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sábado, 4 mayo, 2024
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Contaminación: el principal flagelo Reflexiones sobre la temática ambiental (a la amada memoria del ambiente sano)

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Por: Jorge Humberto De Haro Duarte •

El principal problema al que se enfrenta hoy día, no solo la humanidad, sino todas las especies que cohabitamos en el planeta Tierra, es el de la contaminación del ambiente. Desde los foros de eruditos, pasando por los medios de comunicación, las escuelas en todos los niveles, las pláticas de café, algunas instituciones públicas y otros espacios donde se cultiva el verbo educado, se hacen esfuerzos esfuerzos por determinar los orígenes de este terrible flagelo que nos amenaza y algunas de sus posibles soluciones.
Como causas de la misma, se habla principalmente de la gran industria y la de otras más pequeñas; de las guerras, la deforestación y la erosión; la cantidad ya incalculable e incontrolable de todo tipo de máquinas y aparatos; la agricultura sintética y las malas prácticas de cultivo; los cambios de uso de suelo poco inteligentes; experimentos genéticos y un inacabable listado de prácticas degeneradas y degenerativas del homo (dudosamente) sapiens, que han dado como resultado una alerta permanente sobre las posibilidades de supervivencia de cualquier forma de vida en el planeta.
Es intención de este escrito reenfocar el origen del problema desde lo que aquí se consideran causas primarias del deterioro ambiental y a todos los problemas enumerados en el párrafo anterior como meros síntomas del mismo. El mal que nos destruye, paradójicamente, es la explosión demográfica, el espíritu que lo alimenta es la ignorancia y su santuario es aquello que denominamos el hogar, sí, esos, nuestros hogares.
Es probable que si la Madre Tierra hablara como humana y pudiera platicar sobre cómo acogía desde tempranas eras a millones de criaturas en su seno y se daban los mecanismos de supervivencia con el funcionamiento propio de las cadenas alimentarias, la acción de depredadores, la manifestación de fenómenos climáticos, epidemias, barbaries humanas de corte bélico y otros fenómenos naturales; nos diría cómo, con su amor inconmensurable y acuoso permitía a infinidad de especies convivir en un mundo inmenso y generoso donde el alimento, el agua, el cobijo y la convivencia territorial alcanzaba para la gran mayoría de formas de vida y la savia de la tierra permitía la reproducción prolífica sin dañar intencionalmente el regazo materno… hasta que empezó a prevalecer el hombre sobre las otras especies no siempre de forma amigable.
Si bien es cierto que el conocimiento acumulado de los humanos ha servido para disminuir la tasa de mortandad temprana, de reducir sustancialmente el efecto fatal de enfermedades de todo tipo, la prevención de las mismas a través del “saneamiento” de áreas naturales, brigadas universales de vacunación, extinción de especies peligrosas (para la vida humana, desde luego), el desarrollo de la medicina alópata y quirúrgica hasta las “genialidades” como el trasplante de órganos y la clonación. Esto no forzosamente significa que la prolongación de periodos de vida nos sirva para hacernos más conscientes y más respetuosos de la naturaleza que sabiamente nos da la vida, nos sustenta y acoge.
Más bien, al contrario, hemos desarrollado una gran capacidad para desempeñarnos dentro de un hedonismo irresponsable y comodino como alternativa a la búsqueda del conocimiento masivo que continúe el sendero ascendente hacia la manifestación de formas armónicas de cultura y sabiduría. El resultado ha sido que hoy día nos encontramos sujetos a la dictadura estructural de un demonio que acosa y aplasta la cotidianidad en cada una de las acciones que emprendemos en nuestro afán de supervivencia y nos hace dar vueltas en espirales viciosas que nos arrastran hacia el oscurantismo funcional a través de la deificación de este tirano: la ignorancia.
Combinando los dos fenómenos anteriores, hemos visto un desenfrenado crecimiento de la especie humana en detrimento no0 solo de otras criaturas y seres vivos en nuestro planeta, sino que hemos impactado brutalmente los acuíferos superficiales y los subterráneos, se ha explotado irracionalmente una infinidad de recursos, se ha tratado de mejorar la “calidad” de vida a costa de eliminar especies completas, de haber agotado casi los bosques, de amenazar de muerte a las selvas de la tierra y haber profanado los mantos subterráneos en la búsqueda de riquezas y fuentes alternativas de energía.
En este demente afán, se han incrementado los asentamientos humanos en cantidad y en extensión, casi siempre al abrigo de las mejores tierras de vocación agrícola y pecuaria o en zonas de explotación pesquera, dando como resultado, paradójicamente, el rápido sacrificio de las fuentes de alimento y su sustitución por desiertos de asfalto, cinturones de basura y un preludio a la extinción de todo signo de cordura, de amor a la vida colectiva y a la vida misma.
Y vendría la pregunta de los millones de dudas que surgen ante disfrazado holocausto ¿existen alternativas de solución?, y la respuesta es que sí las hay. Una de ellas sería el regreso a la vida en los bosques, c como lo sugirió Thoreau, aunque ahora existan tan pocos de ellos y las fuentes de alimentación y cobijo que proveen se han reducido a casi nada, por consiguiente. El hacinamiento y la privación permanente de alimentos y agua provocarían respuestas masivas de agresión y quién sabe cuál sería el desenlace, lo único seguro es que tendríamos un final no feliz. Otra opción sería el diseño de sociedades de tipo micro, macro y globales como en su momento lo sugirieron Skinner, Huxley y Tomás Moro o la creación de criaturas ideales como lo soñó Rousseau; sin embargo, aunque existen las condiciones para llevar a cabo cualquiera de las anteriores propuestas, se tendría que diseñar, aplicar y esperar prudentemente aunque de manera pragmática resultados en este sentido durante mucho tiempo y el hombre no parece ser la criatura más paciente que existe en la naturaleza.
Antes que nada los gobiernos del mundo tendrían que definir nuevas jerarquías respecto a todo aquello que es prioritario para la supervivencia y definitivamente este catálogo sería encabezado por la agenda ambiental en detrimento de la carrera de las armas, el desarrollo0 de la macroeconomía y su catedral de depredación: la gran industria. En su lugar se puede dar énfasis a un proyecto educativo mundial en el que debería encabezar prioritariamente el apartado concerniente a la educación sexual, tendiendo a la reducción drástica y radical de la tasa de crecimiento demográfico. Entre varias justificaciones que respaldan esta propuesta destaca que reduciendo la tasa de crecimiento en forma voluntaria se estaría previniendo la probabilidad de reducir la población mundial en forma drástica debido a holocaustos derivados a su vez de episodios bélicos siempre desagradables, provocados a su vez por el hacinamiento mundial, la necesidad de alimentos o satisfactores básicos lo mismo que la falta de cordura de algunos lidercitos de países armados con delirios de trascendencia a c osta de las aspiraciones de la humanidad.
Un proyecto paralelo a la educación sexual en el mundo sería el de impactar los hábitos de consumo de nuestra población, acostumbrando a la gente a adquirir aquellos productos de primera necesidad para la vida huma y prescindir de los que no son necesarios para la subsistencia y que luego de su adquisición pasan automáticamente a la categoría de chatarra, o peor aún, basura. Logrando lo anterior se estaría eliminando de las líneas de producción la gran mayoría de artículos innecesarios para la supervivencia que hoy se ofrecen a los consumidores, se abatiría drásticamente el número de industrias chatarra, se reduciría en cantidades cercanas al ochenta por ciento el monto de residuos domésticos, lo mismo que los especiales de tipo industrial y la explotación de recursos naturales tanto renovables como no renovables se reduciría a tasas mínimas, manejables y prudentemente explotadas dentro de un proyecto mundial, ahora sí, de Desarrollo Sostenible.

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