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lunes, 6 mayo, 2024
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Un año después de mayo de 1862

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Por: IGNACIO MARTÍNEZ ORTIZ •

Pobrevino la debacle. Los franceses que fueron contenidos por las tropas del sobresaliente general fronterizo, Ignacio Zaragoza, en la gloriosa batalla del 5 de mayo de 1862, derrotaron al año siguiente a las huestes de la república, y tomaron finalmente la ciudad de Puebla. Al cabo de 2 meses de asedio, el 16 de mayo de 1863, las armas nacionales, pero ahora de Francia se cubrieron de gloria.  Con el ejército invasor en las cercanías de México, Juárez ve que su situación es muy precaria y abandona la ciudad capital. Inicia su peregrinaje hacia el norte. Perseguido por el ejército francés en alianza con las fuerzas de Miguel Miramón y el feroz Leonardo Márquez, entre otros traidores mexicanos, va a Querétaro luego a San Luis. Llega a Monterrey, y finalmente, a Paso del Norte; hoy llamado precisamente Ciudad Juárez.

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Son los momentos de penuria. En la diligencia que transporta al Gran Indio a través de las llanuras y el desierto norteño, va el gobierno de la república. La fe y la tenacidad del hombre de Oaxaca mantienen con vida la llama de la independencia y de la soberanía nacional que se resiste a doblar las manos ante la presencia de ejército extranjero.

Apenas unos meses después de la caída de Puebla, los conservadores mexicanos, entre los que destaca el hijo bastardo de José María Morelos, se trasladan a Europa a pedirle Fernando Maximiliano que acepte el trono imperial;  con el apoyo del descendiente del gran Napoleón Bonaparte, Napoleón III, y con la anuencia del sumo pontechango que en ese momento  dirige y administra la riqueza del Vaticano, Pio IX, accede con entusiasmo en su Castillo de Miramar.

El emperador europeo, blanco y barbado, que nos va civilizar, llega a México casi al finalizar mayo de 1864 y muy pronto comienzan sus dificultades precisamente con los mochos, retardatarios y católicos que nos lo trajeron. Maximiliano resulta ser liberal y de ideas muy modernas contrarias a los rancios conservadores que lo apoyan y forman su corte.

Pero si el emperador crea conflictos con  los conservadores algo parecido ocurre entre las filas de la gente de Juárez. De manera increíble el Europeo ofrece indulto al presidente republicano, e incluso, lo hace una invitación formal para que colabore con él en su gobierno. Obviamente Juárez rechaza el ofrecimiento (claro, claro, mismo que causa un enorme malestar entre los mochos del partido conservador).

Pero hay algunos liberales que no ven mal, ni mucho menos, esa “atrevida” intención política de acercamiento de Maximiliano con los liberales. Sienten que podría ser una opción viable para terminar con el conflicto que desangra al país desde la promulgación de la constitución política y las leyes de reforma, ocho años antes. Causándole un enorme disgusto al presidente Juárez, manifiestan su simpatía por las propuestas liberales del emperador. Entre ellos está Jesús González Ortega. Es esto el segundo gran conflicto entre Juárez y el general zacatecano; tan destacado en la guerra de los tres años, cuando se le llamó por su fulgurante trayectoria militar, el “héroe de las victorias”; campaña que culmina en Calpulalpan haciéndole morder el polvo a Miramón. Aunque ve con aprensión, al comenzar el año 1860, la apoteósica entrada de Juárez a la capital, mientras él, el artífice de la victoria sobre los mochos, está en un apagado segundo plano (chin).

La primera diferencia de consideración la habían tenido precisamente, en mayo de 1863, en la defensa de Puebla. Ocurrió más o menos así: en la capitulación de la plaza, ya estando muy próxima la entrada de los franceses, González Ortega, como general que dirige las operaciones, da la orden de destruir el material bélico aun en poder de sus fuerzas. Así se hace. Y cuando Juárez se entera, se muestra sumamente contrariado. Esas no son las reglas que se siguen normalmente en la guerra. Fue un arrebato emocional y muy lamentable de González Ortega. Pues aun en la derrota, debe pensarse que si por un momento la suerte no les es favorable en una batalla, el viento puede cambiar de dirección en el futuro. Nunca se librará el último combate; debe rendirse y capitular según el destino de los combates, mas nunca destruir el armamento. Eso es algo insensato.

Se lo hace saber, con dureza y sin concesiones, Juárez al zacatecano. Y éste resiente el golpe. Las relaciones entre ellos se enfrían. Y pasan a la confrontación cuando a Juárez le enteran que González Ortega no ve con malos ojos un acercamiento con el gobierno de la usurpación y monárquico.

Pero en fin, las cosas llegaron al extremo cuando, en 1865, Juárez acorralado en Paso del Norte y en el peor momento de la intervención de Francia, es requerido por el ministro de la Suprema Corte, nada menos que nuestro Jesús González Ortega, para que deje la presidencia, pues según sus cuentas, ya ha finalizado su mandato. Y el cargo, por mandato constitucional, le corresponde a Ortega. A duras penas Juárez, mediante una argucia de fechas, logra sostenerse; Ortega para aliviar las cosas sale por unos años del país rumbo a Estados Unidos.

La furia contenida del indio zapoteco la habrá de sentir González Ortega cuando regresa, terminada la guerra, hacia 1866-68. Se libra de ser fusilado. Juárez le cobra las impertinencias y debilidades de los momentos álgidos de los años duros y se aferra a que un tribunal le declare traidor a la patria que abandonó cuando más se le requería… de milagro se salva de enfrentar al pelotón de fusilamiento… y retira en definitiva de todo tipo de política, muere muchos años después, 1881… n

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