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domingo, 5 mayo, 2024
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Frente a rapiñas, ¿Cartilla moral o Constitución?

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Por: SIMITRIO QUEZADA •

La reciente tragedia ocurrida en Tlahuelilpan, Hidalgo, donde por rapiña y descuido se registran al menos 79 personas fallecidas y muchas más heridas, vuelve a inquietar a esta sociedad mexicana tan intempestivamente mortificada como fácilmente olvidadiza. Nuevamente nos desgarramos las vestiduras: criticamos a los que incurren en corrupción como si fueran ciudadanos muy ajenos, como si se tratara de personas ubicadas a más de mil kilómetros de nuestro entorno cotidiano.

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Frente a estas rapiñas y otros signos evidentes de pérdida de valores en el país se entiende por qué el actual presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, busca revivir con adecuaciones la magna Cartilla moral (Conciencia del entorno) escrita en 1944 por don Alfonso Reyes. Por lo visto conformamos un pueblo de memoria corta, maña larga y moral duplicada. Nos hemos dejado arrastrar y empequeñecer por las diminutas y habituales corrupciones, por un día sí y otro también disfrazarnos como “única oportunidad” a la ocasión de transa, por la facencia de la voluntad de Dios en los bueyes del compadre, por el predicar lo que no practicamos, por el querer perfeccionar la familia del vecino sin ver el desmadre que son los nuestros

Los mexicanos pagamos periódica, casi cíclicamente el precio de tolerar la impunidad y las corruptelas mirruñas que según algunos de nosotros son esenciales para “aceitar” la sociedad en todos sus ámbitos. Gobierne quien nos gobierne proseguimos teniendo muy cerca, casi oculta, la “palanca”, la facilidad, el influyentismo que disfrazamos con las frases “el poder es para ejercerlo”, “si no ayudo a mi gente, entonces a quién chingados”.

En su reciente visita a Zacatecas, el presidente de la República gritó “¡Se acabó el moche!”. ¿Qué tan cierto es a partir de ahora? ¿De veras acabaremos en este sexenio con las facturas infladas, los “acomodos” contables, los favores especiales, las excepciones sospechosas, el tráfico de influencias, los “juanitos” y “juanitas” (estratagema alentado en su momento por el propio AMLO), el “me la va a deber”, el “no quiero gastarme este favor ahora”? Lo pregunto porque la historia contemporánea nos enseña que la corrupción no es rasgo distintivo de un solo partido político, por más que jingles, lemas publicitarios y discursos de militantes insistan hasta el hartazgo en querer convencernos de lo contrario.

Hace días nos enteramos de un destazamiento de reses vivas en plena rapiña tras falla mecánica de un tractocamión. Confirmamos que, para nuestra propia y cultivada desgracia, el mexicano es un pueblo que se distingue por apersonarse, más bien apelotonarse, frente a un camión abandonado o volcado con pepinos, cebollas, repollos, refrescos, cervezas, pañales, botellas de aceite y ahora reses o de plano ya no tráileres, sino ductos gasolineros perforados. Ya no sólo somos lo que hacemos, sino también somos y padecemos lo que infringimos.

Vimos hace días el video de compadres dividiendo salvajemente reses enteras. Vimos, criticamos, difundimos, reprobamos y de nada sirvió el escándalo mediático porque poco más de una semana después aquí estamos otra vez los mexicanos y nuestra inclinación a la rapiña reflejados en las decenas de personas empujándose, con cubetas y bidones, para robar gasolina (matizan personas que es práctica habitual en aquella zona cercana a Tula, Hidalgo).

Adendo: Todavía no termina de humear sobre la tierra carbonizada, sobre el escenario de la tragedia, y tenemos ahora en circulación otro video de transa: un empleado de gasolinera apretando la manguera mientras surte el combustible.

Comprendo la intención del presidente López Obrador para querer reformar la moral pública del país, como en su momento quiso hacerlo Miguel de la Madrid Hurtado. El gran problema es que ni Cartilla moral o Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, ni la Biblia o las Éticas escritas por Aristóteles pueden entrar rápidamente en un pueblo que toleró que se le quitaran las clases de Civismo, que en sus generaciones más recientes se prometió no ser como los papás intransigentes que tuvieron, que también se burló de toda práctica y convivencia intergeneracional, de Carreño, de las religiones y de toda moral doméstica.

Frente a rapiñas, moches, influyentismo, trampas, plagios, faltas de transparencia disfrazadas de transparencia, simulaciones y otras corruptelas sólo servirá la propia convicción. Lo demás son textos de apoyo e intenciones nobles desde un gobierno que no tiene otra opción. La disyuntiva de Cartilla moral o Constitución es pregunta secundaria frente al desafío de realmente enfrentar tanto la corrupción como la impunidad empezando por el círculo interno, por los propios colaboradores. El país necesita que cada uno de nosotros haga brotar al ciudadano ético y comprometido con su entorno, comenzando por el ámbito del servicio público y luego en nuestro rol de participantes de la sociedad. De otro modo, continuaremos pagando el precio de ser tan mezquinos e hipócritas. ■

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