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viernes, 26 abril, 2024
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Las escritoras, esas desconocidas

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Por: JOSÉ AGUSTÍN SOLÓRZANO •

La Gualdra 313 / Notas al margen

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Soy uno de esos machos que, a partir del reciente hito de la lucha de género, ha comenzado a reflexionar en torno a las diferentes actitudes que como hombres y mujeres asumimos frente al sexo femenino. Me preguntaba B hoy por la mañana: ¿Has elegido no leer un libro sólo porque fue escrito por una mujer? No, al menos no que yo recuerde, le respondo. Lo que sí es cierto es que son pocos los libros en nuestra biblioteca escritos por mujeres; de los que hay, la mayoría son de B y, debo decirlo, no los he abierto siquiera. Son pocas las autoras que he leído, pero menos son las que me han gustado, en este justo momento puedo mencionar a, claro, Wislawa Szymborska, a Alfonsina Storni, a Pizarnik, y recientemente me maravilló la narrativa de Karen Russel; tal vez alguna se me escape, tal vez ustedes piensen: ¿y qué, no vas a mencionar a Lispector, Sontag, Müller, Nothomb, al menos a J.K. Rollling? Y debo disculparme nuevamente porque no, no las he leído.

Podría alegar en mi defensa que no es asunto de género, que simplemente la casualidad, las recomendaciones, el frenético paso por la vida del lector no me han dejado llegar a sus páginas, pero me preguntaría entonces, por qué he llegado con más facilidad a autores hombres; porque podría mencionar a al menos un par de decenas de escritores que he leído y me han gustado, sin dificultad, mientras que apenas y puedo llegar a la decena de escritoras en mi lista de favoritos. El problema, sea o no de mi machismo, es también social e histórico. Es innegable que, a pesar de que en el presente siglo se han publicado muchos libros escritos por mujeres, que incluso las mujeres están obteniendo importantes reconocimientos literarios, que además se han colocado tan a la altura de los autores que también las hay soberbias, sobrevaloradas y pretensiosas, seguimos parados frente a un horizonte donde los referentes literarios más importantes son en su mayoría hombres. Esto no va a cambiar de un día para el otro, claro, pero para conseguir modificar el panorama histórico y social de las letras será necesario que las escritoras generen trabajos de calidad y, también, que los hombres empecemos a levantar los ojos y dejemos de mirarnos el pene con admiración.

La equidad numérica no me parece una solución adecuada para el “problema”. Las cuotas de género no pueden asegurarnos el redescubrimiento de una literatura femenina. ¿O debiera decir: de una literatura escrita por mujeres? Y es que desde la denominación tenemos un conflicto: ¿tendría que ser femenina la literatura escrita por mujeres?, ¿y lo que entendemos por “femenino” no es también un concepto machista generalmente usado para hacer referencia a lo débil, a lo suave, a lo delicado? Lo que escribe una mujer no tiene por qué ser “afeminado”, tampoco erótico, vaya, una mujer no tiene por qué escribir sobre mujeres. Pero entonces cómo le llamamos a lo que escriben ellas: ¿literatura femenina?, ¿escrita por mujeres?, ¿literatura de mujeres?, ¿literatura para mujeres?…

No. Las cuotas de género y las denominaciones tienen razones políticas y comerciales, pero la literatura es una y la escriban hombres o mujeres debiera ser leída sin cuestionarnos sobre el sexo de quien la realizó. Vuelvo a la pregunta de B: ¿Has elegido no leer un libro sólo porque fue escrito por una mujer? A pesar de que no recuerdo que me haya pasado, me pregunto cuántas veces no hemos prejuiciado un libro sólo por el nombre que lleva en la portada y que corresponde a su autor, y en este caso, además, porque su autor es una mujer. Las escritoras, históricamente, han tenido que sortear bastantes obstáculos para poder llevar el mote de escritoras y, más, el de intelectuales; en más de alguna ocasión escucharemos la pregunta de cuántos libros buenísimos habrán quedado en el olvido sólo porque su autor o autora no se alineaba al canon del momento.

Hoy, a pesar de haber más obras que ostentan el nombre de una autora en la portada, el canon literario sigue siendo masculino; el estereotipo del escritor es el de un hombre sentado frente a la hoja en blanco, escribiendo, tal vez fumando o tomando un vaso de whisky. La mujer se muestra, aún hoy, como un anti-estereotipo, y más cuando es una escritora productiva, talentosa, preocupada por la calidad de su obra y también por la calidad de su público, porque del público nunca se habla, al lector pocas veces se le exige lo que sí se le exige al escritor. Pero el lector también debe responder a la literatura que elige leer; para cambiar el canon literario no sólo son necesarios autores lúcidos y geniales, también hacen falta lectores lúcidos, críticos, exigentes. Sí, hay que leer a las escritoras, hay que voltear a verlas más; pero no con la condescendencia con la que miramos a los vulnerables o a los débiles. Hay que leerlas cara a cara, leerlas y criticarlas, hablar de su literatura, abordarla con interés e inteligencia. Las escritoras necesitan lectores de verdad y no ramos de flores y chocolatitos.

Escribo lo anterior porque la semana pasada, el 16 de octubre, se celebró El Día de la Escritora. ¿Es necesario un día que celebre a las autoras? No sé si necesario, pero sí aporta a la dinámica del discurso feminista que a últimas fechas se ha fortalecido a tal grado que a su sombra crece un odio irracional que no es más que un berrinche machista por evitar mirar lo que realmente sucede. ¿Y qué sucede? Pasa que la mujer habla, que la mujer escribe, sucede que ellas salen a la calle, a la televisión, te las encuentras en las portadas de los libros tanto como en las revistas o en la cocina, están tanto en el supermercado como en los escritorios, frente a la misma hoja en blanco que los hombres, tal vez fumando, tal vez bebiendo té o Coca Cola, pero escriben, existen y pueden ser tan brillantes como un hombre o tan estúpidas como uno.

Cada vez más mujeres eligen el camino de la literatura, sí, algunas vendrán a engrosar la fila de autores frustrados o de escritores mediocres, pero seguramente habrá también las que se sumen a los indispensables, y es que como dijo Louise Colet: «En la poesía no hay que soñar, sino dar puñetazos».

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra-313

 

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