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viernes, 26 abril, 2024
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Soplar antes de dormir

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Por: JUAN ANTONIO VALTIERRA RUVALCABA •

Frotaba sus manos con rapidez intentando ganar algo de calor. En las noches al dormir, de un tiempo a la fecha, él soplaba lentamente, primero de abajo hacia arriba e inmediatamente, a la misma altura, volvía a soplar de izquierda a derecha.
Dibujaba una cruz en la noche de su cuarto antes de dormir.

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No era muy creyente. Se santiguaba a oscuras, sin que nadie lo viera y ya a punto de cerrar los ojos y descansar.

Despertaba muy temprano, casi de madrugada. Antes de hacerlo volteaba a sus lados para ver si su mujer aún lo acompañaba en la vetusta cama que hace muchos ayeres tenía los resortes del esprín tensos y en su lugar.

Rápidamente se vestía. Esa sensación daba, pues como dormía con pantalones y camisa, casi no batallaba, mucho menos para ponerse el sombrero que le tapaba el greñero revuelto.

En la cocina, sobre un tenamaste fabricado por un herrero conocido como “el color de rosa”, ponía agua a hervir. Avivaba la lumbre con un pedazo de cartón sin dejar de soplar a los flacos leños. El agua la sacaba de una olla de barro tapada con un plato descarapelado por el uso de añales.

Dormía como un Cristo sin cruz. Era un hombre delgado. Trabajaba en el campo de día y de noche. Ya iniciada la noche, por ahí de las diez, buscaba qué comer en su mísera cocina. Un voltear de botes, cajas de cartón donde algún día llegó a conservar sobres de atole de maizena, luego, parado en las puntas de los pies, hurgaba con la mano derecha y luego con la mano izquierda el zarzo colgado del techo.

No había un mendrugo de queso. Se le olvidaba que las últimas vacas las había vendido en el pasado verano cuando en el invierno de hace tres años perdió toda la cosecha. Fue tan severo el frío que la milpa se heló.

Él mismo se cocinaba. Lo único que sabía hacer eran papas hervidas y frijoles en la olla.

El maíz ya hecho nixtamal lo martajaba en el metate y luego torteaba unas nejas1.
Como si esperara visitas, por costumbre tenía asomarse a la puerta y voltear de un lado a otro. Se rascaba la cabeza y chaqueaba la boca y se metía.

La cocina construida con adobes tenía una puerta desvencijada. Todas sus piezas empezando por los pedazos de madera y láminas estaban flojas, rechinaban al cerrarse y abrir. El aire sometía a prueba su resistencia. En las noches silentes se podía oír un chirrido monótono.

De vez en vez, por esa puerta despegada solo pasaba aire, las luciérnagas y sus victimarios los ratones viejos2.

Sus papas y frijoles los acompañaba con las tortillas mal hechas y unos chiles verdes ya secos que sacaba y guardaba en unos frasquitos de pomada.

Hacía años que había enviudado. Sus hijos se casaron y se fueron. No lo procuraban. Estaba solo en medio de esa naturaleza agreste.

El tiempo cinceló y confeccionó los girones de sus raídas ropas junto con recuerdos extraviados ahí en las dolorosas tierras.

  1. nejas.- Se dice a las tortillas.

  2. ratones viejos.- Así se conoce en las comunidades y rancherías a los murciélagos.■

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