Como es sabido, lo que conocemos como realidad es resultado de una intricada red tejida de infinitas causas y efectos, que determinan la formación de una galaxia y un grano de arena; toda vez que lo más simple resulta inextricablemente complejo.
Difícilmente, sin embargo, podrá existir algo más complejo que los seres humanos, empero sobre todo sus sociedades; al grado que a diferencia del mundo físico, las leyes generales que rigen su funcionamiento no han sido aún determinadas.
Llama por tanto la atención que siendo tan variadas las dolencias que como sociedad padecemos, sean tantas las atribuibles a una sola causa.
Mucho se ha dicho y escrito, desde hace ya bastante tiempo, si bien más acentuadamente desde la llegada de Peña Nieto a la Presidencia, acerca de la corrupción como una suerte de factótum de nuestros males sociales, particularmente los más lacerantes, como la ominosa presencia del crimen en nuestra cotidianidad; y la indefensión en que nos deja un Estado que o bien niega esa presencia, o, peor aun, hace como que hace, lo cual extrema la orfandad.
Empero aun cuando no deja de enumerarse, suele situársele en un segundo plano; siendo, por donde se le vea, la causa de casi toda la descomposición.
Así, en tanto el mismo Peña Nieto clama contra la corrupción, a propósito de su matriz el mismo López Obrador no sólo no sólo no se propone su combate, sino se inclina más bien por un borrón y cuenta nueva.
Las cosas así, todo conduce a concluir que más que la Presidencia de la República, la Iglesia Católica o el Ejército; es, con mucho, la impunidad, la institución que más respeto inspira en nuestro país.
Sólo así puede explicarse que, por ejemplo, luego de múltiples y onerosos “rescates” haga, la maltrecha nave de nuestra universidad, agua hasta por los mástiles; o prefiera el Gobierno del Estado suspender el mantenimiento de sus instalaciones sanitarias a intentar siquiera recuperar lo saqueado; o bien el muy chantajeable Peña Nieto ceda a TODAS las exigencias de Donald Trump.■
