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miércoles, 1 mayo, 2024
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El libre comercio, en el banquillo de los acusados

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Por: RAYMUNDO CÁRDENAS HERNÁNDEZ •

Uno de los temas centrales de la campaña electoral norteamericana el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, el TLCAN (o NAFTA, por sus siglas en inglés), que entró en vigencia el primero de enero de 1994. anuló las fronteras comerciales entre México, Estados Unidos y Canadá, creando uno de los bloques más importantes del mundo. El gobierno de Carlos Salinas insistió en que México iría a las Ligas Mayores, al primer mundo, que vendría inversión extranjera, que se incrementarían las exportaciones, la producción, el empleo, la actividad económica, y habría bienestar para todos los mexicanos. Es el mismo discurso que ha estado presente durante todos estos años, intensificándose durante la discusión y aprobación de las reformas estructurales de EPN. El énfasis que la campaña de Trump ha dado al problema del desempleo y los bajos salarios, y su insistencia en culpabilizar a los mexicanos de sus problemas, así como la presión de Bernie Sanders para que la plataforma y el discurso de la candidata no fueran omisos en el tema, trajo como consecuencia la fuerte impresión de que existe unanimidad en la propuesta de revisar la política de libre comercio.

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Con el TLCAN se institucionalizó la apertura comercial, con la reducción drástica de los aranceles y el trato preferente a las inversiones extranjeras que se ubican en el país, todo lo cual ha ido acompañado de las políticas macroeconómicas de estabilidad (disciplina fiscal, apreciación del tipo de cambio, altas tasas de interés), las cuales afectan la competitividad, el crecimiento del mercado interno, y no ha redundado a favor del crecimiento productivo, del empleo y de la economía nacional. En el escenario de libre comercio, las empresas transnacionales ubicadas en el país trazan las reglas del juego a su favor, exigiendo al gobierno la instrumentación de políticas que garanticen su rentabilidad, aunque desatienda las demandas y reclamos de los productores nacionales desplazados por importaciones, y por las transnacionales que están en el país.

Los defensores en México del TLCAN afirman que el país ha dado un salto significativo en el comercio internacional. El valor de las exportaciones mundiales creció 388 por ciento entre 1993 y 2012, mientras que el de las mexicanas aumentó el doble: 631 por ciento, según cálculos realizados con datos de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Sin embargo, a pesar del crecimiento de las exportaciones de manufacturas, la industria nacional sólo ha crecido en 2.3 por ciento promedio anual desde 1993 a 2014, y el sector agrícola en 1.6 por ciento y el PIB total en 2.6 por ciento promedio en tal periodo. China y el resto de los países asiáticos han sido las economías exitosas, ya que han invadido tales mercados. Si bien México tiene un superávit de comercio exterior con EU de 102 mil 735 millones de dólares, ello no se ha traducido en beneficio de la dinámica productiva nacional. Las empresas transnacionales importan sus insumos de China y de Asia con los cuales se tienen enormes déficit de comercio exterior. El déficit de México con China fue de 51, 215 millones de dólares y con el resto de Asia de 45 mil 188 millones de dólares. De tal forma, las exportaciones que las empresas transnacionales ubicadas en México realizan a EU y a otros mercados, no generan efectos multiplicadores internos a favor de la industria, del empleo y la dinámica nacional, tal como lo prometieron los defensores del TLCAN, sino que han favorecido a China y otros países asiáticos. En síntesis, tales políticas han atentado sobre las condiciones internas de acumulación y crecimiento y la economía depende de la entrada de capitales para financiar el déficit de comercio exterior, la estabilidad y apreciación cambiaria, con excepción de coyunturas específicas como la actual.

La productividad creció a cerca del doble: de 13 mil 500 dólares producidos en el país por cada persona ocupada, a 25 mil 77 dólares el año pasado, pero ese incremento no se ha reflejado en los salarios. Si bien la industria automotriz es la joya de la corona del TLCAN también ha dejado víctimas. Antes de la firma del acuerdo, más del 80 por ciento de los juguetes que recibían los niños mexicanos eran fabricados en el país. Hoy esa cifra se ha invertido. En 1993 la Asociación Mexicana de la Industria del Juguete (Amiju) registró a 380 fabricantes, pero dos años después el número se redujo a sólo 30.

Cuando el TLCAN se discutía antes de su aprobación en el Congreso norteamericano, sus principales opositores advertían una y otra vez a sus compatriotas que pronto escucharían el ruido del TLC, asemejándolo a una “aspiradora” que engulliría buenos empleos estadounidenses y los enviaría al otro lado de la frontera con México. Dos décadas después, su advertencia de desempleo como consecuencia del comercio ampliado con México se convirtió en realidad en algunos sectores de la economía estadounidense, particularmente en áreas como la fabricación de equipo electrónico y automotriz, mientras que en otros como la agricultura y los servicios, el acuerdo ha generado la prosperidad y empleo en EU que prometían sus defensores, mientras que en México millones de productores rurales están en la ruina. El sindicato AFL-CIO, que agrupa a los trabajadores del sector industrial en Estados Unidos, asegura que el TLCAN ha significado la pérdida de 700.000 trabajos, la mayoría de los cuales se habrían ido a México. Por todo lo anterior, bien haríamos los mexicanos si nos preparamos para la inevitable revisión del libre comercio.

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