30.8 C
Zacatecas
sábado, 11 mayo, 2024
spot_img

El Canto del Fénix

Más Leídas

- Publicidad -

Por: SIMITRIO QUEZADA •

  • El muchacho que vendía las gelatinas

Bajaba por la calle Delicias cuidando no quebrar la vitrina. El empedrado mostraba piedras resbalosas, algunas brillaban de tan calvas. Entre Colegio Militar y Victoria el tramo se ponía peor. Aun así el gelatinero no perdía oportunidad de llamar clientes con sus pregones.

- Publicidad -

La tarde en el pueblo caía de tan pesada. Afuera pocas señoras adelantaban al ganchillo. Los muchachos seguían jugando con camionetas que llenaban de arena, pero cuando veían al gelatinero empezaban a jalar la falda de la mamá.

Los sabores eran fresa, vainilla, limón, piña y naranja. La mayoría tenían leche y otras incluso nueces. El muchacho que vendía las gelatinas sostenía la vitrina: sacaba vidrio por vidrio y ofrecía sus postres. Tras regresar el cambio y cerrar la vitrina, apretaba su claxon de tres cornetas. Eran siete pitidos, luego un “¡Gelatinas, fresquecitas las gelatinas!” y otros siete pitidos. Algunos chiquillos lo seguían para que él les prestara “el pito”; el vendedor volteaba socarrón para pedirles que no jugaran con él.

El muchacho que vendía las gelatinas llegaba, junto con el ocaso, a la plaza sin árboles. Ya no había boleros y era poca gente la que seguía sentada. Daba dos vueltas, pasando frente a la Parroquia. Retornaba para entrar a la calle Colón, pero nadie andaba por allí y hasta la Casa de la Cultura estaba cerrada.

Algo cansado, el gelatinero regresaba por la 20 de noviembre. A esa hora los taqueros barrían con agua las aceras y pocas personas salían del cine. En la vitrina quedaban dos gelatinas de naranja sin leche. Posiblemente una de ellas pararía en el estómago del muchacho.

Pasaba frente a la imprenta de fachada verde, el taller de refrigeradores, la farmacia que parece templo blanquísimo y que lleva el mismo nombre del pueblo. Cerca del correo, dos nubes rojas querían pelear en la oscuridad. Al menos eso creía el vendedor de gelatinas, quien siempre encontraba imágenes donde no había que buscarlas… y encima les buscaba palabras bellas para compartirlas mejor.

Subía la calle Reforma cuidando no quebrar la vitrina. Casi no se veía el empedrado: a las siete cuarenta es difícil caminar por la subida. Pero el muchacho que vendía las gelatinas iba deprisa, pues tenía cita a las ocho: le faltaba un regaderazo, sacar la bicicleta y pedalear cuadras y cuadras hasta alguna casa donde entonces alguna muchacha lo esperaba.

 

[email protected]

- Publicidad -

Noticias Recomendadas

Últimas Noticias

- Publicidad -
- Publicidad -