A fuer de trágico, el arranque del año resulta sobremanera aleccionador.
En un entorno de irritación generalizada por la abrupta subida del precio de un bien esencial, precedida por una fuerte depreciación de la moneda, tras la insólita ceremonia de restauración de un antiguo secretario de Hacienda, con una documentada fama de corrupto, y cuyo saldo en cifras resulta cabalmente deplorable; declara muy orondo, el reposicionado, ignorar en absoluto la materia de que se ocupa el organismo cuyas riendas acaba de tomar.
Además de la cercanía con el presidente, explican los enterados, la razón del nombramiento, así como las inéditas pompa y circunstancia de la unción, radica en la buena relación del agraciado con la familia del presidente electo de los Estados Unidos.
Y es aquí cual dijera un poeta, que los signos se vuelven transparentes, o parafraseando a otro se nos da de nuestra desdicha la clave: dirigen el país no los más idóneos sino los más bien relacionados; y nada mejor para ilustrarlo que la imagen lacrimosa de una ex canciller, sobrina de un poderoso expresidente de México, desplazada por el mejor amigo del presidente en turno, y presunto amigo de los hijos del presidente electo de los Estados Unidos.
Los resultados están a la vista.
Nada diverso ocurre en nuestro vapuleado ámbito doméstico, donde las relaciones de amistad, lecho o parentesco, con las consecuentes complicidad e indulgencia, resultan el factor determinante para hacerse de posiciones, no sólo en las filas abierta o solapadamente oficialistas, sino flagrantemente en las que se reclaman opositoras.
Los resultados están ya a la vista, y probablemente aún no veamos nada.■
