La definitiva impresión, en la conciencia moral de los mexicanos, del año recién concluido, es la del rostro de quien ante la pasividad de los agentes de cualquiera de los numerosos cuerpos policíacos, auxiliado por un grupo jóvenes de clase popular, de los estigmatizados “nacos”, lleva en brazos el cuerpo calcinado de un jovencito, muy probablemente su hijo.