Chutas, El Golo, José Juan Llamas, El Güero Charles, El Trino Paz Enorme. Los Pintados han sido también los creadores de las mantas: grafitis sin pared hechos para la ocasión. Su melodía natural es la gozosa mentada de madre. Son orgullosa vergüenza. Pasan sobre el escándalo de señoras, señores y demás jóvenes mojigatos que ya los imagino también criticarán a quien escribe estas líneas (¿Para qué los engrandeces? Deberías escribir sobre cosas constructivas para el pueblo; no sobre ésos…).

La gente siempre estará rumorando. “Son tontos útiles… Son valientes y auténticos… Forman su bolita para insultar a las autoridades… Son la voz que denuncia divirtiéndose…” Con, sin y a pesar de todos, esa tradición de rostro violeta y rojo continuará ejerciendo su crítica entre correr de pintura con cerveza, muchachas escandalosas y sombreros con bandera mexicana, abucheos a toreros, músicos huevones, norteños presumidos y gente instalada en Sombra. En un pueblo donde hablar o escribir trae como consecuencia la condena y el descalabro (al criticarme, los escandalosos darán validez a estas afirmaciones), cada año aumenta la tradición y gloria de Los Pintados. ■

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