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sábado, 27 abril, 2024
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■ ALBA DE PAPEL Los libros y el destino

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Por: ALMA RITA DIAZ CONTRERAS •

Nadie diga no moriré hoy, porque murieron. Basta un humor que se corrompa en las entrañas y llegue sin verlo nadie al corazón, forma parte de un poema titulado “Caducidad de la vida” contenido en un viejo libro de gramática que circuló en los años setenta en algunas escuelas primarias con el propósito de fomentar no sólo el conocimiento de la sintaxis de las palabras, sino fundamentalmente estimular el amor por los libros y los valores universales.

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Fueron tiempos de dificultad económica, de lucha por incentivar la cultura y promover la lectura con la firme intención de que tal como lo sugiere Víctor Hugo en la parte final de su libro Los miserables en el umbral del nuevo siglo, “los mejores tiempos están siempre por venir”, hoy sabemos que la realidad es engañosa, pero que en el corazón de la lectura misma, permanece inquebrantable su propuesta de cara al futuro: disminuir la barbarie y la amargura que tanto ha diezmado al género humano.

Y vaya que lo ha hecho aprovechando el miedo y la ignorancia de hombres y mujeres vulnerables a la cólera y a la simulación, acostumbrados a la enfermedad instalada de la apatía y el sinsentido que ha dado origen a una sociedad dividida y reactiva a los estímulos provenientes del caos, el dolor y la muerte, en lo que parecería un asunto global.

Esta es la mayor acometida que ha experimentado el pueblo mexicano, respecto a su condición humana, que ha dado pie a una identidad fragmentada y dolida, inimaginable en su dimensión, frente al peligro inminente de la desestructuración familiar que corroe sus comunidades de origen, alentando las adicciones y la delincuencia organizada en proporciones trágicas.

Violencia, corrupción y pobreza son los azotes que con severidad golpean a los pobres que no “miserables” como los llamó Vargas Llosa en su última entrega al periódico “El país” al referirse a la emigración latinoamericana, de aquellos que no tienen acceso al mínimo de dignidad humana y a los que se les niega el derecho a vivir su propia cultura en sus comunidades de origen.

Muchos problemas pues, para las naciones de este continente que en su permanente lucha de libertad, justicia y bienestar, sólo pueden respirar y soñar a través de las ventanas que la cultura ofrece en su extraordinaria diversidad.

Y dentro de este universo plural, está el milagro del libro, el maná prometido como alimento espiritual y cognitivo para entender el mundo y su pulsión de muerte. “Agua seca” para Preciado, el hijo negado de Pedro Páramo, que murió sediento y devuelto a la madre tierra, tras conocer y entender su origen en Comala, un pueblo habitado por fantasmas y recuerdos.

En un libro se aprende la vida misma, y la de otros; se viaja en el tiempo con una circularidad común al pasado y al futuro, desde la perspectiva del presente y por mucho, se logra ser más humano y sensible al tiempo actual que se vive, a su problemática y a su porvenir para hacer un mundo mejor, porque el progreso exige creer en la utopía.

Previo al 12 de noviembre – Día Nacional del Libro- y en los días que corren, instituciones y medios de comunicación han implementado distintas acciones a favor de la lectura; conferencias, presentaciones de libros, talleres y maratones de lectura que sería deseable se hicieran permanentes en un país y en un estado, donde faltan lectores, el gran faltante de librepensadores para una patria progresista.

Hay por lo tanto – a pesar de su riqueza-, una pulsión de muerte, que confina al país a tener necesidades básicas propias del subdesarrollo y de la idea equivocada que subyace en el inconsciente de que así son las cosas por obra y gracia de dios que permanece omnisciente en la mesa del poderoso.

Un libro es un arma, un emblema, una biblia, en él reposa la experiencia humana, su devenir, sus avatares, sus glorias y fracasos siempre a la luz del conocimiento y de las nuevas ideas.

En México, con bajos índices de lectura, 3 y medio libros por persona en un porcentaje muy menor a los 120 millones que lo pueblan, bombardeados por el impacto mediático de los medios masivos de comunicación, en particular copados por las redes sociales y la información digital, el diagnóstico se agrava por lo que demanda mayor compromiso institucional y social.

En noviembre, mes de cirios y veladoras, de cempasúchiles y plañideras, el día 12 surge como un girasol, como una promesa abierta para formar en los niños y en los jóvenes el vigoroso hábito de leer y con ello, la posibilidad de transformar los ideales de una sociedad y una nación en construcción.

La responsabilidad es de todos y esto también podría ser un punto inquebrantable de la cuarta transformación que el nuevo gobierno federal emprenderá.

Frente a la paulatina muerte social, hay un gran desafío.

Ánimo y fortaleza para todos. ■

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