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sábado, 4 mayo, 2024
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Zapata vive

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Por: LUCÍA MEDINA SUÁREZ DEL REAL •

Hace unos diez años oí al productor Epigmenio Ibarra decir a una centena de jóvenes, entre los que me encontraba, que debíamos luchar por cambiar a México porque, jóvenes como éramos, en el estado que se encontraba el país, solo teníamos tres destinos: matar, morir o migrar.

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De los que estábamos ahí, uno ya se convirtió en gobernador; otro, en subsecretario de Estado; unos más en funcionario estatal de primer nivel, otros alcanzaron diputaciones. Otros tantos optaron por otro lado de la historia y hubo quien hasta ya fundó otro partido político.

A muchos más de aquellos jóvenes, quizá los mejores, la política los expulsó pronto, aunque tal vez lo hizo solo temporalmente. A varios les apremió la necesidad de ganarse la vida y la lucha por los ideales tiene que malabarear con la vida cotidiana. Para otros más no hubo suerte porque en ese juego los más ligeros, los que más avanzan, son los que menos escrúpulos cargan. 

Muchos de aquellos envejecieron/envejecimos ya; en la edad y la energía con certeza, pero otros también en la esperanza y la perseverancia. 

Francisco Zapata Alvarado, “Zapatita”, se fue de este mundo antes de que eso le ocurriera. Se fue a tiempo para irse como héroe y no convertirse, lenta y paulatinamente, en villano, como suele ocurrir. 

Se va, o mejor dicho, lo fueron de esta vida, cuando aún tenía sueños, energía, y esperanza en aquello que construía día con día. 

No es que no tuviera humanas y legítimas aspiraciones, ambiciones incluso; no es tampoco que se haya ido antes de cometer errores, como nos gusta pensar de los que ya no están. Todo eso tuvo, como cualquiera, pero tenía aún esa energía y empuje de la gente joven de alma, que con su ejemplo arrastra a los demás y hace levantarse a los cansados.

Ese es el tamaño del hueco que deja en muchos, porque además de sus familiares y más cercanos amigos, la tristeza de su ausencia alcanza también a quienes, a distancia, atestiguaban los esfuerzos de un muchacho por dar la lucha social que, como dice Alma Ríos, tanto les reclaman a los jóvenes, quienes les dejaron el mundo como está.

Asesinatos como estos son tristemente tragedia cotidiana desde hace 16 años, cuando un hombre de enanismo moral decidió jugar a la guerra y disparar un cañón a un avispero, esperando que, en medio de los zumbidos, se olvidara su ilegitimidad.

Desde entonces, a la fecha, los muertos se cuentan por decenas de miles, y en un juego de probabilidad, es casi imposible que la tragedia no llegara, en algún momento, cerca de nosotros. 

A tres lustros de eso, el daño pervive, y quién sabe cuánto más tardemos en llegar a ese México de paz, y a ese Zacatecas tranquilo que nos enorgullecía. 

Es posible que los jóvenes, las mayores víctimas de esto, sean quienes menos lo extrañen porque son también quienes menos lo recuerdan.

Los de hoy son jóvenes que aprendieron a serlo en un mundo que ya era así de violento. Son una generación que distingue los balazos de los cuetes; que conoce los tanques militares, y que no se sorprende tanto, como los más viejos, cuando les toca enterrar a uno de ellos. 

Hace unos días lo hizo con Zapatita, que fue asesinado con su amigo Raúl, mientras cambiaban una chapa. 

Hoy tocan la tristeza y la rabia a los que lo quisimos, y a quienes queremos a los suyos, en mi caso personal, a su hermano mayor, mi muy estimado amigo Javier. 

Para su suerte, su talante bonachón, su rostro infantil, y sobre todo, su trayectoria de lucha social y política, lo dejan a salvo de que su nombre se ensucie de la ominosa sospecha de andar en “malos pasos”, en esos que a veces son los únicos que pueden dar los miembros de su generación hundidos en la pobreza o sobrevivientes a la ley de plata o plomo.

La tarde de este lunes habrá una marcha para exigir justicia para Zapata y Raúl, una marcha como las que acompañaron ellos tantas veces y como las que, si fuéramos justos, tendríamos que hacer casi a diario. 

A veces ni siquiera la muerte puede escapar de la vileza, y no faltó ni faltará quien haga lucro político de sus asesinatos, incluso a costa de las causas que defendieron y construyeron en vida. 

El pronóstico terrible de Epigmenio se cumplió en Zapata: murió, pero se fue de esta vida construyendo un mundo mejor, que todavía creía posible. Ojalá tenga razón y lo sea. 

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