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martes, 30 abril, 2024
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Planear el arribo a la tercera edad

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Por: ÁLVARO GARCÍA HERNÁNDEZ •

Muchas etapas de nuestra vida son cruzadas por la mayoría de nosotros sin detenernos a realizar una debida organización con plazos, estrategias y metas. Así transcurre nuestro existir sin prever situaciones o sin realizar acciones que se adelanten a determinados sucesos que pueden alterar el normal devenir de nuestra estancia terrenal. De tal suerte, nuestra adolescencia, juventud, madurez o arribo a la tercera edad, llegan sin que nuestra reacción sea consolidar carreras profesionales, empleos, prever matrimonios, embarazos e incluso, divorcios; menos aún, no nos preparamos para llegar con plenitud a la tercera edad, etapa en la que cosecharemos aquello que sembramos a lo largo de nuestra vida, tal es el caso de jubilaciones, afectos y odios familiares, incluyendo el de los hijos e hijas con poco criterio o alineados a ciertos intereses; también llegarán los ahorros o las deudas, acumularemos un caudal patrimonial amplio o raquítico, siendo que en muchos casos, las riquezas generan encono, discordia y ruptura de endebles lazos de consanguinidad que sucumben ante la avaricia de los parientes que revolotean como buitres hambrientos sin esperar el deceso del titular de los bienes. De igual forma y, como rémoras al tiburón, nos perseguirán los problemas de salud que pasarán factura en la medida en que nos hayamos alimentado bien o mal, o si realizamos disciplinadamente ejercicio o si tuvimos una vida sedentaria y, desde el tema de la salud mental, mucho dependerá de haber vivido tranquilamente o con complejidades, con estrés o múltiples problemas o carencias afectivas o económicas, incluso  mucho impactará a nuestros últimos años si nuestro existir transcurrió en una ciudad o en la tranquilidad del campo o a la orilla del mar. Este rosario de posibilidades llegará como un tsunami en el ocaso de nuestra vida, cuando ya nuestras fuerzas estén diezmadas, o mientras nuestra salud mental esté quebrada y nos pegue con un marro la soledad, el abandono, la ansiedad, la depresión, la viudez o la desolación, al ver que nuestros seres más queridos se nos han adelantado. Piense también en que los que crucemos a la tercera edad, tendremos que lidiar a algunos integrantes de la sociedad que crecieron sin amor, sin valores o criados por tablets, pantallas, juegos de videos o con acceso temprano a videos agresivos o pornográficos. Imagine Usted el grado de rencor y odio que tendremos que enfrentar gracias a que no incidimos, durante nuestros años mozos, en la construcción de una sociedad más armónica, justa y pacífica. No quiero pensar en el tipo de eventos delictivos que tendremos que atestiguar si ahora cualquier individuo es víctima o victimario y las hipótesis en que se cometen los ilícitos sobrepasan los escenarios de ciencia ficción. No he querido ser pesimista, más bien, parto de los tiempos adversos que estamos viviendo y de la edad con la que cuento, por lo que, con conocimiento de causa, estoy convencido de que debemos planear nuestra llegada a la vejez, tenemos que profundizar en el tema de no llegar muy enfermos ni tan diezmados mentalmente y llevar desde ahora terapias para manejar adecuadamente un posible abandono y la debida asesoría para el manejo, en general, de emociones, de nuestro patrimonio, a la par de evaluar objetivamente la situación familiar o individual, en el entendido de que habrá quien llevó su existir en solitario y sin descendencia. A donde quiero llegar, es a motivar un análisis a conciencia de nuestro ahora para enderezar el rumbo, pues yo renuncio desde hoy a estar en el olvido o a ser tratado como un mueble más en una casa y ser pisoteado en mi dignidad como individuo al padecer alguna enfermedad crónica o degenerativa. Quiero puntualizar que lo anterior lo describo a manera de prevención pues en mí ahora, no tengo ningún indicio de argumentación sobre las fatalidades mencionadas, pero creo que de eso se trata, de prever escenarios futuros para no quedar a merced de ninguna situación adversa. En este contexto, estoy convencido de que hasta el final de nuestros días, tenemos que vivir plenamente, con respeto, con dignidad, con plenitud, con abundancia de amor, de reconocimiento y cariño, en el lugar donde estemos a gusto y con las personas que nos hagan sentir bien, ya de esta manera y, si se pudiera, quisiera despedirme de esta vida terrenal desde una ventana en donde aprecie la naturaleza para sentir el viento en mi cara o escuchar el ruido de un arroyo por donde fluyan mis últimos momentos y pasar al otro plano con tranquilidad, satisfecho por lo ya vivido y con una mueca de satisfacción que apacigüe  a mis deudos ante lo inevitable. Ojalá.  

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