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martes, 30 abril, 2024
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El Canto del Fénix

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Por: SIMITRIO QUEZADA • Araceli Rodarte •

Lo que les envidio

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A los niños les envidio su intensa imaginación, superior a cualquier diplomado, seminario o maestría en creatividad.

Les envidio que son elocuentes mediante palabras fuera de convencionalismos adultos: por eso nos hacen ver el mundo de otro modo, por eso nos dejan entre labios ora asombros ora sonrisas.

Les envidio su rutina antirrutinaria: dormir hasta las diez de la mañana, despertar para almorzar sin preámbulos y después rayonear paredes con crayones y lápices de colores, cantar para sí por el gusto de hacerlo, desordenar la mesa de centro y mostrar ante la furibunda madre que su regaño le importa ídem.

Les envidio a mis niños milagros de este planeta que salgan a pedalear un triciclo como les viene en gana: con los pies sobre los pedales, sí, o debajo de ellos, o de plano moverse sobre el asiento pero gastando las suelas nomás porque quieren y qué.

Y que cuando se aburren lo dejan, sin problema alguno.

A los niños les envidio que no tengan horarios ni pudores para comer, bostezar u ondear sus aires superiores o inferiores. Como para darnos una lección de Naturaleza Uno a los adultos, si eructan o sacan una flatulencia se ríen por el sonido cómico. Sólo quienes nos hemos dejado vencer por los moralismos grises ponemos cara de intolerantes ofendidos y les decimos que eso es falta de educación, como si pudiésemos renegar de nuestro cuerpo y su correcto funcionamiento.

Les envidio a los niños la sonrisa y la sinceridad, el desgano sincero y la inconsciente obediencia a la máxima bíblica de decir sí cuando es sí y no cuando es no. Cuáles inhibiciones, cuáles hipocresías, cuáles avaricias, cuáles intrigas y egoísmos y celos.

A los niños les envidio su natural rol de distribución de juguetes ajenos, alternando por breves berrinches tras los que no resta resentimiento.

Les envidio la forma en que comen la guayaba, cómo despellejan un durazno con los dientes. Les envidio el modo en que saborean una tortilla recién hecha o un jitomate que toman a mordidas, un pepino que comienza a escurrir o un plátano maduro.

A los niños, a ellos, soberanos y gruñones felices, berrinchudos y más bellos cuanto más mocosos o enfermos o con ojos decaídos pero abrazos fuertes.

A ellos… Ah, ellos.

Les envidio vivir estancados en una etapa que no puedo regresar a mí.

Les envidio ser verdaderos maestros.

 

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