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viernes, 26 abril, 2024
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Tortas japonesas

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Por: HERÓN EDUARDO DOMÍNGUEZ •

Con la salvedad de fechas y apelativos los episodios se replican en buena parte de las conversaciones: un hombre laborioso, un pequeño o mediano empresario, o algún cercano suyo desaparece sin dejar rastro, o bien es capturado, a la vista de todos, por unos sujetos de pinta patibularia.

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Tras una espera angustiosa algún familiar o allegado recibe una llamada; en la que en lenguaje ruin se pide una fuerte suma para liberar al plagiado.

Ocasionalmente quien atiende una denuncia de esta suerte, probablemente con la mejor intención, insta al ocurrente a no formalizarla, y entregar asimismo lo exigido para, según dice, las cosas no empeoren; o bien llena un machote con las generales del caso y lo archiva para la posteridad; y no sería tal vez extraño la denuncia fuese, efectivamente, contraproducente, y sea por eso rara vez alguna se presenta.

Suele el desenlace ser aterrador; ya que si bien en algunos de los casos sobrevive el secuestrado, y retoma el curso de su vida anterior; en algunos otros las víctimas se mudan a un sitio distante; y en algunos más no sobreviven.

Lo que casi nunca ocurre es que una oportuna intervención de la autoridad competente libere a la víctima, mantenga intacto su patrimonio y castigue a los culpables.

Lo anterior no implica, necesariamente, haya la justicia dejado de operar; pues bien pudiera ocurrir que semanas o meses luego de los hechos aludidos alguno de confianza conferenciara con algún afectado; y lo impusiera de la plática sostenida con el jefe del grupo dominante en el sitio en cuestión; quien lo habría enterado, no sin fehacientes pruebas al canto, los plagiarios fueron gente de un grupo rival, con la nefanda intención de “calentarle la plaza”, mismos que no podrían ya, definitivamente, ocasionar otro daño.■

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