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domingo, 5 mayo, 2024
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Historia y Poder Zacatecas, entre reyes, limosneros y poetas

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Por: MIGUEL ÁNGEL AGUILAR •

El rey Felipe II de España quedaba maravillado al recibir las noticias de una Zacatecas con montañas de oro y plata.

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Era 1547 y aun asombraban las noticias capaces de despertar la imaginación más loca y burda como hacer un puente desde América hasta la España medieval de pura plata y del oro y sus séquitos de incondicionales como duques, condes, archiduques, monseñores y cortesanas levantaban la ceja por lo valeroso y audaz de los soldados españoles.

De fama mundial sus hazañas y desde 1880 en las escuelas chinas y japonesas y turcas y rusas a sus niños se les enseñaba de lo valeroso y victoriosos que resultaban los conquistadores españoles que tras de ellos los seguían portugueses, italianos, flamencos y suizos en pos de conquistar tierras y obtener riquezas, salud, fundar ciudades, someter a muchas otras, usando su sangre, su juventud y por medio del sabotaje, el asalto, la pelea cuerpo a cuerpo.

Las minas asombrosas de Zacatecas, San Luis Potosí y del estado de Guerrero le daban, junto a las minas bolivianas, las riquezas que cambiaron la faz del mundo al proveer cuantiosas cantidades de dineros que fincaron los primeros bancos, casas de bolsa, es decir, revolucionaron la economía del mundo. Y a la par, ejércitos de aventureros, esclavos y mendigos, trovadores que se lanzaban a la hazaña relevante, lo incierto también, lo promisorio sin duda.

Fueron duras las reglas de las autoridades virreinales para castigar los excesos y manadas de harapientos y mendigos que no lograban fortunas, se tiraban al vicio, al desorden y a la rapiña.

Son de fama las tropelías de mujeres ebrias y caballeros locos tirándose a orgias y trampas de toda especie en las calles zacatecanas y ahí el músico ávido, el poeta recitando liviandades y groserías líricas, rechazando la opulencia para meterse de lleno en la cicuta, lo precario, la salud del alma.

Los reyes siguen visitando a Zacatecas con asiduidad, los limosneros se multiplican como atriles para colgar al viento y los poetas, como Macías o Acosta, ríen mientras beben y fuman o le escriben a su alma el diluvio de los años.

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