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sábado, 4 mayo, 2024
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La pifia del PRI y la coyuntura de Pedro

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Por: QUITO DEL REAL •

■ El son del corazón

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Estoy convencido de que los dirigentes del PRI zacatecano no han reflexionado suficiente, acerca de la derrota histórica sufrida por su partido en 1998. Si regresamos a ese tiempo, observaremos que el nudo de su crisis, cimentada en administraciones estatales sin creatividad para llevar su gobernanza, tiene como sustento la carencia de vida partidaria, donde no cabe la elaboración política de calidad ni los procedimientos de organización que podrían ser su soporte esencial.

Al acudir a sus estatutos, se concluye que ese partido carece de una militancia seria, vigorosa, con un trabajo permanente en sus organismos de base, reconocida por su garra, combatividad y posturas críticas y, tópico insoslayable, de una inversión ideológica continua para enriquecer a sus cuadros más prometedores.

Estas ausencias hacen del PRI una entelequia y, por la gracia de la indiferencia ciudadana, lo convierten en un guiñapo manejable por los personajes de siempre  que influyen en su interior, para configurarlo en favor de sus intereses. Esto explica por qué, después del naufragio, el PRI no se dio a la tarea de vigorizar su estructura ni logró formar cuadros políticos notables, extraídos de los liderazgos regionales más destacados.

 

Asistir nomás para pasar lista

En 1998, el partidazo lució pocos argumentos para impulsar a José Olvera, para gobernador del estado. Ante los nuevos desafíos provenientes de una división interna, donde Ricardo Monreal fue el demonio que instaló los cartuchos de dinamita, los dirigentes regresaron a sus casas como si nada, sin sentirse comprometidos para impulsar una reflexión colectiva, que ofreciera claridad ante un suceso vergonzoso que los exhibió en su vacío, tibieza e inoperatividad.

¿Ofrecieron un documento de autocrítica a su militancia y a la opinión pública, donde explicaron la incubación de la catástrofe, y delinearon, aún brevemente, los puntos de actividad esenciales para inyectar vida al PRI en los años venideros?

En los meses, acaso años, posteriores a la debacle, los locales de ese partido lucieron taciturnos, sin expresiones políticas significativas que sugirieran algo de actividad para remontar la vergüenza. Quienes alguna vez sugirieron que ese era un periodo oportuno para constituir una nueva dirección política estatal, chocaron con la pasividad de los militantes más distinguidos y los miembros intermedios de dirección. En el fondo, la vieja dirección blandía su garrote.

Ante las siguientes convocatorias de elecciones federales y estatales, resurgió el odioso método autómata de manejar el negocio político, mediante el uso abusivo del hambre y la miseria para atraer votos, con la imposición de delegados internos y candidatos que respondían a extraños intereses, con poca militancia, sin planteamientos organizativos y ninguna sugerencia en su discurso político.

El PRI no dejó de languidecer. Sin llegar al rigor mortis, su cuerpo parece un fuselaje seco, sin objetivos interesantes más que mantener a ultranza el changarro, con el patrocinio del IFE y con la adopción acrítica y simiesca de los lineamientos diseñados en la dirección política nacional. De la administración de Ricardo Monreal a la de Amalia García, su historia está escrita con un sinfín de débitos y, en algunos casos, sus grietas y mareo ideológico son testimonio de una comparecencia prescindible, al mostrar cotas ínfimas de comprensión del acontecer político nacional y reflejos débiles ante su convivencia con los demás partidos y candidatos independientes.

 

Una efímera esperanza

Con la asunción de Miguel Alonso como gobernador del estado, varios personajes interpretaron el hecho como un regreso triunfante del PRI, que recuperaba su lugar en el proscenio político regional. Pero ellos soslayaban que la victoria de Alonso era fruto de misteriosas negociaciones, entabladas entre el grupo veterano y moroso que maneja eternamente al partido en el estado y el equipo inmediato que aupó, durante algunos meses de interregno, al señor Alonso en su exilio almibarado, donde nada le costó salir voluntariamente del PRD, y tampoco gastó en reingresar, sin presiones autocríticas, en las filas de un partido que languidecía en la sombra, acostumbrado a una existencia pueril.

Sin embargo, puede  inferirse que tampoco el grupo inmediato y solidario de Alonso comprendió el calado de los acuerdos suscritos, a nombre de ellos, con los decanos que dominan el PRI zacatecano. Sólo dos personajes: Miguel Alonso y Pedro de León Mojarro tenían acceso y conciencia, acerca de la profundidad y relevancia del documento que rubricaron.

Transcurrieron otros cinco años sin nada apreciable  que comentar. Hubo reemplazo de dirigente estatal en el PRI, pero la organización no varió su apetencia por la vida política insustancial; el periodo no fue fértil para repensar su recuperación política-organizativa, no se alimentó de sangre robusta, sana y joven. El PRI no logró nuevas fortalezas, es el mismo de 1998.

El programa inicial de Alonso, plagado de capítulos lucidores pero inútiles en la práctica, dejó en claro que no recogía los intereses y demandas de la población. Muy a la moda, acaso redactado con empeño por alguien que se siente vanguardista en tópicos de políticas públicas, mostró su ineficiencia casi a la hora de partida, cuando el gobernador comenzó a vivir por separado de sus enunciados esenciales.

Empero, de algo sirvió el documento: de esta ruina metodológica desprendió su forma de conducir la política estatal. El señor Miguel desertó de sus ideas fundadoras; se replegó y comenzó a desarrollar un estilo de gobernar notable por su esquivez y parquedad. Sin lucir una visión política interesante, sólo ofreció vaguedad e ignorancia.

Pero no había problema: se internó en un medio social sin turbulencias, consciente de que no existían grandes desafíos ni exigencias sorprendentes. Él, simplemente, se dejó llevar con la placidez del que se siente patrocinado por el poder político del presidente en turno y por un buen puñado de poderosos inversionistas, sin sentir la obligación de dar una vuelta de tuerca contundente, a favor del rescate social y el impulso económico de los más débiles del estado.

Se sumó a la quimera modernizadora, de acuerdo a las reformas estructurales impulsadas por el presidente Peña Nieto, y entendió el desarrollo sólo como un proyecto para atender los intereses de los inversionistas. Es seguro, la gestión y personalidad del señor Alonso se diluirá rápidamente en la conciencia colectiva, por su ambigüedad y tinte medroso, después de otro sexenio echado a la basura.

En esto, es evidente el distanciamiento del gobernador con el quehacer del partido que lo adoptó nuevamente. Él y el PRI aplican concepciones  diferentes de incompetencia. En el lenguaje del gobernador no se percibe preocupación por fortalecer al partido que le puede garantizar continuidad política y protección, ante hipotéticos amagos de denuncias o procesos de distinta índole.

Es decir, ya suscrito el acuerdo inicial, se dedicaron a atender su propio mostrador; no hay diálogo propositivo entre ellos, ni proyectos conjuntos. Terminado este sexenio, pletórico de vacío e inocuidad, regresarán a sus posiciones originales.

 

El PRI ante una nueva debacle

¿Ha resurgido el PRI? Para nada. El dirigente José Olvera, al mostrar evidentes limitaciones políticas, y pocos éxitos y blasones, no sólo es testimonio viviente del fracaso de 1998, también explica sucintamente la naturaleza de la inmovilidad de su partido y anuncia la proximidad de un nuevo ciclo de crisis y tormentas.

Su andamiaje no le proporcionará criterios para reconocer un candidato idóneo, al menos para este periodo, que levantaría al partido de su crónico marasmo. No es que no quiera,  es que no puede; tal selección es prerrogativa de la claqué nacional del PRI.

Olvera confirma que los miembros priistas que pretenden plazas relevantes, no son elegidos democráticamente por sus integrantes. Estas posiciones, al ser cotos de mafias, negocios y corrupción, dependen de los intereses de los misteriosos hombrecillos de negro que pululan y medran en el edificio de Insurgentes. Las famosas encuestas, son una estratagema para nublar los ojos de los ingenuos.

Después de la pifia de cerrar, con piedra y cemento, las posibilidades de uno de los precandidatos del PRI y ante la proximidad de la selección primaria, sugirió que la ausencia de “piso parejo” en su partido es una curiosa figura literaria que brotó de la cabeza de Pedro de León y de paso ofendió nuestra inteligencia, cuando argumentó que tal pretendiente se precipitó y se fue.

Lo que la dirección local no quiere consignar es que el rápido arribo de Pedro de León al PRD, anuncia un nuevo ciclo de crisis en el partido, al no estar preparado para enfrentar a un poderoso contendiente. De León es peligroso, porque está por encima de las tres criaturas que el PRI administra con celo. La renuncia de Pedro contiene la energía de un nuevo golpe,  al provenir de la misma matriz del monrealazo. Todavía más: Pedro de León fue estratega fundamental en aquella insólita campaña de 1998.

Si atendiéramos a sus libros Bitácora de la libertad y Podemos lograr más. Una visión para el desarrollo,  observaríamos que De León Mojarro es un cuadro de rica composición y larga trayectoria como dirigente. No exento de contradicciones y bandazos, habría que discutir, podemos colegir que es, en la actualidad, la expresión especial y más lograda de político dinámico en el estado.

Después de la contienda interna del PRD, Pedro será un hueso duro de roer, asunto no perceptible en los tres de Pepe, en los tres del PRD ni en el jovencito anodino del PVEM. Después de toda una vida de preparación, Pedro de León se prepara para remontar la ofensa sectaria del PRI.

Sugiero que los dirigentes del partidazo midan la distancia que hay entre la dimensión de su crisis, estructural e histórica, y el compromiso de enfrentar a un contendiente serio y de combate. ■

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