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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO FLORES •

En agosto de 2020 aparece, en el “European Journal for thePhilosophy of Science”, un artículo titulado “Social constructionism and climate science denial”, de Sven Ove Hansson. La tesis que argumenta es que existe una relación entre el relativismo epistémico y la negación, o franco rechazo, de la ciencia. Por relativismo epistémico se entiende todo argumento que niegue accesos privilegiados a la constitución de lo real. Debido a que la ciencia tiene la fundada pretensión de construir modelos corregibles de una única realidad objetiva, es natural que los discursos relativistas la tengan por objeto de desprecio. Varios son los modos de reducir el discurso científico a uno más entre los discursos sociales. Hansson menciona cuatro: el posmodernismo, el programa fuerte de sociología de la ciencia, la deconstrucción y el construccionismo social. Se puede añadir uno más, originado en las catacumbas del atraso zacatecano: las “lógicas de la otredad”. No es claro, sin embargo, que exista esa relación. Quienes se adhieren a cualquiera de los programas relativistas mencionados rechazan estar coludidos con las industrias del tabaco, del petróleo o cualesquiera intereses corporativos cuyos intereses queden comprometidos por los resultados de la ciencia. Sin embargo, las industrias mencionadas, y muchas otras, sí se ven beneficiadas por el relativismo epistémico. Hansson introduce, entonces, tres tipos de evidencia para demostrar la existencia de esa relación. Primero, los escritos de los relativistas académicos deben proveer patrones de argumentación y maneras de razonar útiles, convincentes y verosímiles contra la ciencia. Segundo, evidencia de opiniones expresadas por los académicos relativistas contra la ciencia. Tercero, evidencia de respuesta favorable hacia las publicaciones de los académicos relativistas por parte de grupos cuya agenda política incluye negar sistemáticamente los resultados científicos. Tras una extensa revisión de la literatura en sociología de la ciencia, Hansson logra un descubrimiento y concluye que la relación postulada existe. La novedad encontrada consiste en lo siguiente: los sociólogos que argumentaron, a principios de los 1990,contra el cambio climático se retractaron, excepto Steve Fuller, hacia el final de la década. No porque de pronto hayan abjurado de sus principios, sino porque extraños compañeros de viaje se sumaron a su causa. ¿Quiénes? Grupos de presión de las grandes compañías petroleras, tabacaleras o bien activistas de extrema derecha. Este resultado es más complicado de lo que parece. Hay países donde el petróleo es propiedad de grupos privados, así que resulta natural la adopción de discursos relativistas para evitar las posibles pérdidas por causa de estrictas regulaciones en las emisiones de dióxido de carbono. Sin embargo, en aquellos países en los que la industria petrolera es propiedad estatal los relativistas epistémicos son menos relevantes, aunque no prescindibles. Una hipótesis al respecto es la siguiente. Ahí donde la industria petrolera pertenece al Estado, la necesidad de la extracción se sostiene sobre la ideología nacionalista. Menos razón y más emoción. Pero, cuando el enrarecido ambiente patriotero se desvanece, se requieren argumentos relativistas que contrarresten los resultados científicos relativos al cambio climático. Por ende, los relativistas terminan en los hipogeos de la derecha recalcitrante o sumidos en los abismos del nacionalismo ramplón, situaciones que de suyo les disgustan. Así que, para poder mantener una exacción constante de recursos, sean de fundaciones privadas o del erario público, en cuanto pueden giran hacia posiciones neutrales. Aunque este movimiento los haga entrar en contradicción con sus propios dichos. Hansson concluye su artículo con tres reflexiones acerca del posible origen de la negación de la ciencia. Primero, indica la creencia en la superioridad intrínseca de la filosofía, que permite juzgar la ciencia sin comprenderla. Segundo, el elitismo de los filósofos de la ciencia que consideran el conocimiento científico como algo especial, y no una más de las estrategias de la humanidad para allegarse conocimiento del mundo. Tercero, la manera en que se enseña el método del escepticismo filosófico es sesgada, porque ataca y muestra las debilidades del conocimiento científico pero se abstiene de hacerlo con otras prácticas epistémicas, además, no se suelen mostrar sus limitaciones inherentes. Enseñar la duda es parte de la tradición del escepticismo, tal como se condensa en los “Esbozos del pirronismo” de Sexto Empírico. Fin último de Pirrón era la “ataraxia” o estado de contemplación, cosa que no buscan los relativistas contemporáneos y menos aún los profesionales de la negación de la ciencia. Concluiremos con una cita y una reflexión. La cita es: “El pensamiento tiene que mutar, de su inclinación metafísica por buscar la verdad total de lo real, a su inclinación patafísica conforme a la cual lo real no existe, es una mera ilusión, tal y como lo hicieran los antiguos propagadores del relativismo”. ¿A la luz de esta cita dónde queda la relación causal entre cambio climático y actividad humana, o entre fumar y cáncer de pulmón? ¿Podemos concluir que si abandonamos la “inclinación metafísica” desaparecen las altas temperaturas y las metástasis pulmonares? ¿Qué inferencia podemos obtener de ella? Si aplicamos otra filosofía, el pragmaticismo de Pierce, la conclusión ineludible es que no podemos dotar de significado preciso a lo dicho en el enunciado y debemos descartarlo. Quizá sea poesía, y haya de ser juzgado desde la crítica literaria, pero como enunciado significativo sobre la condición humana es una necedad.

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