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lunes, 6 mayo, 2024
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El canto del Fénix

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Por: SIMITRIO QUEZADA • Araceli Rodarte • Admin •

Fraternidad

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Con el mejor ánimo del que era capaz, el luchador social Malcolm X dijo en uno de sus discursos: “Donde quiera que vayan y sea aquello que hagan, recuerden siempre que seguimos siendo hermanos y hermanas, y que siempre tenemos el mismo problema. No despilfarremos el tiempo en condenarnos y combatimos recíprocamente. Ya hemos perdido demasiado en el pasado”.

En medio de un país tan convulso deberíamos recordar eso de modo permanente. En medio de un estado que tanto necesita de nuestra generosidad y no de nuestra ambición. En medio de un Zacatecas que necesita que demos lo mejor de nosotros y no nuestra miseria cotidiana, nuestra más que mezquina estupidez e inmadurez.

Retomo un fragmento del capítulo 17 de lo atribuido al médico Lucas, discípulo de Saulo de Tarso: “Habiéndole preguntado los fariseos cuándo llegaría el Reino de Dios, Jesús les respondió: ‘La venida del Reino de Dios no se producirá aparatosamente, ni se dirá: ‘Véanlo aquí o allá’ porque, miren, el Reino de Dios ya está entre ustedes”.

El Reino de Dios, de ese creador al que muchos creyentes solemos invocar, por el que muchas personas que nos consideramos libres renunciamos a fanatismos e imposiciones de etiquetas… El reino de verdad, de luz, de amor, de justicia, está entre nosotros y se traduce como esa fraternidad desinteresada que podemos mostrarnos.

“¡Miren cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía!” dice el inicio del Salmo 133. Por eso pocas cosas hay más fuertes que la familia, y la hermandad en ella. Y es más valiosa la hermandad por elección que la genética.

Con todo, hay también un dicho latino atribuido al fabulista Fedro: “Vulgare amici nomen, sed rara est fides”, Es común llamar a otros amigos, pero resulta extraña la lealtad.

En reuniones, fiestas, incluso en la calle podemos encontrar amigos y compañeros y repetirles con algo que intenta ser efusión: “Hermano, hermano, hermanito”. Entre tanta “hermanería” recitada casi mecánicamente podemos olvidar realmente el sentido de la fraternidad.

¿Hermano tú y yo, que apenas nos conocemos? ¿Hermano tú y yo, tú que vienes de Nuevo León y tienes un modo de hablar de arranque, y yo que soy zacatecano y hablo cantadito? ¿Hermano tú y yo, tú que todavía defiendes unas causas que no son las que abandero yo, y a la inversa?

Somos hermanos, hijos del mismo mundo. Nos unen los propósitos, los trabajos, los ideales. Como dijo Alphonse de Lamartine: “Sólo el egoísmo tiene patria. ¡La fraternidad no la tiene!”.

La fraternidad es una forma que permite traer de mejor modo nuestros ideales, pero no es el fondo. La fraternidad no es un velo que nos cae automáticamente nomás porque nos decimos hermanos y nos frotamos los hombros. La fraternidad no llega como una estampita que el Creador pone en la frente de cada uno de nosotros. La fraternidad no es el ungüento que se aplica en palmaditas; no es el agua bendita que se salpica mediante halagos y sonrisitas protocolarias.

Un día después cumplidas las primeras 33 jornadas de pontificado de Jorge Mario Bergoglio, el 17 de abril pasado, éste dijo públicamente que la Iglesia no puede hacer de “niñera” de los cristianos, que éstos tienen que descubrir la responsabilidad de lo que significa ser bautizados y tienen que anunciar el Evangelio con valentía. Permítanme parafrasear al obispo de Roma y hacer notar que ni el centro de trabajo, ni el gobierno ni nuestra familia puede hacer de “niñera” nuestra y sí somos nosotros los que debemos vivir nuestros valores en cualquier ámbito. De hecho no puede entenderse el concepto de fraternidad que no se desarrolla en la comunidad ni en armonía con otros. ■

 

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