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martes, 7 mayo, 2024
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El pantano de la Argólide

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Por: JULIO YRIZAR •

■ Factótum

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Diódoro, el historiador, sin miedo a las exageraciones, le cuenta cien cabezas a la Hidra de Lerna. Apolodoro, escudero de la moderación, sugiere más tarde que solo son nueve, cifra que se acepta como verdad mitológica, aunque se admite también que por cada decapitación, la Hidra engendra desde su herida dos testas más –horror de las cosas que se multiplican sin necesidad. Medirse con la bestia en combate constituyó el tercero de los doce trabajos de Hércules. Así, el forzudo hijo de Zeus, fue cortando cabezas al tiempo que con fuego cauterizaba las heridas infligidas a la Hidra, a fin de que no se engendrasen nuevos pares de ojos. La cabeza principal sin embargo, tenía por Juno concedida la gracia de la eternidad. Es decir que no podía ser destruida.

En octubre de 2012, la administración de Felipe Calderón Hinojosa, celebró por poco tiempo la caída de Heriberto Lazcano, el llamado Lazca, debido a que su cadáver desapareció de la morgue, alimentando con ello la imaginación colectiva de los mexicanos, tan fanáticos desde siempre, de urdir historias sobre la conspiración, motivadas por el ya grueso cúmulo de supersticiones laicas, que promueven por un lado la corrupción de nuestro sistema político y por otro, el no pocas veces absurdo proceder de nuestras autoridades. Con todo, antes del ridículo que hubo de tragar el gobierno frente a la opinión pública por perder el cadáver de un jefe del hampa, ya se hablaba de la sucesión del liderazgo entre los miembros del descabezado cartel, porque para nadie era por entonces –y sigue sin serlo-, extraña la analogía entre el narcotráfico y la Hidra de Lerna.

Antes de que los despojos del Lazca se pusieran a hacer los trucos de Lázaro el del evangelio, la revista Proceso, en su número 1876, mencionaba ya el encumbramiento del hoy capturado Z–40, hecho reciente que también, aunque en menor medida, ha invitado tanto a las mentes ociosas como a las suspicaces, a considerar una nueva superstición laica, promovida por el video donde aparece el sujeto en cuestión con aspecto manumiso, ya que sus manos –símbolo por excelencia de la acción transformadora-, se encuentran libres de los cinchos aceptados por Derechos Humanos, como sustituto a las medievales esposas. Y es que ningún ciudadano que haya sido víctima de la brutalidad policiaca por incurrir en una simple falta administrativa, puede concebir que una persona considerada como sujeto de alta peligrosidad, camine con la calma de un monje lama, por una oficina plagada de militares, como si fuera un paseo dominical en el parque. El tema sin embargo es otro.

Durante su campaña electoral el hoy Presidente de la República afirmó –entre muchas insensateces-, que se tenía que revisar la estrategia de la lucha contra el narcotráfico, porque en los seis años de implementarla como la diseñó el gabinete de Calderón, perecieron –según cifras oficiales-, alrededor de setenta mil connacionales. Cifra espeluznante si se considera como punto de comparación, la campaña estadunidense en Viet Nam, donde se contabilizó la muerte de cincuenta mil adolescentes disfrazados de soldados.

William Seward Burroughs –Shiva en la Trimurti de la generación beat-, sugiere en sus libros Junkie y The Naked Lunch, que las estrategias de los gobiernos democráticos contra la lucha del tráfico de narcóticos, son o bien una simulación, o una muestra de que nuestros destinos nacionales están en manos de ineptos, ya que los gobiernos legislan medidas absurdas que carecen de eficacia para combatir el fenómeno del narcotráfico –como en su momento fue la Ley Harrison-. Sugiere Burroughs que combatir de manera frontal el tráfico y trasiego de sustancias ilegales, más que ineficaz resulta estúpido, ya que se debe realizar una aproximación al fenómeno, cada vez más desde el flanco de la salud pública y cada vez menos desde el lado de la justicia penal.

En tanto exista demanda –asegura Burroughs-, habrá también quien esté dispuesto a correr un riesgo por obtener un beneficio económico al satisfacer dicha demanda. El sugiere –desde hace ya sesenta años-, prestar más atención y dedicar mayor cantidad de recursos, a campañas de prevención y rehabilitación, en lugar de invertir estratosféricas cantidades de dinero en armamento, equipo, capital humano y políticas de contundente perfil penalista. Atacar a la Hidra desde la base, no consiste en desarticular la estructura financiera de los grupos delictivos, sino en limitar la demanda: eso sería cauterizar las heridas de la Hidra, porque de otro modo, nos quedaremos inmersos en una lucha absurda como las pláticas bizantinas, o como el mito de Sísifo. 

Ahora le pregunto estimado lector ¿conoce usted la cantidad de recursos que se dedicaron, durante la pasada administración encabezada por Felipe Calderón Hinojosa, para la prevención y rehabilitación de los adictos, en contraste al dinero destinado al combate frontal contra el narcotráfico? Lo invito a revisar, y percatarse de que la diferencia entre uno y otro monto, es por demás obscena. ■

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