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lunes, 6 mayo, 2024
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Preguntas en una tarde lluviosa teniendo goteras en el corazón

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Por: Manuel Rivera • admin-zenda • Admin •

Como si fueran imágenes del sueño eterno del que regresas sólo para vivir un poco, conoces el día a día de la sin esperanza, del camino al abismo que al terminar tiene un precipicio en espera de ser descubierto.

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Así transitas entre esos cuadros que forman una escena de fantasía, de dramática hilaridad, de surrealismo hecho costumbrismo.

“La realidad”, eso que te duele cuando no estás dormido, no puede ser verdadera, es decir, no pertenece al terreno de lo objetivo, de lo que sucede con o sin tu permiso, de lo que pasa de acuerdo a los principios de la lógica. De serlo olería mal, de serlo, sería tan increíble que aun padeciéndola pensarías es mentira sufrirla.

Una cosa es tener sentido del humor y otra muy distinta es burlarse del moribundo. Una es jugar a que la realidad nunca te alcance, pero otra, inexorable, ineludible, es enfrentarse a la verdad de la que, pronto o tarde, serás presa.

¿Cómo creer sea real un Estado que no garantiza la seguridad de sus ciudadanos y reclama la falta de respeto a sus instituciones?

¿Cómo pensar existan ciudadanos que se dicen agraviados por la impunidad y complicidad de quienes roban su tranquilidad, pero en su mayoría permanecen pasivos?

¿Cómo suponer siquiera se asoma a la realidad la existencia de un dirigente, que, sin inmutarse por carecer de credibilidad, continúa ajeno a liderazgo alguno y sigue al frente de una nación en crisis?

¿Cómo no sonreír ante la fantasía del discurso de combatir al corrupto y serle agradecido por el arribo al mismo sitio de impunidad?

¿Cómo explicar, manteniendo la compostura, que una nación conozca con anticipación la aceleración de su debacle por causas externas y la respuesta de su representante sea sonreírle al enemigo causante de ello?

¿Cómo sospechar siquiera exista la vergüenza en quienes con los brazos cruzados atribuyen las desgracias propias a las decisiones que toma el vecino en su casa?

¿Cómo asumir es en serio la inconformidad de quienes cuestionan al funcionario ladrón añorando la oportunidad de estar en su lugar?

¿Cómo reprimir la risa cuando escuchas hablar de diferencias y observas las acciones propias de quien teme ser diferente?

¿Cómo evitar la carcajada cuando observas el rostro de seriedad en alguien que apunta con sus dedos índice hacia sentidos opuestos a manera de guía?

¿Cómo no reírse de quien concibe esperanza en quien reconoce al corrupto y olvida al honesto?

Y conociendo todo esto, ¿cómo no llorar por la condena al ciclo eterno del engaño a los esperanzados, del uso del ignorante y miserable, del acomodo de la realidad a la necesidad propia, del continuo triunfo de la mentira sobre la verdad, del culto al dios del dinero sin cuestionar su origen, de la victoria del poder sobre la razón?

Abusar podrá ser costumbre, pero no debería serlo mofarse del sometido.

Si el cínico dice con certeza que nadie sabe lo que gana cuando pierde la vergüenza, hasta cuándo seguir preguntando con ingenuidad ¿cuánto evitará perder el honesto cuando detenga al sinvergüenza?

¿Será necesario aceptar, de una vez por todas, que el cinismo es el principio fundamental del humano “exitoso”, definido este como quien tiene la capacidad de robar, acumular y huir, sin temer a la ley, a veces su aliada, a veces su justificación igualmente inexistente?

¿Además de sobrar ladrones, escasea el pudor? ¿Además de abundar condenas sociales al corrupto, faltarán plazas laborales para corromperse?

Quizá sea aún más difícil explicar por qué no lloras cuando estás muriendo por la ausencia de esperanzas y te piden vivir un poco más advirtiéndote que éstas ya no existen.

Reírse de uno mismo es una alternativa para descargar vergüenzas propias, pero ¿por qué otros se burlan de ti, vaciando su desfachatez sobre lo que te queda de humanidad? ■

 

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