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domingo, 5 mayo, 2024
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Josefina Vicens: los mil nombres

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Por: ÓSCAR GARDUÑO NÁJERA • admin-zenda • Admin •

Puntual. Cuando tienes que checar en una dependencia gubernamental tienes que serlo. Aunque las labores comiencen tarde, se exige la puntualidad porque de alguna manera es una forma de resarcir, aunque sea moralmente, los tantos pendientes que jamás terminarán por cumplirse. Por eso no hay burócrata que no lleve reloj. Sin faltar el gordito que los vende afuera de toda oficina burócratica que se precie de serlo. Los hombres que dentro de ella viven más de media parte de su vida no saben nada del tiempo porque lo único que conocen son las órdenes que les impone. Un gran monstruo con manecillas como quijadas que los persigue hasta que llega la jubilación y entonces ocurre que esos hombres grisáceos no saben qué hacer con su tiempo libre.

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Quizás las tantas y tantas promesas de la dependencia no sean puntuales, pero Josefina Vicens se levanta temprano, hace lo que tiene que hacer, sale, toma el camión a unas cuantas calles de su casa, piensa en las distintas vidas que podría haber llevado si no fuera quien ahora va en ese camión, porque alcanza a verse desde el exterior, como si ella misma fuese un personaje de una novela que escribe algún autor desconocido y que hace de ella lo que se dé la gana, tal y como ocurre con Jacques Kohn, personaje principal del cuento Un amigo de Kafka de Isaac Bashevis Singer o en Niebla de Miguel de Unamuno.

Pide esquina, baja, unos cuantos pasos, los demás pasan a su lado, personas que van y vienen, llega a la dependencia gubernamental, saluda a uno que otro conocido con la misma familiaridad del recluso que saluda a los que comparten celda y ahí está, esa libreta oscura y grisácea donde día con día tiene que firmar su hora de entrada. Antes de hacerlo observa el enorme reloj que cuelga de la pared. Hay que recordarlo: uno se acostumbra a los monstruos.

Toma el boligráfo Parker entre esos esquéleticos dedos amarillentos de tanto fumar, se busca en la lista, en la libreta, y entonces uno de los tantos personajes que han llegado a ella a través de la literatura suplanta su identidad, hurta la suya, la deshace frente al que espera que termine de firmar, frente a la voz insistente y latosa de quien se encuentra detrás suyo y te apresura para que termines de hacerlo. Leona Vicario. Juana de Arco. Madame Bovary. Son los nombres que Josefina Vicens escribe en la libreta.

Hagamos un ejercicio de imaginación altamenta inútil e imaginemos la cara de quien revisa las listas o la libreta. Supongamos que lo hacen. Conforme a los lineamientos de cualquier dependencia gubernamental sabemos que lo más probable es que ni siquiera se tomen la molestia de hacerlo, que quizás la libreta o la lista vaya a dar a un enorme mueble de madera vieja donde se acumulan las libretas semana con semana.

Madame Bovary. Me quedo con esta firma. Si en algún momento Josefina Vicens tiene más de tres llegadas tarde, ¿se imaginan al señor que lleva la lista o la libreta preguntando por Madame Bovary por los pasillos de la dependencia gubernamental? Me gusta pensar que, tras una ardúa búsqueda, el señor termina dándose por vencido. Alguien, sin embargo, se ríe del señor cuando escucha que pregona el nombre de la gran puta de Flaubert. Alguien: Josefina Vicens. O José García.

Esta historia pertenece a Josefina Vicens y a los tantos nombres tras de los cuales intentó no sólo ocultar su verdadera personalidad sino sus tantas inseguridades a la hora de enfrentarse a la escritura. Porque las tuvo, porque ella misma confiesa que tras escribir algo lo lee, se percata que es desastrozo y termina por romper la hoja y arrojarla al cesto de basura. Por eso para escribir crónicas taurinas, Josefina Vicens se inventa un seudónimo, Pepe Faroles; otro para el analista político, Diógenes García. Sumen a estos sus tantas firmas con distintos personajes literarios.

En realidad Josefina Vicens nunca deja de ser la niña que juega con la literatura, se apodera de sus elementos narrativos y los pone en práctica en su vida diaria. Vive haciendo literatura. Esto es lo más hermoso. Por eso cuando aparece El libro vacío (1958) la primera asociación que hacen los críticos literarios es que se trata de una novela de corte autobiográfico: tras del temor incesante de José García está Josefina Vicens no sólo como autora y constructora de un personaje tan entrañable que durante toda la novela busca dar con una primera frase, sino como un proceso mimético entre autor y personaje. Es una de las tantas lecturas del libro. En realidad se trata de la primera metanovela de la literatura mexicana. Y si a Pedro Páramo (1955) de Juan Rulfo se le considera como un parteaguas en la literatura de mediados de la década de los cincuenta tanto por los elementos narrativos y cinematográficos que Rulfo emplea, así como por el uso de los flashbacks y los flashforwards que permiten alterar las secuencias narrativas sin que por eso sea incomprensible la novela, a Josefina Vicens se le tendría que reconocer como la primera autora mexicana en escribir una obra completamente diferente con lo que se venía haciendo hasta entonces dentro de la producción literaria nacional, una obra que trata de la escritura misma, de dos libretas, una maldita primera frase y el vacío, ese vacío que todo creador experimenta frente a la página en blanco. ■

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