La mayor aportación del gobierno del licenciado Peña al desarrollo nacional radica muy probablemente en su labor educativa, lo que para nada atañe a su célebre reforma sino a las lecciones impartidas a través de reportajes u otras indagatorias, potenciadas por los rasgos distintivos de los miembros de su equipo, en general, y del mismo Peña, en particular, que nos posibilitan contemplar el funcionamiento de los mecanismos del Estado prácticamente en tiempo real.
No es que no haya precedentes, pues tanto los rasgos aludidos como las informaciones que los revelan se pierden en los confines de la memoria, si bien algo han distado ser tan generales.
Debido a una profusa concurrencia de fenómenos, a poco andar de la administración peñista se precipita el deterioro del escenario nacional: los telones se colapsan y el vestuario virtualmente desaparece; y es así que vemos, por ejemplo, como gobiernos que atropellan toda suerte de derechos, orquestan fraudes electorales y espían enfermizamente a sus ciudadanos destinan grandes sumas a comisiones de derechos humanos, institutos electorales, institutos de protección de datos personales, etcétera; y lo hacemos además como espectadores de primera fila.
No deja por lo tanto de llamar la atención se reproche continuamente a Peña una presunta opacidad; ignorando olímpicamente haya el tipo convertido a Los Pinos en la casa de Big Brother, circunstancia que no por involuntaria resulta menos incontrovertible.
¿Alguien oyó la plática con Aristegui del gerente del “Instituto de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales”, a propósito de haber votado en contra de un posible exhorto al ejecutivo, en relación con el involucramiento del mismo en el espionaje a periodistas críticos y defensores de derechos civiles?
Fue uno de esos acontecimientos que atestiguados, así sea a la distancia, resultan bochornosos; empero recordados devienen desternillantes. “Ni Cantinflas en sus mejores tiempos”, es una reflexión que suele hacerse.
